Palabras, palabras...

Palabras, palabras...
Dibujo; César González Páez.

martes, 21 de diciembre de 2010

Qué son esas palabras

martes, 5 de octubre de 2010

Centinela del agua

El agua corría en el oscuro túnel, fría y lenta pero persistente, iba arrastrando poco a poco la dura arcilla que se desgastaba pacientemente. Poco a poco y con el transcurrir de los años, comenzó a descubrirse lo que parecía ser una antigua estatua de piedra que dormía su sueño milenario. Pequeñas gotas primero y luego con el correr del poderoso tiempo, la grieta se hizo más grande y el agua brotó más generosa. El tintinear, que ningún humano escuchaba desde hacía siglos, fue lavando su rostro guardado en la caverna de tierra. Lo primero que apareció, en el azulado barro de la oscuridad, -tal vez alumbrado por minerales que daban sus últimas señales luminosas- fue un ojo cerrado y demasiado aletargado. La fría estatua cincelada hacía más de cinco mil años -por decir una cifra, acaso volvía a dar su figura al huidizo presente, después de su reposo obligado en el ombligo de la historia, en el espiral del segundo que pasa.
El ojo cerrado estaba inmóvil, propio de las tallas que suelen hallarse en excavaciones arqueológicas. Sin embargo era una pieza valiosa del pasado que nadie hallaba, los científicos no contaban ni siquiera con indicios de su presencia porque simplemente estaba en una fosa hundida a causa de terremotos y en cualquier lugar del mundo. Fueron distantes y caprichosos movimientos de tierra los que arrastraron la figura por los corredores de la oscuridad subterránea, lejos de los ojos y de la ambición humana. No tenía dueño, porque las cosas inmóviles y perdidas son propensas a tener como poseedor a quien las halle. En una palabra, no tenía propietario, pero esta figura de piedra sí que tenía un estigma a quien obedecer: su propia identidad que estaba recargada de magia y pensamientos, tal vez imantada de un conjuro.
¿Qué es una piedra fría perdida en el fondo del barro y contando solamente con la compañía de un brote subterráneo de agua? Nada, así se sentía, dormitaba un sueño recargado de estrellas, que no podía ver porque sus ojos eran de piedra, pero sabía que estaban allí observando el infinito universo., su mente no podía olvidar porque alguna vez las vio, seguramente cuando era un simple humano. Venía de un pasado remoto y cuando sus ojos se abrieron por primera vez supo que tenía un resabio de vida, aunque los latidos no se escuchaban por su caparazón de piedra, estaba vivo porque sólo los que razonan lo están. No sabía cómo se llamaba. Aunque recordaba un nombre: Odÿn, que no le significaba mas que otra sospecha sobre su distante identidad. ¿Por qué remota? Él siempre sintió como cada minuto se sumaba a otro, vivía en la era presente a pesar de su constante y puntual desplazamiento subterráneo, era contemporáneo de todos. Sencillamente porque aún pertenecía a éste mundo. Nadie pudo verlo, no había testigo alguno, pero el ojo de piedra se abrió delatando un diamante que oficiaba de iris pero que el momento era una lúcida mirada en la oscuridad.
Fue en ese leve parpadeo que los años pasaron como moscas, que cualquier mortal espanta con su muerte, y pudo darse cuenta que las estaciones que recordaba en el regazo de la tierra, nunca se detendrían, pasarían como estados de ánimo, una después de la otra,
Era un indefenso hombre de piedra extraviado en el infinito manto del barro. Sólo escuchaba la música del agua, que taladraba insistente, como si fuera una terca idea que quiere cambiar la realidad y, aunque no lo quisiese, le estaba arrastrando hacia un nuevo destino.
Ya se había acostumbrado, siglos atrás, a la oscuridad y luego al suave sonido, pero persistente del líquido subterráneo que ahora se deslizaba por su cara y descubrió con sorpresa de granito, que el agua lo estaba liberando poco a poco. Pasaron otros mil años como pasa una siesta, el ojo de la figura de piedra se abrió varias veces pero siempre encontraba oscuridad e invariablemente se volvía a dormir, nada le costaba esa rutina que para él tenía la medida de un día. Él era una efigie que esperaba su plaza y ser ejemplo de algo pero no estaba seguro de qué. Era un pasajero inmóvil que se deslizaba en los túneles que iba abriendo el agua, su poderosa amiga. ¡Oh, sí, ella era su música de cámara en el profundo y oscuro silencio de la tierra!
Tuvo un pensamiento: “Si viví alguna vez no recuerdo cuándo y dónde, debe ser porque cada leyenda individual necesita de olvidos para poder continuar y así poder ser reinventada. Su mente no dejaba de pensar: "En este momento oscuro no sé de qué se trata mi vida. Este envoltorio de piedra me contiene y, curiosamente, me defiende del tiempo. Soy de piedra y el destino no puede matar lo que, en apariencia, está inmóvil. Soy inmortal, todos los hombres lo desean hasta que llega un momento en el transcurso de la vejez que esa ambición se vuelve un estorbo con su interminable sucesión de achaques. Gracias a los dioses no he vivido aventura semejante: simplemente soy alguien que duerme bajo la capa de roca y trata de recordar su pasado, mientras el futuro se hace esperar.
Así pensando y así con sus crisis de lucidez se fue durmiendo en la dulce espera del agua y pasaron otros mil años, breves como un recreo, porque cuando el tiempo no se compara con nada no sabe que transcurre, es sólo un niño travieso que juega con las horas y los minutos. El agua fue perforando el túnel y un día el párpado se abrió ante el leve chispeo de una luz. Un cono de luminosidad se dibujó en la caverna alumbrando una piedrecilla, el ojo de diamante azul la enfocó dando magia a tanto asueto de oscuridad y la envidió porque recibía esa luz solar que él hacía muchos años estaba esperando. Supo, porque había sido instruido en su reino sobre astronomía, que aquella piedrita iluminada por el sol, carecía de sombra, dedujo que esa luz que aparecía en el boquete, indicaba el mediodía. El sol estaba en su punto más alto, a mitad de su trabajo de rotación como lo estaba haciendo desde que el mundo se debatía entre vómitos de mareas, de lavas y terremotos. Esa pequeña roca le dio un indicio, si todo seguía así pronto, quizás dentro de otros mil años podría ser rescatado y liberado de la piedra que lo envolvía con su traje de frialdad: la vida le daría la última chance para liberarse de pecados que creía habían caducado. Se durmió aún más de lo que estaba dormido, resignado a su destino y pasó una centuria más como pasa un ronquido, un sonido desapercibido en una noche tranquila.
De pronto, un terrón de tierra cedió y comenzó a desprenderse, el rumor comenzó a hacerse cada vez más intenso, el ojo de luz que miraba desde arriba de pronto se abrió y hubo un poderoso desplazamiento. Todo se derrumbó y la estatua quedó la mitad al descubierto: la luz entraba por fin de lleno luego de miles de años de espera.
Hubo un silencio y luego se escucharon voces...
- ¡Mira!
La estatua vio a un ojo que lo observaba desde el otro lado de una enorme lupa.
- Mira, un hallazgo que data de los principios de la humanidad.
Otro enigma que los investigadores tratarían de resolver. Cuando rescataron la pieza arqueológica del denso fango, lo hicieron con movimientos suaves para no dañarla. Descubrieron que medía tres metros. ¿Un extraterrestre? No, al parecer tenia forma humana y parecía representar a un dignatario, y tal vez el paradigma de una civilización, soldado de un poderoso ejército, pero ¿cuál? Otro bello misterio a resolver para los crucigramáticos de la historia.
Cuando el sol entró de lleno en la caverna, iluminó el escenario antiquísimo que exhalaba aroma denso de otras costumbres y tradiciones que no serían capaces de entender los transeúntes del presente. Él sabía que ocurriría lo de siempre, pero sus descubridores no lo tuvieron en cuenta, porque lo ignoraban por completo. En la antigüedad, los altos funcionarios eran enterrados con sus tesoros para comprar la avidez de los dioses y sobornar a los demonios, pero esas riquezas. Él estaba impregnados de un fuerte veneno, de una serpiente cuyo mito todavía causaba espanto, laceraba y provocaba la muerte con sólo tocar su ponzoña. Eso fue el detonante y los dos arqueólogos al tocar la estatua murieron de un ataque cardíaco e inmediatamente se contagiaron de soledad igual que el guerrero inmóvil. ¿Habrá sido una de esas letales trampas que los reyes que ordenaban ser enterrados con sus tesoros para comprar dioses o sobornar demonios?
En el paraje solitario volvió a reinar el silencio y otra vez se adueñó del lugar la oscuridad cuando los derrumbes volvieron a suceder tras el paso de las lluvias y los deslizamientos caprichosos del barro. El ojo de la estatua volvió a cerrarse. No contó más el tiempo pero sin embargo se durmió regocijado porque había visto la luz y empezaba creer en una esperanza.
Cuando despertó aquel hombre de piedra, pesaba una tonelada de sueño, tenía en la dura cabeza miles de historias que se le habían impregnado a lo largo de los siglos. Fue alimentándose de actualidad, simplemente porque no tenía nada que hacer, la soledad le susurraba los últimos acontecimientos de la historia, hechos importantes, pero también los conocimientos inútiles que la humanidad iba amontonando en la reserva que llamaban cultura. Pasaron las modas, los sombreros se dejaron de usar para tiempo después ser algo infaltable en cabezas de damas y caballeros. Los vestidos se alargaron, se acortaron, se ensancharon y después se comenzó a repetir todo de nuevo, siguiendo los estilos que indica el capricho del momento, que no es otra cosa que el hilo delgado del tiempo.
Mientras tanto, en el fondo de la tierra, la estatua volvió a ocupar la perfecta paz con los dos esqueletos de los arqueólogos y que poco a poco se iban convirtiendo en barro. En la quietud de la espera él se seguía interrogando:
¿Cómo sería el día en que la luz aparezca de nuevo? Tal vez en caso de descubrirlo le atribuirían cualquier destino: ¿Un dios pagano, un héroe mítico o un opresor?, Puesto que nada sabían de su historia personal. Sólo que si le hubiesen preguntado, él les hubiera dicho que tal vez un dios lo castigó por sentir lo que muchos humanos quieren, ser eternamente jóvenes y estar enamorados de la mujer equivocada. La roca sonrió: ¿la estatua sonrió? Sí, pero esa mueca le quedaría para toda la posteridad. ¿Quién pensaría que ese residuo de gesto le fue añadido a una pieza de arte en medio de la oscuridad, como si el humor de un momento la estuviera esculpiendo?
Se durmieron los años, los huesos de los científicos se esparcieron, otras erosiones siguieron y el curso del agua se desvió, la caverna fue haciéndose más frágil. El cuerpo de la estatua se hundió aún más en el pantano y volvió a quedar solitaria aquella piedra que, al parecer, tenía un alma purgando una infinita pena.
Silencio, ruido, rumor, temblor...¿agua...dónde te has ido dulce compañera? Silencio, formas en la oscuridad que lanzaban destellos minerales. Mientras tanto la estatua estudiaba el libreto de la era presente. Se abrumó de leyes que antes se escribían con diez mandamientos, la muerte haciéndose un festín con los arrebatados. ¿Qué les pasaba a los nuevos dioses del consumismo?
Su traje de piedra, envuelto en la oscuridad se desprendió aún más del barro por la persistencia del agua y cayó con fuerza al fondo de otra caverna que se había formado a su alrededor, al hacerlo se rajó una parte de su estructura. No importaba, formaba parte de una roca que quería ser alguna vez humana, tenía que sufrir alguna herida en el intento.
De pronto se escuchó un griterío, unos hombres daban alaridos al aire, al parecer signos de victoria. ¡Habían hallado la reliquia del pasado! Otra vez las palas lo liberaron del barro y de la humedad.
En las manos de sus descubridores estaba la imagen más remota de los tiempos y era momento de festejar, tal vez porque no sabían qué parte de la antigüedad estaban profanando. El veneno ya se había diluido por la persistencia del agua, la estatua parecía inofensiva con sus ojos cerrados, pero en silencio los observaba ¿Quién le traería el brindis de bienvenida a su nueva vida? ¿Qué beben las frías estatuas para festejar su rescate? La sonrisa inmóvil que nadie entiende y creen que forma parte de su estructura milenaria, se acentuó, imperceptiblemente para los arqueólogos.
Cuidadosamente los investigadores le fueron escarbando las formas y hasta le dio cosquillas cuando con sus suaves pinceles trataban de no malograr la codiciada pieza, obra del arte universal: comprendió que le estaba prohibido sonreír de otra manera que su mueca sarcástica. Hasta llegó a pensar que la estaban ofendiendo, comparándola con las nobles estatuas que representan a héroes remotos, pues no recordaba nada heroico en su pasado.
Los arqueólogos se entusiasmaron con el personaje mítico, al cual ya le atribuían grandes batallas sin conocerlo.
Al observarla, ya completamente restaurada, notaron que llevaba la empuñadora de oro de una espada, el resto faltaba, al parecer el hierro se había oxidado con el tiempo.
Cuando lo rescataron -¿es esa la palabra?- sabía que la fiebre de reclutarlo en un museo sería irresistible, él quería estar en una plaza, quería entablar de nuevo aquel romance con el sonido del agua, necesitaba su presencia cotidiana que limpiaba sus pensamientos. En el laboratorio donde lo estaban recuperando, escuchó por la ventana unas voces que tenían timbres lejanos, estaba seguro que eran de pájaros que había oído alguna vez y se sintió feliz de que esa melodía lo acompañara de nuevo. Así y todo, extrañaba el agua que en su larga espera le lavó la cara y le supo tener paciencia para liberarlo. Quería que ese sonido acuático no lo abandonase jamás, pero ahora él era una pieza de museo.
Como todo sucede, comenzaron a pasar los años, el presupuesto del museo se fue achicando, los políticos empezaron a devastar los últimos cálculos que quedaban y los científicos que encontraron al “Centinela de piedra” -como lo llamaron el día que lo hallaron, comenzaron a morir. No por intrigas palaciegas ni por el lejano veneno, sino por causas naturales, por la saludable sucesión del tiempo. Los papeles comenzaron a perderse en los trámites que demandaban los caprichosos sistemas de administración y cuando los nuevos funcionarios, diplomados en ignorancia que se sucedían, repararon en la estatua la dejaron abandonada en un depósito, les pareció algo sin valor. Después vinieron otros que la confundieron con un prócer local y la expusieron en la plaza. Alegría de muchos y de la propia efigie que, después de milenios, podía sentir los reflejos de la libertad. Los niños se le acercaban curiosos, no podían darle un nombre, se llamaba Odÿn pero nadie lo sabía. La miraban con respeto, menos los pájaros por supuesto que la bautizaban con sus detritos; una efigie de ley sabe que esas cosas ocurren, es algo inevitable, vaya a saber qué litigio tienen las palomas contra los ilustres hombres de piedra y bronce. En sus grandes hombros un pájaro juntó sus ramas y puso sus huevos. Quienes vieron ese frágil refugio le llamaron “La estatua del Nido”. La estatua pensó: "han dicho mi nombre al revés, es maravilloso, nunca nadie estuvo tan cerca".
Lo sorprendente fue cuando, tras una larga temporada de sequía y comenzó a llover, la efigie estuvo expuesta a tres meses de lluvias ácidas Al cuarto le comenzó a crecer una gramilla verde en todo su cuerpo y así pasó a llamarse de otra manera “El hombre verde”. La estatua pensó: si supieran que ésta planta cura todas las enfermedades.
Pero los habitués de la plaza tenían razón, parecía una pérgola, pues la planta trepadora le
envolvía por completo y era de hojas perennes que destellaban verdor todo el año. “ ¡Oh Dios, otra forma de inmortalidad pero en menor escala”, pensó el inmóvil.
El musgo iba penetrando en sus entrañas duras y las raíces con el curso del tiempo lograron debilitarla. Una noche de violento temporal y vientos huracanados, la escultura se desmoronó destruyéndose en mil pedazos.
Algo pasó y era, como presentía, otra guerra. El lugar a causa de las inundaciones estuvo deshabitado por unos diez años.
Luego estalló la guerra, y pasaron otros cinco años en que la gente estaba ocupada en matarse unos a otros. Cuando la contienda humana terminó, era de prever que nuevos arqueólogos vinieran y así sucedió. Uno de ellos descubrió que entre los fragmentos había un diamante tallado de enorme valor, lo levantó y lo analizó mirando su transparencia. Algo lo conmovió, vio en la pantalla de luz que irradiaba el mineral, a un centinela correr hacia un pozo seco donde la aguardaban los enemigos para emboscarlo y arrebatarle a una mujer hermosa que por sus vestiduras, bordadas en oro, parecía ser una reina. El trató de defenderla a como diera lugar pero cayó en el profundo pozo cuyas paredes eran de musgo. La mujer que llevaba un diamante en la mano lo arrojó al fondo del hueco, al golpear la pesada gema sobre el guerrero caído se le incrustó en el corazón, pero en vez de matarlo le dió una extraña vida, a pesar de las serpientes venenosas que anidan allí.
De pronto vio la cabellera rubia que desde el lejano círculo en la superficie trataba de ver en la profunda oscuridad donde él había caído, las lagrimas que iban cayendo era azules como sus ojos y se convertían en gotas de vida que venían a buscarlo.
Luego él vio a una poderosa mano que la tomaba del cabello y tras un breve silencio un grito desgarrador, luego el silencio de la muerte allá arriba. Sólo vio un chorro de sangre que se elevaba y sabía lo que eso significaba, le habían cortado la cabeza.
- Nooo!- gritó él.
Los soldados, al escuchar sonidos en el fondo del pozo y para asegurarse de su muerte, lo rellenaron con piedras y él compartió la leyenda que tenían las serpientes "Sin Nombre" -ponerles uno significaría tocarlas aunque en sentido figurado, uno podía morir a causa de esas temibles criaturas.
- Conque ése era su secreto- dijo el explorador que comenzó a sentir cómo la gema al contarle lo que había sucedido, se estaba calentando como una brasa y él la tiró al suelo para no quemarse las manos. La joya cayó en una profunda grieta y los fragmentos de piedra se hundieron también en el barro. Con el correr de los años comenzaron a buscarse entre ellos como un pueblo que quiere recuperar su historia. Después que cada fracción de la estatua llegó a ocupar milimétricamente su lugar el diamante las soldó de nuevo dejando algunas raíces de musgo en el interior. La estatua ya estaba completa esperando otra vez la aurora de un tiempo futuro, pero sin fijarse plazo alguno, tal vez algún día la gema terminaría el rompecabezas de su historia. A lo lejos, muy distante, en las interminables cavernas subterráneas de la tierra, se escuchaba un rumor de agua azul.



C.G.P. (Extraído del libro Jarabe de cuentos. ediorial Servilibro)

viernes, 1 de octubre de 2010

Reportaje a una pelota

César Gonzlaez Páez

La ciencia lo puede todo, hasta clonar goles que no se dan por estar mal paridos. En una reunión de prensa la pelota, por primera vez fue invitada a las excusas y vanas explicaciones que dan los jugadores duespués de cada partido. Casi sin pensarlo la principal protagonista del encuentro se unió al festival de frases hechas y dijo: "lo que pasa es que me patean mal. Por eso cuando de rebote hacen un gol los ídolos se justifican con un 'se me dió', y una se pregunta ¿para eso estuvieron practicando tanto? Pero por más que practiquen y practiquen todo el año, sospecho que no me conocen bien.
Yo me pregunto por qué tanto esfuerzo para que entre en una red estúpida que no ataja nadie. Me divierto con los arqueros, o guardavallas -o guardias de nada- o como quieran llamarlos. Son los que menos se cansan y los que más errores cometen. Cuando hay un penal se están fijando en la pierna del contrincante en vez de fijar la mirada en mí y ver qué ánimo tengo. No se fijan en el pasto, en la brisa del momento y desconocen el secreto que, si me llaman con un suspiro, les caigo en sus manos.
Por eso decidí salir rebotando como una mediática y explicar algunas cosas, en primer lugar no soy adicta a los arcos y mi albedrío consiste en hacerles pasar malos momentos a los jugadores de fútbol. Yo no soy de éste ni del equipo contrario y es por eso, supongo, que me odian, cuando debieran aplaudirme por mi imparcialidad. Me tienen rabia, de lo contrario no me darían tan duro a mi durante esos insoportables noventa minutos.
No sé por qué se pelean tanto por mí persna ¿por que no se reparten los goles y ya? Vayan a los penales, en donde la suerte es la que decide, entonces tendrían razón decir "se me dió".
No, que va. Apuntan sobre mi cabeza y tiran a todo dar. Yo me divierto rebotando a cualquier parte. Porque soy una pelota de pase libre, y sepan bien¡ a mí nadie me ataja! ¿qué falta de respeto es ese?
Es cierto, tengo mis contradicciones y quiero que sepan que muchas veces los árbitros no aciertan con sus decisiones. Estos tipos que me patean hacen todas las trampas posibles y es raro que no entiendan que la ídola soy yo, pues voy a donde mi redondez se le de la gana. A veces me aburro viendo que los dos equipos se tienen miedo y no se animan al mentado gol. Lo advierto cuando los espectadores de a poco se van.
Algún día escribiré mi biografía, que sospecho me saldrá redonda. Mientras tanto llegue mi liberación, querido hinchas de fútbol, les pido que me griten a mi cuando se haga un gol. Téngame un poco de consideración. Aplaudan a su maltratada pero eficiente servidora, que se desinfla por ustedes, que les hace sonreir los domingos. Y no desde ahora sino desde que jugaban en los baldíos de la infancia.
Quiero oír palmas, mucho más ahora en esta era de la globalización -otra vez la imagen de mi redondez - en que se ve fútbol por televisión, en torneos que se disputan en todas partes del mundo ¡y allí estoy!. Y todos los días, porque todos los días se juega un partido clave que no hay que perderse y ustedes sabrán por qué.
Mientras tanto yo voy de aquí para allá haciendo goles mientras que los chichones en mi cabeza es festejo para muchos. Sepan que jamás una pelota se ha retirado de la cancha lesionada, todo un record que se están demorando en reconocer. Piedad para esta humilde servidora que hoy amaneció con migraña y hará pasar un mal momento al equipo de sus amores. Cuando me jubile me vestiré, no de cuero sino de trapo, para alegrar el jugar desintersado de los niños.

jueves, 23 de septiembre de 2010

Canción de las pequeñas preguntas

Yo cantaré la canción de las pequeñas preguntas que pondrán en movimiento los resortes secretos de lo que no dices. La respuesta estará en tus ojos, los deseos desatarán su furia y archivados como estaban, desenfrenados buscarán su oásis de abrazos.
Yo cantaré la canción de las pequeñas preguntas: ¿Quién alimenta tu sombra de recuerdos, aquellos que nunca tocaron tierra firme y te interrogan el alma diariamente? ¿De qué tallo crece tu esperanza cuando la riega la indiferencia y parece ser la brújula fría que nos lleva por atajos equivocados.
Qué puedo decir a la hora de balances: eras sencillamente todo, se medía el tiempo con la vara torpe de mi impaciencia de volver a verte.
Yo cantaré la canción de las pequeñas preguntas: ¿Te pertenecías cuando estabas sola, en el límite que tejía el silencio prepotente? ¿Es volátil dejar de amar? ¿Sabe la nada que está sin argumentos? ¿Sabe el futuro que es un epitafio de lo que vendrá?
Honra los días venideros para que se diga: "murió de amor y todavía se siente esa tormenta".

Yo cantaré la canción de las pequeñas preguntas: ¿Quién cotizará tu vida por el descomunal empeño de tu corazón por vivir enamorado? Como siempre: se hablará de balances materiales (Tanto tienes, tanto vales). Tú tal vez, hincada de rodillas a lo que llamas "tu" fracaso, terminarás por preguntarte: ¿Era ésto lo que esperabas de tu vida? ...Y así preguntando te volverás ceniza ebria por no haber tenido respetables equivocaciones. ¿Por qué será que el corazón aprende amando? A pequeñas preguntas, aparentemente insignificantes, silencios infinitos. (C.G.P.)

miércoles, 25 de agosto de 2010

Desencuentros

Pues claro que tengo anécdotas para contar de las mil noches que actué en locales nocturnos. Ahora me viene a la mente una velada en particular en que no fue en un escenario sino en una fiesta privada donde fui contratada para cantar.
De este modo hablaba Lorna Mills sentada en su sillón favorito, feliz que alguien se interesara en su vida. El hombre que la visitaba le dijo que estaba juntando vivencias de cantantes románticos para un libro. Mientras ella hablaba el hombre apuraba unos apuntes en una vieja libreta. A ella le brillaban los ojos del placer de la visita. No costaba imaginar que, en su juventud, había sido muy bella. Aún conservaba rasgos distinguidos y su forma de hablar como apoyando cada palabra con gestos, le quedaba, todavía, encantador.
Como le decía, me habían contratado para cantar pero ignoraba qué era lo que iban a celebrar. Acepté porque en aquellos días, eso se pagaba muy bien. La casa en cuestión era elegante y los muebles denotaban buen gusto, quizás hechos artesanalmente. Me presenté, había unos invitados diversos que se proponían despedir al dueño de casa que se iba a Europa a formar una familia. No se confunda, no era de esas fiestas bizarras que maltratan o le hacen hacer cosas ridículas al futuro marido. En aquellos tiempos no se usaba, además se trataba de gente distinguida que conversaban alegremente pero sin vociferar. Yo cantaría unas diez canciones de mis extenso repertorio. Descarté aquellas que hablaban de amores truncos o tristezas por ‘lo que no pudo ser’ ¿Me entiende? Canté con cierta inspiración porque el ambiente era muy propicio. A la tercer canción se me acercó el dueño de casa, un hombre joven y elegante, llevaba una flor en el ojal que se sacó y me la ofreció. Acepté para no disgustar al señor y continué cantando.
El hombre seguía escribiendo atentamente en su libreta mientras a intervalos se detenía para acomodarse las gafas que parecían escaparse de su delgado rostro. Ella estaba inspirada en su relato, al parecer le emocionaba contarlo.

De pronto, el hombre, golpeó las manos para llamar la atención a los invitados. Presentí un discurso tal vez, pero no, sencillamente dijo: ‘La fiesta terminó, gracias por venir’. Después del sorpresivo anuncio y el silencio posterior la gente comenzó a levantarse y se retiraron sin nada más preguntar. Yo quedé sola con mis dos músicos y me proponía abandonar el lugar pero me dijo ‘usted quédese, quiero escuchar las canciones que faltan’. Se sentó en una de las mesas y me miraba atentamente.
Cuando terminé mi repertorio sin que fuera interrumpido por algún aplauso, me dispuse a retirarme.
Venga siéntese en mi mesa, los músicos pueden cenar en aquel rincón. No hubo protestas porque todo lo que había se veía apetitoso y mucho.
Lorna contaba esta parte de la historia con cierta turbación y una enfermera se acercó para anunciarle que debía descansar. El escritor le preguntó si podía volver para terminar su historia y ella aceptó. Al día siguiente unos oídos atentos querían develar el misterio. Lorna retomó la historia.
Cenamos en silencio, él siempre mirándome con ojos de una no disimulada admiración. Estaba acostumbrada a que me miren, de modo que sabía esquivar esas inquietudes varoniles. Sin que se lo pidiera me confesó: ‘La fiesta terminó porque decidí que no viajaré a Europa a casarme, me quedaré en este país sólo para escuchar sus canciones. Tal vez un día…” Le disuadí, o traté de hacerlo, pero se ve que estaba convencido, le dije que muchas veces los arrebatos sentimenales conducen al abatimiento. La noche terminó sin inconveniente y con un respetuoso adiós. A partir de aquella velada fue que empecé a verlo frecuentar, lo encontraba todas las noches en una de las mesas del Tabaris, donde cantaba. Levantaba su copa de champagne a modo de saludo, creo que empezaba a darse cuenta que nada pasaría conmigo. Mi corazón era, es todavía, de piedra. Algún día le contaré por qué.
Después de varios meses de puntual asistencia, una noche ya no lo vi mas, pensé que habría retomado la sensatez de viajar a Europa para formar una familia. Le canté una canción a su mesa vacía aquella velada y sentí su ausencia. Justo ese día, como una señal de asentimiento, llevé la flor, bella aunque marchita, que me había regalado aquella vez. Nunca más lo vi.
El escritor levantó la vista y dejó sus apuntes. Los recuerdos son engranajes que se arman entre sí, dijo. Aquella noche se disponía a salir para escucharla y tuvo un accidente de automóvil, perdió la memoria. Era mi padre. No viajó a Europa, ella vino hacia él y la vida tomó su cauce normal. Pero él no sabía quien era y le atormentaba no poder alertar su mente, reactivarla en ese espacio que había perdido. En su lecho de muerte le llegó un milagro tardío, pues sus últimas palabras fueron `Lorna Mils’. Averigüé quién era usted y la vine a buscar. Me sorprendió que precisamente recordara esa anécdota en particular. Ella lo miró con interés…
Creo que me vino a la mente intuitivamente porque, ahora me doy cuenta, usted se le parece. Y ahora que lo observo sin las gafas, no sabe cuánto. Los dos se quedaron en silencio, cada cual con su recuerdo por separado, hasta que ella se quedó dormida en el sillón y él, para no turbar su sueño, se levantó y se fue.



César González Páez

martes, 10 de agosto de 2010

Y usted se preguntará…

¿Por qué escribimos, los que creemos estar atrincherados en la zona fronteriza de lucha entre la mentira y la verdad? Y si la veracidad es de alguien ¿quién reclamará el derecho de propiedad? Ese concepto, si uno lee un poco de historia, pasa de mano en mano, pasa y vuelve. Muchos escribimos parapetados del lado de la autenticidad, eso entendemos, pero… ¿quién nos ha reclutado y nos ha bendecido con el derecho a decir, no lo que nosotros queremos, sino lo que dicta la certeza? Supongo que es una inclinación humana sentir que la veracidad es un derecho muy importante si queremos una existencia digna. Guerras se han perdido por mala información, ideas que podrían haber generado el entendimiento entre todos, se han perdido a causa de aquellos que no sabían contarlas. Piense un poco ¿podría describir cómo es tal o cual perfume? ¿Podría contar el aroma de una manzana sin caer en la obligada estrategia de la comparación? Que no es igual al de naranja, ya lo sabemos, que es único, también. La tarea de describir y cómo contar una verdad es un oficio y de hacerlo bien, es un arte cuya cepa no abunda.
Muchos se mueven en el frágil terreno de los que son corruptos y se hacen pasar por honrados, honestos hombres de ley que cumplen con sus obligaciones y, si les queda un resquicio, pontifican acerca de lo que debe hacerse y lo que no. Hay que andar con mucho cuidado con esos notables cínicos que llevan años en el oficio del parecer.
No es que uno diga ‘soy periodista’ porque tiene trabajo en un medio de comunicación o porque se acostó a la sombra de un título universitario. Si se fijan bien no hay vestimenta para este oficio como el que usan los sacerdotes o los soldados y ‘uno sabe’ qué son y qué hacen. Sólo de vez en cuando uno los reconoce cuando, en los frentes de guerra o de disturbios, se los ve con una remera blanca con un escrito en la espalda que dice, simplemente, “Periodista. No dispare”.
Pienso que cronistas de nuestra vida, somos todos. Los que buscamos la veracidad en nuestra vida común, que nos digan siempre las cosas como son para saber qué hacer o qué decisión correcta tomar. Para oxigenación de nuestros actos debemos estar bien informados, aunque luego no volquemos en palabras lo que creemos es la autentica información. Otros abrazan ideales, como el que todos tenemos derecho a estar correctamente informados y que ‘alguien tiene que meterse en honduras’ para extirpar una corrupción, abrir cajas oscuras de mentiras; descubrir papeles comprometedores, que corren las cortinas de los que los que están empecinados en que los creamos decentes. Ese deseo de encontrar la verdad uno lo observa en la vida diaria, en parejas que se separan porque ella o él ‘me mintió’, hecho que genera desilusión. No reclaman otra cosa que autenticidad.
Y no vaya a creer en eso que hay medias verdades o apariencias tolerables: si uno piensa que va a encontrar la cristalina existencia con esos conceptos terminará por estrellarse en la decepción. Y usted se preguntará …¿Y quién eres tú, piensas que te vamos a creer todo lo que cuentas en tus crónicas? Pues hay medio trabajo en comunicar la verdad y es, justamente, que te crean. Bueno, para eso están las fuentes, las pruebas, las evidencias pero, sospecho, que debe ser trabajo del lector, el dueño de creer o no en lo que escribo, el que se ocupe de la otra mitad. La que completa la noticia y hace que alguien esté convencido que has contado cosas con fundamento y si te mantienes en esa línea hasta puedes ser considerado con el tiempo en un informador ‘creíble’, título honorífico que cuesta ganar. Leo con frecuencia que verdad puede ser sinónimo de ‘sinceridad”, de “realidad” y pariente cercana de “honestidad. Ahí puede usted encontrar algunas otras pistas para descubrir en qué consiste nuestro oficio. Escribimos porque estamos empecinados en pensar que la verdad es el único remedio que cura lo destartalado de la sociedad.


César González Páez

lunes, 2 de agosto de 2010

Alma mía

César González Páez

Fui, si mal no recuerdo, la primera cantante de boleros del Tabarís. Piensen que ese edificio, que hoy se viene abajo, fue en sus tiempos una joya arquitectónica. Muchos se contentaban con verlo de afuera, porque solamente la gente adinerada podía darse el lujo de gastar y permanecer en aquel prestigioso lugar.
Mi foto lucía en la entrada y mi nombre era todo un suceso “Lorna Mills”, todavía guardo uno de esos afiches ¡Si habré recibido flores! Hoy sólo las espero para mi entierro o, como a veces sueña toda mujer, en una propuesta de matrimonio que ya jamás recibiré.
Por entonces era la mimada de los cumplidos y cada noche recibía apasionadas proposiciones de romances, invitaciones a recorrer el mundo y ¿a cenar? ¡ni les cuento! Canté hasta bien entrados los setenta, me refiero a las décadas no a mi edad, soy joven todavía para morirme y mi repertorio está intacto.
Pero ¿saben? No encontré el amor. Descubrí, eso sí, charcos donde aplacar la sed; retazos de vida bohemia de fantasmas que se quedaban hasta el alba para adorar mis besos, pero a eso que llaman amor de verdad ¡jamás lo encontré!
Por entonces, hablo de su declinación, el Tabaris dejó de ser lo que era y se convirtió en un burdel elegante. Las que allí trabajaban, diosas de un país remoto, soñaban que merecían el amor y que el trabajo era sólo una excusa. Pero el alba las sorprendía sin el fogoso amante nocturno, ni migas de besos. Solo la paga generosa en la mesa y el adiós tácito.
Tal vez mi pasión verdadera fue, no digo uno, sino los cientos de boleros que canté, por suerte no caí en esos juegos traviesos. Aunque veladas embriagadas de perfume y vino chablis, no faltaron.
Ahora, permítanme, les voy a obsequiar una estrofa de mi canción preferida: “Alma mía, sola, siempre sola, sin que nadie sepa tu horrible padecer”.

Así camina por los pabellones, hablando sola para no volverse más loca como ella misma dice y entona estrofas como si ensayara para un concierto que sabe nunca se hará realidad. Las enfermeras, que ya la conocen, tratan de ignorarla. Si le prestan un poco de atención, ella retoma todo su repertorio y no acaba más.
Reconocen que pesar de ser tan extravagante canta muy bien. Tanto es así que cuando ella interpreta su canción favorita hasta las enfermeras que están a punto de jubilarse se creen con derecho a merecer un gran amor.


El eclipse de los años, nos va sembrando nostalgias y de eso hay para todos.

martes, 27 de julio de 2010

Presidente por un día

César González Páez

En un libro de relatos del escritor norteamericano John Steinbeck, titulado Las praderas del cielo, en donde se cuentan anécdotas que suceden en un pequeño poblado, suceden hechos llamativos. Este autor siempre hurgó historias de personajes, muy descriptivos como reales, que para sobrevivir dependían de lo que producía la tierra. Una de esas historias, siempre está en mi memoria, se trata y habla de un hombre común, trabajador rural, que un día se encuentra con una gitana que le adivina la suerte y le asegura que llegará a ser presidente de Estados Unidos. Ese hecho fortuito, esta afirmación espontánea en la ingenua mente del hombre comienza a tener efecto y se evidencia en que ya su comportamiento es distinto. Y comienza a plantearse a sí mismo cómo va a hacer esto o aquello, no queda bien que un futuro presidente haga ciertos trabajos menores y la gracia de la historia está en esos cambios que se producen en el protagonista.

Volviendo a la vida real hemos notado que cuando cualquier persona común accede a un cargo de importancia, comienza a transformarse, y parece ineludible, en algunos de estos personajes, que se conviertan como por arte de magia: en un jefe déspota, un farandulero o fiestero, un figuretti y, no digan que se transforma en un holgazán, sino alguien que delega generosamente trabajo para que hagan otros. Pero mejor demos rienda suelta a la imaginación, que es generosa en vaticinios como la gitana de Steinbeck: ¿Se imagina ser presidente por un día? Qué cambios radicales introduciría en la sociedad en tan poco tiempo. ¿Se animaría con los anunciados cambios? ¿Sacaría a los indigentes de las plazas con la prepotencia que tienen los que, en un mundo perfecto, de verdad solucionan los problemas y no generan resistencia? Cuando se accede a un cargo de importancia cualquier persona, llámese ella o él, el elegido se hace más visible y cuando más expuesto se está en el cargo de imporancia comienzan a aparecer los defectos y los errores del pasado. Supongamos que si le dieran el timón del país por un día, ¿traería a su artista favorito para un recital al aire libre y democráticamente gratuito en el día más frío y húmedo del año? ¿Se dedicaría a pasear en moto? ¿O hurgaría en la historia para comparar sus errores con los de otros y así minimizarlos? La importancia de ser presidente, por un día, radica en poner en marcha las ruedas de la honestidad en ese corto tiempo y dividir las veinticuatro horas del día en tantos aciertos como sea posible, una hora al campo, otra a los problemas étnicos, a la educación, a la justicia, al divertimento –que oxigena el espíritu- y así sucesivamente mejorar las cosas en cada estrato que, como todos sabemos, en su conjunto hacen funcionar un Estado. Habría que ser un poco ingenuo, como el habitante de Las praderas del cielo y cambiar automáticamente de actitud según la importancia del cargo. Pensar un poco en cómo un presidente se va a comportar así, digamos en forma dubitativa, dejando vencer los plazos de la paciencia de muchos, haciendo la vista gorda a necesidades urgentes. Como se ve, ese día será el más apremiante de su vida, porque tendrá la responsabilidad de ser alguien que cambie muchas cosas, ponga en su lugar o enderece otras, individualice a los que ponen palos en la rueda y en especial a los que te dicen por donde no tenías que pasar después que caíste en la trampa. Agendar que los números coincidan con la realidad del país cuando se habla de economía, vigilar que las arcas de los funcionarios no se llenen de privilegios. Es una tarea muy dura ser presidente por un día y , de hacerlo mal, puede recibir como castigo que ese día dure cuatro años. Ah y no se olvide, la receta 'pan y circo' funciona desde hace siglos.

martes, 6 de julio de 2010

Señales en el aire

Libro: Luna de menta, de César González Páez
Asunción, Paraguay, 2005



Por Marta Bruno
Crítica literaria
(desde Córdoba, Argentina)

Es sin duda el tiempo un motivo central en el nuevo libro de César González Páez, esta vez consagrado a la poesía. Ya el título del primer poema (“Sólo permanecer”) sumerge al lector en una dimensión temporal, que se mantendrá a lo largo de casi todo el volumen. El tiempo o las alusiones al tiempo, emergen intermitentemente; aparecen y desaparecen, como el propio tiempo. Y esta dinámica crea precisamente un ritmo que consolida la estructura de la obra.
Ritmo que se da en las ideas, más que en la sonoridad de las palabras. Como aquellas huellas que deja sobre la arena, y que el mar no borra, inexplicablemente.
“Me desconcierta verlas/ intactas en la bruma/ del día que se inicia” (….), se lee en “Rastros” adonde también anota: “Siento como si las horas/ hubiesen perdonado el rastro/ y pudiera desandar esos pasos./ Acaso sentir un pasado intacto,/casto de toda insensatez/ en el que nunca naufragué.”
El tiempo aparece en el “añejo vino” del “Menú” de los ángeles; en “las horas” que son “tiernas amigas” o cuando traza “una línea entre el ayer y el ahora” en “La espera”. De ahí son las “noches largas” y el invierno que llega “cargado de estrellas frías”.
Es interesante el juego entre el dormir y la vigilia en el poema “Sueño”, adonde dice: “tarda una vida el despertar”. “Habré sabido, en serio, soñar? ¿En qué extremo ilusorio dejé la vigilia?/Porque voy por un claro de sueño/ y tarda una vida el despertar” (final última estrofa). Asimismo, en el de la página 25 (Invisible), donde aparece la INFANCIA , que es otro de los temas recurrentes en el libro, se representa al tiempo en la figura de un niño con máscara de adulto. Como diría Saint-Exupery, en la dedicatoria de su inefable Principito, “todos hemos sido niños antes, pero pocos lo recuerdan”.
Cadenciosamente, sube y baja el tiempo hacia la superficie de las páginas, en forma literal (“los años de hacen los tontos”, “el tiempo se vuelve inconsistente”) o metafórica (“y la juventud se atrincheró/en su nido de canas.”).
Sin embargo, no por ser central el motivo del tiempo, tiene que ser el más importante. Tal vez bajo su ala se encuentre la expresión de la filosofía del poeta. En este sentido, es posible detectar a veces cierta incertidumbre, un vago desconcierto, que el autor hace sentir a veces con una sensación de entrega inevitable, de desesperanza, y otras veces, en cambio, con la sensación opuesta: la esperanza, el asombro, las certezas. Asimismo, practica la ironía y una suerte de rebelión contra el orden convencional, que no sirve (cuando las flores brotaron en el pavimento, “algunos ciudadanos se alarmaron y decretaron ilegal la alegría de las plantas”).
El título del libro trae un aire bondadoso porque evoca el bello perfume de la menta. Si además ese aroma tiene forma de luna, hay allí una convocatoria a la poesía plena, de hoy y de siempre. Hay también mucha claridad y por eso el libro se lee con gusto.
Y así se van encontrando verdaderos hallazgos (como cuando de golpe alude a una “distracción” del tiempo: “La eternidad es ese instante/ en que el tiempo se distrae/ deshojando el pétalo del día/ sabiendo que el mañana es suyo”), a la par que la alabanza a las cosas más humildes. ¿Cómo es esto último? Veamos.
“Una pluma cae leve y cenicienta en una charca de agua turbia”. El poeta la recoge y la devuelve al cielo desde su reflejo en el agua. Con metáforas perfectas, nombra a la margarita (“artesana de la sonrisa”)o personaliza al lápiz en la oreja del verdulero. Además, es “dueño de vastas/extensiones de deseos”.
En el entretejido de las pequeñas cosas, el tiempo o la infancia, el autor va desgranando entonces sus reflexiones filosóficas, a las que aludíamos más arriba y que adquieren forma específica cuando, a la manera de haikus, inserta sus aforismos a los que él llama “Anclajes” y numera.
La atmósfera existencial de este poemario alterna con los dibujos del propio González Páez, autor también del diseño de tapa. Si el lector se ha sumergido en él y en la dimensión de la que hablábamos al principio, sentirá llegar con nitidez estas “señales en el aire” .

martes, 29 de junio de 2010

Hable como quiera

César González Páez

Leyendo el Diccionario de americanismos, editado recientemente por la Asociación de Academias de la Lengua Española, se comprende que hay un daño en las formas de hablar correctamente el español. El idioma une a los pueblos, pero resulta que cada palabra con los años va cambiando su sentido de una manera alarmante. Ya en 1949 aparecían estudiosos de la lengua que advertían los disparates idiomáticos de ese momento. Este diccionario hay que leerlo como una curiosidad preocupante, porque si uno va a redactar un texto no tendrá el mismo sentido en diversos países de Latinoamérica. Ya en la década del cuarenta, los investigadores de la lengua sostenían que había que combatir la plaga de chabacanería que hace daño al intelecto. Argumentaban que era un signo de atraso moral, que el modismo vulgar o arrabalero eran señales de incultura. Estaban preocupados, el libro Diálogos de la lengua, de Juan de Valdés, señala que el castellano es una lengua tan noble, tan entera, tan gentil y tan abundante, que dejarla perder por negligencia debería avergonzar. Entendían que desde entonces se malgastaba el hablar en vulgarismos torpes, propio de villanos. El único refugio era el eficiente diccionario que nos indicaba qué significan las palabras y cómo se usan con propiedad, con la finalidad que entendamos todos de qué estamos hablando. El Diccionario de americanismos, que podría definirse como un estudio antropológico sobre conductas en formas de hablar o para entender sinsentidos de las palabras. Nos encontramos por ejemplo que uno puede ser "centenarista", que es alguien que está de acuerdo con las ideas del centenario de su país. Encontramos que "chachalaqueadera" es una conversación larga e insustancial, un "codina" es un tacaño, el libro acepta "cuerona" como mujer hermosa. Un "culimbo" significa simple e insignificante y en algunas regiones significa niño de corta edad. Usted en vez de darse una ducha puede decir que va a hacer una "enjuagada". Un "estupinián" es una persona estúpida, otra palabra aceptada es una derivada de una marca "gamezán", que significa una sustancia tóxica que se usa como insecticida. Esto parece una "jarusca" que puede significar mentira, engaño o estafa. Pero claro, depende del país en que uno se encuentre, porque las palabras pueden significar todo lo contrario de lo que usted quería decir. Tenían razón los puristas de la lengua de otras décadas al advertir que estos neologismos destruyen el sentido de unión que debe tener el castellano. Que una palabra se use con propiedad para que se entienda en cualquier parte del planeta donde se hable castellano, tendría que ser una campaña global. Que un término popular sea simpático en una región, es un síntoma que, antes de hablar con propiedad, se prefiere vulgarizar el habla. El diccionario, alentado por la Real Academia de la Lengua Española no cumple con uno de los dictados de esta institución, que tiene por misión: "pulir y dar brillo" al idioma.

lunes, 21 de junio de 2010

El aula de la vida

César González Páez
cesarpaez@uhora.com.com

Si usted piensa que habiendo recorrido los tres períodos de la enseñanza, y habiéndose recibido con altos puntajes, ya se abandonan las aulas, está equivocado. El español Pablo Casals, ya muy anciano seguía ensayando con su violoncello, tratando de sacar una melodía más perfecta. Cuentan que quienes lo observaban en ese empeño, le preguntaron por qué seguía practicando si dominaba plenamente el instrumento, a lo que él respondía: “Porque creo que todavía puedo aprender algo” . Era un ser humano inagotable, tenía noventa y siete años cuando murió aquel nefasto 1973, conocido como el año que se llevó los tres Pablos: Casals, Picasso y Neruda. El violoncelista a pesar de su edad todavía tenía algo que buscar dentro de sí mismo para perfeccionarse más.
Y otro recién bajado del tramo de la vida, el luso José Saramago, con ochenta y siete años, seguía buscando las mejores palabras en el mejor orden. Tenía todavía brillantes ideas para escribir. Sorprendió a muchos en su discurso al recibir el Premio Nobel de Literatura en 1998 cuando dijo: “El hombre más sabio que he conocido no sabía ni leer ni escribir”, se refería a su abuelo. De esos que aprenden en el aula de la vida, que te enseña de todo, el sacrificio, la entereza y la honestidad en la humildad. Que te enseña a valorar una alegría ganada tras el esfuerzo y a ser sensato. El paisaje, las costumbres, los buenos y malos momentos, un aula silvestre para aprender a superar los conflictos que a todo ser humano le llega en algún momento de su vida, tal vez le hayan ayudado a ser sabio sin saberlo.
Saramago dijo también un secreto: “La vejez empieza cuando se pierde la curiosidad”. Jorge Luis Borges, a su avanzada edad, arropó este concepto: “No pierdo todavía el asombro”: El hecho de asombrarnos y de sentir curiosidad por las cosas, reales e intangibles, de este mundo, es lo que nos pone en movimiento para encontrarle un sentido a la vida, y eso no se hace sino considerando y darnos cuenta, que no importa lo que hayamos aprendido en las escuelas, sino que estamos de aprendices en esa aula invisible que es la vida. Cuya única promoción que conoce son los que se van de este mundo y dejan su legado para los sobrevivientes.
La curiosidad sana, el asombro estimulado por la inocencia de que todo merece un poco de atención, nos hará comprender que no hay cosas nimias sino carátulas que nosotros le ponemos a las cosas según nuestro interés.
Un grano de saber no hace granero pero ayuda a su compañero, podríamos decir que cada asombro nos conduce a otro y así va tejiendo el sentido de nuestra existencia: debemos creer, como Casals, que todavía podemos aprender algo. Que no está todo hecho, ni planificado de tal modo que no admita una revisión. Los profesores se pasan año a año haciendo las mismas preguntas, que no es repetirse, porque las que cambian son las respuestas. Es ese cambio constante que hace mejor la tecnología, la filosofía y las artes. Aunque haya errores, que son otros maestros del aula invisible de la vida, porque si no aprendemos de los errores, ellos se quedan con nosotros haciéndonos amable compañía el tiempo que haga falta, hasta que nos demos cuenta. Por suerte no todo está hecho, ni pensado, todavía hay melodías no escritas, cuadros bellos no pintados, amores no vividos, discursos correctos no pronunciados, todavía hay políticos nobles sin usar, democracias que entender y tecnologías del confort sin resolver. El misterio de la vida en sí mismo es otro desafío para generar interés y asombro.
De modo que no piense que se abandonan las aulas por lucir un diploma en la pared, siéntase mejor como un aprendiz del porvenir.

miércoles, 9 de junio de 2010

Levemente desocupado

Al Borde por César González Páez

Esta columna tiene como propósito llegar a los extremos de la vida que muchas veces recorremos, ya sea por necesidad, por curiosidad o por gusto nomás, Creo que ésto es lo que piensa, más o menos, alguien que acaba de ser despedido, busque las semejanzas, por si se encuentra algún día con ese tropiezo: “Así es, cuando a uno lo ponen de patitas en la calle se opera una especie de euforia: ¡por fin libre! Ahora podré ver a las chicas en su hora pico, paseando o comprando una y mil baratijas. Podré sentarme en un bar y beber una cerveza sin prisa como un experimentado filosofo que desdeña el reloj. ¿El tiempo? Que espere, ahora puedo leer ese libro que dejé por la mitad hace ya un tiempo, llamar a ese amigo que, ingratamente, he olvidado y cumplir con esa mujer, la incondicional, como dice el bolero que canta Luis Miguel. ¡Soy libre! ¿Se dan cuenta lo que es eso y qué importancia tiene para un enjaulado como yo? Lo decía el prócer San Martín, que cuando hay libertad todo lo demás sobra.
La euforia del libre albedrío sin embargo pasa su factura y andar por allí sin ton ni son, me hace pensar que estas merecidas vacaciones se están haciendo cargo de mi bolsillo. Pienso en el futuro que no muerde pero siempre te está ladrando.
Pero otra cosa está sucediendo en mi emancipada personalidad, a los pocos días de la euforia del principio empiezo a experimentar que algo me falta y no es otra cosa que esa soga que me ataba al yugo. Extraño al ácido de mi jefe con sus inoportunas órdenes, extraño las piernas de Laura que les gusta mostrar, pero que son de uso exclusivo de su marido. Extraño al guardia que anota mis llegadas tarde con cara de perro, a la simpática esa que viene casi todos los días a vender su chipa. Extraño la vida de oficina y ni siquiera hace un mes que me despidieron.
Me dedico entonces a leer los diarios, pero no como antes, sino comenzando por los avisos clasificados, en la sección empleos. Comienzo a escribir cartas diciendo que soy bueno en todo y sintiéndome igual de inseguro en todo. Me atienden eficientes secretarias, empresarios indiferentes que miran mi curriculum como si fuera papel higiénico. A otra cosa, pienso y cambio de rubro, me da lo mismo ser pintor, mozo de bar, guardia de un shopping, gondolero en supermercado o un vendedor de globos en los parques con un anexo de chicles y caramelos incluido. El trabajo dignifica, por ende necesito la seguridad que da el trabajo y parto, sin dolor, a otro día para estar sentado en diversas salas de espera para hacer 'el aguante'. Atentos a que alguien se fije en nosotros, que nos nos ninguneen tanto, como se dice ahora que está aprobado por la Real Academia de la Lengua Española. Que nos comprendan que estamos sin trabajo y sepan que somos humanos, que tenemos cédula de identidad, familia, amigos, que nos gusta el fútbol y que no nos animanos a decir cual es nuestro club para no desalentar a nuestro entrevistador. No vaya a ser que sea uno de esos roñosos contrarios. Así es, soy un desempleado y me sumo a la lista de espera. tengo más tiempo para caminar y cuando se busca trabajo uno practica mucho ese deporte, si no cree súbase a mis zapatos…”. Fue en ese momento que me desperté y salí corriendo hacia mi trabajo, que no está tan mal después de todo, hasta la cara de ogro de mi jefe me perece simpática.

lunes, 7 de junio de 2010

Secretos compartidos

César González Páez
cesarpaez@uhora.com.py

Hemos compartido una tonelada de secretos, siempre prudente, oficioso me has ilustrado y mucho. En las mil y una noches compartidas me enseñaste que Alí Babá no era el jefe de los cuarenta ladrones, disipando los preconceptos. Que hay muchas cosas que se pierden pero se encuentran otras de mejor calidad, como dictaba Jorge Luis Borges. También descubrí que esa deducción era el zumo de un cuento oriental y que al final es parte del juego de la imaginación y no está mal que cada uno tenga su versión. La inspiración se recicla porque se presenta cómo lo ve y cómo es cada uno, por tal motivo se convierte en irrepetible y única. La versión de cada vida lo es también, la historia es experta en contar ejemplos.
Aprendí que, para hablar de paz, no hay que convencer de eso a los amigos, sino a los enemigos. Algunos bien ganados, otros espontáneos por la semilla de la envidia.
Aprendí, sin que me dictaras sino sugiriendo como el gran maestro que eres, que el enojo siempre se disipa y las cosas que se dan de corazón curiosamente se conservan.
Aprendí historias de árboles que no querían ser talados, bebí historias que se tejieron alrededor del agua y de los que desde el comienzo de la civilización querían quedarse con ella. El agua que tal parece, será el verdadero tesoro cuando lleguen los días en que la ecología suelte su último pétalo.
Supe que los argumentos caprichosos, son semillas del destino y que aceptar lo que sucede, como la presencia de la muerte, es tomar conciencia que la vida es un préstamo que debe ser devuelto con dignidad. Me he sentido iluminado con las palabras que se fueron sumando a las mías y fueron el combustible que necesitaba para explicarme y contar a los demás las maravillas que inventariaba mi asombro. Fui creciendo con ellas, con palabras de todo calibre y que se pueden usar de mil modos. Incluso para mentir en público, pero también para una oración sencilla, agradeciendo un día más.
En cada recodo de los días de mi vida, ha estado la vertiente de tus conocimientos, sumando brillos de geografías que nunca he pisado, en astronomías de mundos que nunca pisaré ni en sueños, pude descubrir los retazos del alma de Pablo Neruda ordenada en versos inquietos por verdades del corazón. Pude conocer las leyendas, que son de todos y que no son de nadie, como la erudición de una espada en una roca filosofal, que premia a los que se esfuerzan en lo imposible. El premio a los que muchas veces rompen esos moldes establecidos que dictan que algo no se puede hacer. Si no fuera por esos adelantados, la ciencia se hubiera quedado esperando y demorando por siglos los logros que ahora nos parecen cotidianos.
Gracias a tu auxilio pude recorrer caminos en los que me estaba permitido extraviarme, seguir la luz de fantasías que alimentan el alma de los niños, dan consuelo a los adultos e iluminan a los viejos. Y pude volver por esos caminos que eran míos porque los conocía como todos conocen la manera de regresar a sus casas luego de las ocupaciones diarias.
Me place nombrarte, eres el libro que abrí un día y cuyas páginas se hicieron interminables en la costumbre de dedicarte cada día un momento. En silencio te has tributado generosamente y en esta parte de la vida en que me encuentro ahora, te reconozco y te celebro.

jueves, 3 de junio de 2010

Una tuerca

César González Páez
cesarpaez@uhora.com.py

En una esquina céntrica de Asunción, sobre el asfalto, un automóvil vez, extravió una tuerca. Se le desprendió drásticamente y, desde luego, algo comenzará a funcionar mal. Tal vez se destrabó de una moto, es plateada y parece provenir de un móvil elegante. ¿Alguien la extravió y la extraña? ¿Le dieron de baja porque no ajustaba bien los bulones? Estos extravíos simples son los que provocan un comentario, Se dan cuenta cómo un adminículo en la calle, olvidado de su honrado uso, puede generar tema para un análisis.
Me propuse entonces deducir aceptándo desafío que no hay temas menores ni descartables y los cronistas deben buscar pepitas de temas cotidianos. Nada cuesta deducir, el filósofo dirá: Al mundo le falta un tornillo y ahora una tuerca. El político: Hay que ajustar las tuercas para que las cosas importantes no se salgan de su lugar. El economista: Si seguimos perdiendo tornillos y tuercas la economía se resentirá en gastos inútiles, hay que inventariar bien y todo saldrá mejor. El de estadísticas dirá que tuercas como esa se pierden una cada hora y que por mes mil tuercas están huérfanas o sin trabajo. Los sindicalistas dirán que las tuercas están hechas para servir y que no se las debe despedir por lo tanto irán al paro. Los inútiles se preguntarán: ¿para qué sirve? Un niño la levantará para jugar con ella y su padre le regañará por alzar del suelo cosas que, como el mundo sabe, están llenas de microbios. El poeta comenzará a escribir una poesía sobre la tuerca que perdió su senda.
Luego de tantas especulaciones la tuerca vuelve a quedar sola y espera, tal vez el raudal se la lleve y conoczca el submundo de las alcantarillas, un caminante le dará un puntapié para hacerse la ilusión de un gol. Así la tuerca se ensayará, a su estilo, el viaje a ninguna parte. Tal vez esté jubilada, pero todos sabemos que las tuercas siempre sirven para un uso determinado: ajustar de modo que una pieza no se despegue de la otra. Tiene una misión en el mundo, cuando alguien va a comprar en la ferretería la tuerca que se le salió en el trayecto, se va mirando el suelo por si la encuentra y así ahorrarse el desembolso. Porque uno, además, no puede ir a una ferretería a comprar solamente una tuerca, sino que tiene que llevar varias por las dudas. Porque parece ser que las tuercas son rebeldes sin causa y se pierden de pura diversión. Pero el destino de la tuerca desprendida de su oficio ha comenzado a tener sentido, ha sujetado la imaginación y nada cuesta creer, que su historia tendrá un final feliz. Por lo menos en eso de ser por un día protagonista estelar del comentario de un periodista que no se le ocurre nada mejor.

sábado, 29 de mayo de 2010

Escriba su epitafio

César González Páez
cesarpaez@uhora.com.py

Es inevitable pensar en la muerte en algunos momentos de nuestra vida, por diversas razones. O bien por la muerte de un familiar o amigo. Cuando se habla de la parca suerte también se está hablando de los epitafios. Esa frase que es nuestro telegrama al futuro, o una definición de lo que fue nuestra vida. Es algo que en literatura ya se ha convertido en un género literario si se quiere. Hay dos tipos de epitafios, el que escriben para uno y el que el propio interesado deja ya escrito para el momento en que nos vamos de este mundo. Los hay graciosos, como “Perdone que no me levante” del cómico estadounidense Groucho Marx o como una inscripción en un cementerio de León (España): “Estoy muerto, enseguida vuelvo”. Están los serios como en un cementerio de un pueblo madrileño: "Como te ves, me vi, como me ves, te verás".
Y este comentario se dispara en torno a un libro que ha aparecido recientemente en España, titulado ...Y en polvo te convertirás, elaborado por la periodista Nieves Concostrina y editado por la Esfera de los Libros. Reúne más de un millar y medio de fotografías de placas mortuorias enviadas en torno a un concurso nacional de epitafios. En ese libro peued leerse este mensaje leído en un camposanto de Murcia: “Perdone que no asista a su entierro”.
Algunos mensajes póstumos célebres son: “Aquí yace Molière el rey de los actores. En estos momentos hace de muerto y de verdad que lo hace bien." del mismo dramaturgo francés Molière. El escritor y pensador español Miguel Unamuno dejó escrito: “Sólo le pido a Dios que tenga piedad con el alma de este ateo”. Tal vez el mensaje póstumo más extenso sea el de Isaac Newton, escrito en latín con más de diez líneas en donde cuenta la grandeza de sus descubrimientos y culmina del siguiente modo: “Dad las gracias, mortales, al que ha existido así, y tan grandemente como adorno de la raza humana”. El poeta inglés John Keats escribió para sí mismo: “Aquí yace alguien cuyo nombre se escribió en el agua”.
Un detalle que llama la atención es la periodista que compiló el libro, dijo que cuando se lanzó la propuesta de encontrar epitafios raros o curiosos, la repuesta fue sorprendente por la cantidad de mensajes que recibió. Fue en un artículo aparecido ante la presentación del libro y hace una reflexión interesante sobre el contenido: que se trata de un mensaje de alguien al que no le puedes rebatir o un mensaje que logra que te detengas ante la tumba de un desconocido atraído por esa frase que cifra toda una existencia.
Es muy probable que, si no lo hemos hecho ya, algún día pensemos en el nuestro. Pienso que uno oportuno sería: “Siga de largo, aquí ya no hay nada que hacer” o algo similar al epitafio del actor Mel Blanc, que le ponía la voz al personaje de dibujos animados Bugs Bunny: “Eso es todo, amigos”. Pero no me decido a elegir una frase póstuma porque no tengo agendado morirme a corto plazo, aunque eso sea algo que deseen mis enemigos, ¿quién no los tiene? Lo que puedo rescatar sí, es éste epitafio que escribió el lector de un diario para si mismo: “Por fin he superado el miedo a la muerte”.

miércoles, 26 de mayo de 2010

Un nudo en la garganta

Por César González Páez
- Mirá, ésta es mi colección de corbatas, la pieza que más atesoro es justamente esta roja que usó el mismísimo Nat King Cole. No ha sido fácil coleccionar telas tan codiciadas. Tengo otras de Bing Crosby, Dean Martin y Elvis Presley. Cuando estuve en Europa junté las de Ives Montand y Alain Delón.
Así hablaba a su amiga, una mujer de porte distinguido que había recorrido, desde adolescente, esos lujosos clubes donde se presentaban cotizados cantantes románticos. ¿Cómo había logrado que se las regalaran? Eso es algo que sólo puede ser atribuido a su belleza, ese don de presencia femenina que parecía prometer todo tipo de arrebatos. También su voz era seductora pues pedía las prendas con tanta naturalidad que pocos se atrevían a contradecirla.
Además tenía una oportuna costumbre, llevaba en su bolso de mano, unas diez o veinte corbatas de seda, elegidas con tan buen gusto que muchas veces los cantantes y actores se la intercambiaban sin ninguna dificultad, como si hubieran hecho un gran negocio. Lo importante para ella era alimentar cada vez más su colección.
En aquellos días -hablo de la década del cincuenta- pasearse sin corbata o moño por los elegantes casinos y clubes era como andar desnudo. Los guardias de tales lugares se encargaban de echar al infortunado sujeto que los había ofendido sin la tenida de rigor. De ahí se entiende que la colección haya sido tan difícil de aumentar en aquellos triviales días. La mujer sin embargo admitió que muchas de las piezas las había adquirido cuando ella accedía a ser acompañada hasta la puerta de su
propia casa. Allí, esquivando el infaltable galanteo obtenía el preciado trofeo.
- Esta tiene una mancha ¿no me digas que se la arrancaste a alguien famoso? -preguntó la amiga a la coleccionista de corbatas poniéndole frente a los ojos una de sus reliquias. Pero ella la alejó con un gesto como si dijera “ah, esa..”
- Si supieras que, por culpa de este trapo, perdí una corbata que me había regalado nada menos que Frank Sinatra.
Seguidamente la mujer se calmó porque le fascinaba contar la historia.
- La noche que me dio la dichosa prenda, en aquel verano del 56, ocurrió un accidente. Franky acababa de intercambiar su famosa corbata conmigo que ya pensaba colgar en el lugar más privilegiado de mi cuarto, pero justo en ese momento un gángster maleducado pasó cerca nuestro y tropezó con un influyente miembro de la Corte Suprema. El pobre legislador metió su corbata en los tallarines que comía con tanta fruicción que todos pensamos que iba a reventar de un momento a otro.
Suspiró hondo recordando aquellos días.
- ¿Te imaginas? El lazo plateado y radiante que lucía el influyente político pasó a ser de pronto este trapo sucio. Yo me quedé sudando Chanel viendo el mal momento que estaba pasando ese hombre que comenzó a ponerse como un energúmeno, como toda persona que detenta un poder. Como yo solía llevar mi provisión de corbatas en la cartera me acerqué y le ofrecí cambiársela Le expliqué que era una coleccionista. Él comenzó a gritar pero yo he sido domadora de tipos como éstos, con toda elegancia lo convencí y le cambié la corbata. Frankie y yo salimos del club antes que nos alcanzaran esos fotógrafos y croniqueros que andan inventando romances.
Sin embargo la escena con el congresista me cambió la vida para siempre y ya te darás cuenta por qué. Esa noche haciendo el conteo de piezas nuevas, descubrí con horror que le había dado, equivocadamente por supuesto, la corbata de
Sinatra al gordo aquel.
Le contó a su amiga que después no pudo dormir y a la mañana siguiente se propuso recuperar la valiosa pieza. Si le decía al congresista que era de La Voz -como le llamaban entonces al cantante- seguro que se la iba a quedar para él. De modo que, para despistar esa posibilidad, pensó en un plan infantil: le diría que le había dado por equivocación un recuerdo de su padre.
Pero primero tenía que encontrarlo, saber dónde vivía, consultó con los mozos del club donde lo había visto y luego de largar una generosa propina accedieron a darle el teléfono, lo que ella consideró un triunfo sin darse cuenta que lo podía conseguir sin ningún esfuerzo en la guía telefónica. Piensen que en aquellos días todo debía ser o parecer una conspiración. Los mozos le dieron información vital: le comentaron como al descuido que al hombre le gustaban los boleros, siempre reclamaba que es escuchara esa música en su cena. Con esa información y su sentido femenino de la seducción para lograr sus propósitos, sabía que lograría lo que quería.
Al día siguiente, con mejor la mejor sonrisa acompañada de su mejor vestido, se presentó en el despacho del funcionario y se encontró con un hombre educado que sólo se convertía en energúmeno en los clubes de moda. La atendió con simpatía e interés, hasta le creyó la historia de la corbata pero le aclaró que él tenía doscientas cincuenta en su ropero y que entonces debía revisarlas ella personalmente si quería recuperarla. Así lo hizo, se acordaba perfectamente del dibujo, pero resulta que cuando empezó a mirar la enorme cantidad de diseños, muchas eran parecidas y eligió la que imaginaba que era pero no estaba segura. No hablaremos del fastidio que le provocó perder su pieza más preciada.
Días después recibió una invitación a cenar por parte del congresista y, como el destino es de lo más caprichoso que hay, no tardaron en formar una pareja y casarse.
- ¡Oh! -dijo la nueva amiga, porque nuestra coleccionistra también juntaba amistades para contarle su gran historia-
Ella lentamente dio otro sorbo de té y continuó con el relato que todavía la obsesionaba:
- Te juro que no acierto en saber cuál es la corbata de Franky, pero tengo la esperanza que, algún día de éstos, la voy a encontrar.
- ¿No te habrás casado por una corbata?
- No querida -dijo la mujer muy distendida en la elegante mansión- de ningún modo. Él tal vez sea un exaltado pero tiene buen gusto y sabe tratar a una mujer.
Pero en su interior pensaba "Aparte tengo en casa todas las corbatas aseguradas". Nada le dijo tampoco a su confidente que una razón poderosa había sido el bolsillo generoso de su cónyuge, que había amasado una fortuna que sólo los políticos son capaces de acumular sin dar mayores explicaciones.

Mientras las amigas conversaban el legislador regresaba a su hogar en automóvil escuchando su música favorita. Una cantante aseguraba con voz meliflua: "Siempre que te pregunto, que cómo cuándo y dónde. Tu siempre me respondes; quizás, quizás, quizás...". No lo hacía tan mal.
De pronto el gordo se puso impaciente y le gritó a su chofer que acelerara un poco pues pensaba celebrar su primer aniversario de casamiento y quería dar a su mujer una sorpresa...en efectivo. El congresista se miró en el espejo del auto, se alisó el pelo y se acomodó mejor el nudo de la corbata notando que había algo en el forro de la tela. Efectivamente, encontró un minúsculo papelito con esta sencilla frase "Hoy no, pero mañana sí. Te espero el jueves en el Paradise a las siete. Sé puntual. Frank". Una carcajada del gordo asustó al chofer que vió cómo tiraba el papel y la corbata por la ventanilla.
- ¡Me han vendido una corbata usada!
Cuando le contó a su mujer la divertida anécdota, ella se puso tan pálida que no le habló por tres semanas y luego le pidió el divorcio. El mejor regalo de casamiento que aquel infortunado podía haberle hecho a su mujer aquel maldito día, fue recogido por un vagabundo, que lo usó para atar una bolsa de basura.

miércoles, 12 de mayo de 2010

Se derrumba el 'efecto' Mozart

Por César González Páez

Aunque para seguir un hilo de coherencia estas líneas deberían llevar por título ¿Se derrumba el ‘efecto’ Mozart? Para dejar una ventana de esperanza ante la afirmación categórica que la música del genial músico Wolfgang Amadeus Mozart no influye en el intelecto de los niños o personas que escuchan sus melodías. Era, lo que se ha dado a llamar, un ‘mito’ o una leyenda de la psicología popular que empezó, como comienzan todas las verdades a medias, porque alguien calificado lo dijo por primera vez. Pero, ahora la cosa parece que viene en serio, que no influye para nada porque un grupo de científicos austríacos llegaron a la conclusión que el sonido Mozart no eleva la inteligencia de los niños.

Permitan el disenso, aún en contra de la ciencia, de los arrebatos que siempre tienen algunos científicos, especialmente si están en grupo, de creer que tienen la verdad entre manos. Convendría pensar que la música sí influye, categóricamente, de una manera emocional en las personas.

En especial la música clásica, porque, cualquier oído atento se da cuenta que ese género musical está más cerca de la naturaleza. Sí, de esa cosa verde, de la que el hombre de hoy se está alejando peligrosamente y deberá volver para pedir perdón.

No sólo Mozart influye, pongamos por ejemplo Las cuatro estaciones de Antonio Vivaldi, es casi inevitable cuando se escucha no ‘ver’ el paisaje del otoño y sentir la emotividad de esa estación. ¿Cómo no sentir la alegría en la primavera y la exaltación en el verano? Escuchar música es un privilegio del alma, un oasis en medio de las arbitriaridades de la vida. Franz Liszt ha sostenido que la música es el corazón de la vida, no le ha faltado la razón, como se ve, a lo largo de los siglos, Es que esas melodías influyen, si no existiese la música, ya lo dijo un filósofo, el mundo estaría incompleto. Es tan grande el repertorio de sonidos que es también inevitable pensar que una melodía en especial, no importa de qué autor, llegue a nuestra más profunda intimidad e influya en nuestra disposición a aprender o entender para qué estamos en esta vida. Beethoven nos rehala por su parte una enormidad de estados anímicos que no podemos pasar por alto, Brahms fue elogiado por Jorge Luis Borges por la serena melodía que no le impedía escribir mientras lo escuchaba. La serenidad y la variedad de matices anexos que sólo Bach pudo percibir. Estamos sin duda ante el ‘efecto’ música.

La existencia está sedada o influenciada por la emotividad de que dispone la música. Esos sonidos son armas eficaces para orientar los sentimientos, por más disímiles que éstos sean. ¿Por qué creen que hay marchas militares para incentivar a los soldados a la valentía y su sentido de pertenecer a una causa? El repertorio universal también incluye música serena que invita al desplazamiento estético cuyo mejor ejemplo es el ballet, cuando música y movimiento se hermanan en la estética de un salto. También asiste en la inspiración para llenar unas cuartillas en el cuaderno de cualquier poeta, o serena la mano del artesano para hacer finas y delicadas piezas de orfebrería. Música de brotes distintos nos llegan y nos dejan su huella, desde los pájaros, pioneros naturales del canto o el arrullo de una fuente. Todo sonido se incorpora en nuestras almas para alentarnos en algo y ser mejores en lo que sea. La música, otro milagro de su autoría, es que socializa a la personas en el baile desde siempre. Y los científicos dicen que el ‘efecto’ se vino abajo porque hay evidencias concretas que la música de Mozart no sirve para incentivar a la niñez como aseguró en 1993 Frances Rauscher, una psicóloga estadounidense. Esa afirmación. que aportó un concepto educativo logró que muchas madres hicieran escuchar al niño que estaban gestando, las melodías de Amadeus. Los grandes aciertos de la ciencia no se discuten al principio porque vienen acompañados por la euforia del descubrimiento. Pero permítanme disentir, ya lo dijo Nietzsche que sin música la vida sería un error.

martes, 11 de mayo de 2010

En cada frase una historia

Por César González Páez

Hay dichos populares que los investigadores de la lengua se encargan de buscarle sus orígen y resultan que son dichos a medias, porque quienes citan, desconocen o nos les conviene, lo que verdaderamente quieren decir.
Va un ejemplo, el sencillo refrán "El que tiene boca se equivoca", hasta ahí todo bien para muchos quieren defender un error propio y su derecho a meter la pata. Pero el dicho completo es como sigue, según los entendidos: "El que tiene boca se equivoca y el que tiene seso no dice eso".
Cosas minúsculas, los pequeños errores crean daños mayores y para eso hay un refrán, también mal citado por muchos. Es el que dice "Por un clavo se pierde la herradura", que nos está tratando de decir que podemos perder el zapato por algo que onideramos minúsculo. En pocas palabras, por el descuido en un detalle, algo que le restamos importancia, puede crearnos un dolor de cabeza. El dicho completo es "Por un clavo se pierde la herradura, el caballo y el caballero". Saquen sus propias conclusiones, no hay acto que no tenga su resonancia en otros efectos. La teoría del caos nos enseña que una chispa provoca grandes incendios.
Pero aquí estamos hablando de refranes que nos ahorran de dar tantas vueltas a cualquier asunto. Hay uno simpático: "Me sacas de las casillas", para quienes se ponen impacientes porque otro le molesta, les cuento por si sirva, que esta frase deviene del juego de ajedrez. En donde al que va perdiendo les sacan las piezas de las casillas del tablero. Lo sacan de "sus" casillas, tiene razón de estar contrariado.
Otro dicho simpático es "Por plata baila el mono", según las deducciones de los académicos, los animales que algunos artistas callejeros solían enseñarles a hacer algunas piruetas, se ponían contentos cuando sonaba una moneda tirada por un transeúnte. Craso error, la pobre mascota no bailaba por la plata. En realidad el sonido de la moneda le hacía bailar la codicia a su dueño que, tal vez, premiara al mono con una banana. Y así, gracias a los proverbios y a las frases brillantes de filósofos y escritores, nos ahorramos un montón de disparates, si son citadas bien.

lunes, 10 de mayo de 2010

¡Me importa un bledo!

Por César González Páez
cesarpaez@uhora.com.py

Cuántas veces hemos escuchado esta frase en boca de hombres públicos, funcionarios móviles y ¿por qué no? nosotros mismos. Menos los empleados ante sus jefes o mandamases y los serviles, del estrato social que sea, que muchas veces lo piensan pero se limitan a sonreír falsamente para su conveniencia. En fin reglas del juego del que puede y lo expresa.
Esta locución es lo que se dice: una frase hecha, con la cual esperamos que todo el mundo nos entienda cuando decimos que algo nos importa un comino, es decir poco o nada. Y aquí podemos darnos cuenta que, cuando decimos bledo y comino, nos estamos refiriendo a dos plantas. Bledo es una gramilla rastrera de pequeñas dimensiones y que, prácticamente, no tiene provecho en la agricultura… pero esperen. El comino por su lado aromatizante es muy útil pero a lo que se alude no es a sus propiedades, sino a su pequeñez. Muchos cinéfilos aluden la popularidad de la frase, a la célebre intervención del actor Clark Gable que la pronunció en Lo que el viento se llevó, ante la bella Scarlett, intenso personaje encarnado por Vivien Leigh, corría 1939. Y así nació la popularidad del bledo que tanto desperdiciamos por no encontrarle utilidad, pero resulta que en un concilio de cocineros se descubrió que se trata de una planta comestible que se puede ingerir en ensaladas o hervidas. Y así, como vamos en la degradación del planeta, sospecho que pronto el bledo será nuestro plato favorito. La frase caerá en franco descenso para ocupar su merecido lugar en la cocina y puede que los poetas le dediquen unos versos como ya hicieron con el laurel y la hierba buena.
Y ahora esto viene a cuento porque cuesta decir la verdad, poder expresar nuestro pensamiento que algo no nos interesa y si alguien se anima en momentos difíciles o comprometidos, alude que tal expresión es “sincericidio”, que es algo así como auto incriminarse o eliminarse de la sociedad. Si la gente no tuviera doble moral o los conceptos de buenos modales permitirían el disentimiento amable, muchos obstáculos se allanarían y es posible que no haya disturbios cada vez que se trata algo, ya sea en el senado como en la mesa de un bar. Dejaríamos en paz al bledo que ahora se come y al comino que siga dando sabor a las empanadas.
Muchas palabras han sido prohibidas por parecerse o sonar como otras y, viajando por Internet, me entero que en aquellos años de la década del treinta en Estados Unidos la palabra bledo (damn en inglés) estaba prohibida en los guiones de medios de comunicación por la similitud de su pronunciación con “maldición” en ese idioma. Se llegó a un acuerdo con los censores que dicho vocablo se permitía si estaba dentro de una expresión histórica, folclórica o fuera una cita de una obra literaria. O sea, permisible “a menos que el uso fuere intrínsecamente objetable u ofendiere el buen gusto” como rezaba literalmente el código de la moralina de entonces. Ha corrido mucho bledo desde entonces y la pobre planta paga los tropiezos del idioma, de los disgustos de las personas, de la minimización por su estatura. Pero finalmente sale brillando y revitalizada en un plato, supongo sabroso porque la verdad nunca lo probé. Pienso que la gente, con el tiempo, se verá obligada a repensar la susodicha frase, porque cuando en una emergencia no haya nada para comer, vamos a cambiar el antiguo tono peyorativo por éste igualmente positivo: “De verdad, me importa un bledo”. ¡Buen provecho!

En cada frase una historia

César González Páez
cesarpaez@uhora,com.py

Muchas veces pronunciamos frases hechas que pertenecen al patrimonio popular, pero es muy interesante averiguar un poco por qué la decimos o, mejor, de dónde provienen. Por ejemplo cuando decimos que “no dejó un títere con cabeza”. El dicho viene de la obra de Miguel de Cervantes, quien en una escena de El Quijote asiste a una función de títeres que eran habituales en España del siglo XVI. Allí El caballero de la triste figura se conmueve con una obra e intenta defender a Melisendra, una princesa de trapo, y acomete con los otros muñecos y los descabeza. También en nuestro hablar diario está el término de si alguien es de “sangre azul”, esto proviene de Europa, los campesinos que trabajaban durante todo el día tenían la piel oscura por su exposición al sol y al polvo, mientras que los que no trabajaban tenían la piel tan blanca que dejaban ver las venas azules. De allí viene el dicho y por extensión con su significado de “nobleza” porque no trabajar significaba, y no podía ser de otro modo, que pertenecía a la aristocracia. El dicho “El que se fue a Sevilla perdió su silla”, viene de un obispo, Fernando de Fonseca, que por defender algunos intereses de la Reina Isabel la Católica viajó a esa ciudad y dejó como reemplazante a un sobrino, que luego resultó ser desleal y al regreso del sacerdote se negó a devolverle su obispado. Otro dicho interesante es ¿Quién te dio vela en este entierro? deviene de una costumbre antigua que los familiares cercanos entregaban una vela en los funerales de la familia. Los allegados debían mantener encendidas las velas en señal de duelo, los demás asistentes acompañaban los funerales pero no eran distinguidos con la vela, por extensión no tenían ese privilegio. La literatura, como el ejemplo anterior de El Quijote, nos ha dejado también frases comunes como “la gallina de los huevos de oro” para significar cuando alguien tiene una actividad provechosa y la desperdicia, viene de una fábula de Esopo y contiene una sentencia que la ambición suele perjudicar. Habla de un hombre que tenía una gallina que ponía huevos de oro, pensando que el animal era todo de ese metal la mató, pero encontró que era una gallina común y corriente. Así se quedó sin el ave y sin los huevos de oro. También el escritor español Lope de Vega nos dejó el dicho “El perro del hortelano que no come ni deja comer”, que describe a un hombre que, por respeto, no quiere intimar con una mujer, ni dejar que nadie se le acerque, hasta formalizar su relación. También “morir de amor” que inmortalizó William Shakespeare que significa los amores imposibles como Romeo y Julieta, cuyo desenlace fatal conocemos todos Otra frase es “la corte de los milagros” que nos legó Víctor Hugo en El jorobado de Notredame, en que los mendigos exageraban sus defectos de día para generar compasión y de noche cuando nadie los veía, milagrosamente, andaban normalmente. Muchas frases que se nos deslizan a diario tienen su origen y, a veces, es muy interesante saber de dónde provienen.

lunes, 3 de mayo de 2010

El reloj

El guarda manejaba el colectivo con tal lentitud que si seguía así iba a comenzar a retroceder. Algunos pasajeros miraban sus relojes para comprobar la hora de una ejecución si llegaban tarde a sus respectivos trabajos. Recibirían reproches, descuentos de sueldo e insultos que ya pensaban en trasmitírselo al colectivero. Pero el conductor tuvo suerte porque al encender la radio comenzó a escucharse:

Reloj, no marques las horas
porque voy a enloquecer

Los viandantes comprendieron que tenía razón la estupenda letra de Roberto Cantoral, comprendieron que estaban estresados, que vivían pendientes de esas estrictas agujas y números digitales. Alguien se animó y comenzó una conversación que rápidamente se hizo general.
- Después de todo no somos máquinas, tenemos que encontrarle un sentido a la vida. Muchos de nosotros seguro que no sabemos qué hacer con esta vida rutinaria, esta existencia tan llena de baches y rotas promesas.
- Yo hace años que sueño con ir a pescar un día lunes en vez de ir al trabajo -se animó a decir otro sujeto que llevaba un maletín.
- De mí, ni hablar porque nada bueno hice desde que abandoné el colegio. No registro en mi vida algo que sea importante, ni siquiera estoy enamorada- señaló una muchacha.

Reloj, detén tu camino
porque mi vida se apaga

El colectivero tomó el bolero al pie de la letra y detuvo el omnibus mientra la conversación comenzó a ser más distendida al compás de un mate que pasaba de mano en mano.
- Mi vida ha sido siempre un caos -dijo el colectivero desoyendo los bocinazos que venían de atrás, pues, como es costumbre de algunos choferes, se había detenido en medio de la carretera. Siguió como si nada:
- Como les decía, mi vida se debatía en una total confusión pero ahora comprendo que el hombre que se conoce a sí mismo puede considerarse felíz. No tenemos más que una vida y debemos ser dignos para vivirla. No hay que menospreciar ningún momento porque de lo más trivial podemos sacar una enseñanza, algo que nos puede cambiar la existencia . Soy un hombre distinto y eso se los debo a ustedes, amigos anómimos que jamás olvidaré.
En eso estaba cuando de pronto subió un policía ordenándole que se apartara del camino, el colectivero lo insultó de un modo elegante ¿No ve que estos pasajeros van a cambiar radicalmente sus vidas? Piensan combatir la corrupción, atender mejor a los niños y dedicarse a lo que soñaron siempre, uno dice que hoy mismo seguirá un curso para aprender a tocar la guitarra y cantar canciones en los colectivos.
El agente creyó que el conductor se había vuelto loco y como había sido instruído que la ley debe respetarse y que el palo amansa a los chiflados, le aplicó una dosis de ese remedio tan barato como eficaz. El chofer, en trance de desmayarse pudo comprobar la efectividad de ese bolero que estaba escuchando y le pareció ver: "la estrella que alumbra mi ser".
Los pasajeros volvieron entonces a la normalidad como si hubieran sido rescatados de un estado de shock o de una huelga general del sentido común. Bajaron del colectivo y se fueron muy apurados porque les iban a descontar la hora por culpa de un bolero.


Goethe nos ilumina con esta frase "Cuán insensato es el hombre que deja transcurrir el tiempo estérilmente".

lunes, 26 de abril de 2010

Secretos compartidos

César González Páez
cesarpaez@uhora.com.py

Hemos compartido una tonelada de secretos, siempre prudente, oficioso me has ilustrado y mucho. En las mil y una noches compartidas me enseñaste que Alí Babá no era el jefe de los cuarenta ladrones, disipando los preconceptos. Que hay muchas cosas que se pierden pero se encuentran otras de mejor calidad, como dictaba Jorge Luis Borges. También descubrí que esa deducción era el zumo de un cuento oriental y que al final es parte del juego de la imaginación y no está mal que cada uno tenga su versión. La inspiración se recicla porque se presenta cómo lo ve y cómo es cada uno, por tal motivo se convierte en irrepetible y única. La versión de cada vida lo es también, la historia es experta en contar ejemplos.
Aprendí que, para hablar de paz, no hay que convencer de eso a los amigos, sino a los enemigos. Algunos bien ganados, otros espontáneos por la semilla de la envidia.
Aprendí, sin que me dictaras sino sugiriendo como el gran maestro que eres, que el enojo siempre se disipa y las cosas que se dan de corazón curiosamente se conservan.
Aprendí historias de árboles que no querían ser talados, bebí historias que se tejieron alrededor del agua y de los que desde el comienzo de la civilización querían quedarse con ella. El agua que tal parece, será el verdadero tesoro cuando lleguen los días en que la ecología suelte su último pétalo.
Supe que los argumentos caprichosos, son semillas del destino y que aceptar lo que sucede, como la presencia de la muerte, es tomar conciencia que la vida es un préstamo que debe ser devuelto con dignidad. Me he sentido iluminado con las palabras que se fueron sumando a las mías y fueron el combustible que necesitaba para explicarme y contar a los demás las maravillas que inventariaba mi asombro. Fui creciendo con ellas, con palabras de todo calibre y que se pueden usar de mil modos. Incluso para mentir en público, pero también para una oración sencilla, agradeciendo un día más.
En cada recodo de los días de mi vida, ha estado la vertiente de tus conocimientos, sumando brillos de geografías que nunca he pisado, en astronomías de mundos que nunca pisaré ni en sueños, pude descubrir los retazos del alma de Pablo Neruda ordenada en versos inquietos por verdades del corazón. Pude conocer las leyendas, que son de todos y que no son de nadie, como la erudición de una espada en una roca filosofal, que premia a los que se esfuerzan en lo imposible. El premio a los que muchas veces rompen esos moldes establecidos que dictan que algo no se puede hacer. Si no fuera por esos adelantados, la ciencia se hubiera quedado esperando y demorando por siglos los logros que ahora nos parecen cotidianos.
Gracias a tu auxilio pude recorrer caminos en los que me estaba permitido extraviarme, seguir la luz de fantasías que alimentan el alma de los niños, dan consuelo a los adultos e iluminan a los viejos. Y pude volver por esos caminos que eran míos porque los conocía como todos conocen la manera de regresar a sus casas luego de las ocupaciones diarias.
Me place nombrarte, eres el libro que abrí un día y cuyas páginas se hicieron interminables en la costumbre de dedicarte cada día un momento. En silencio te has tributado generosamente y en esta parte de la vida en que me encuentro ahora, te reconozco y te celebro.

jueves, 8 de abril de 2010

AL BORDE...

La brevedad como ejercicio literario



César González Páez
cesarpaez@uhora.com.py

Uno de los ejercicios más atractivos, por lo difícil, literariamente hablando. o escribiendo, es llega a redactar un cuento breve. En este caso no se presta fácilmente la frase si breve dos veces bueno. Porque tejer una trama con una economía de telegrama, con una síntesis irrefutable y una comunicación que conlleve una lectura en “entrelíneas”, es un ejercicio de laboratorio cerebral que muchas ganas hay que poner, pero no siempre el producto es de buena calidad. Muchos escritores que practican este deporte de la brevedad, han llegado a formar una especie de competición en la cual el ganador será aquel intelectual de las letras que con menos palabras –contadas ellas- pueda darnos la idea de una trama bien lograda. Citar a Augusto Monterroso sería por cierto casi obligatorio, pero esta vez lo dejaremos de lado para que el lector recuerde su célebre cuento breve, sí, ese que traspola la fuente de un sueño para decirnos que el “dinosaurio sigue allí”. Bonita fábula, porque incluye un animal aunque sea prehistórico, pero no ha sido el sumun de los ahorros verbales a lo que aspiramos y todavía puede ser quebrantable con otro récord, que se generará de alguna pluma genial y, por cierto, desconocida. Hasta aquí escribir un cuento breve es callarse un poco y escribir menos pero con la maestría se subirse una línea que nos conduzca a una historia, que deje satisfecho a todos y agregar que fue escrita asumiendo todos los riesgos para mejor espectacularidad, como suele decirse: columpiarse en un fugaz espacio sin red. Muchos escritores, esto hay que admitirlo, abusamos de las palabras y muchas veces no se nos aclara en la mente sus verdaderos significados, de allí que tropecemos con algunas piedras en el camino. En ese sentido mis respetos van para los escritores de novelas policiales, que lo primero que hacen, por lo menos los grandes autores del genero, es no menospreciar la inteligencia del lector. Más bien tienen la mejor disposición de creer que quien los lee es sagaz, intuitivo y lo que es más difícil, alguien a quien no se puede engañar con facilidad. Por dichas razones el escritor de cuentos breves deberá tener un alto respeto por los lectores crucigramáticos que los esperan del otro lado del cuento. Tender una trampita para luego afrmar lo contrario, es un juego fácil y los mecanismos de razonamientos suelen sufrir decepciones cuando el lector no está cumpliendo con la regla mínima de una trama policial. En ese género sabemos que hay un muerte, que hay una razón para el crimen, un culpable y una complicada trama de ocultamientos. El más impensado personaje o la más rebuscada razón para el delito es lo que opera como anzuelo infalible para atrapar, pero ciertamente el cuento breve no puede atraer solamente por su brevedad, sino que es un resultado matemático de utilizar las palabras correctas en su momento justo. Otra fuente de mucha ayuda para este ejercicio de decir las cosas con las menos palabras posibles, es el haikú de los japoneses, en que tres líneas ordenan un sentimiento, un paisaje o una delicada trama que merece la atención del lector. Este ejercicio fue valorado por Jorge Luis Borges que lo practicó y no siempre con certera flecha. Esta afirmación es personal debido a que la poesía se concentra más en los estados sentimentales que hechos meramente descriptivos. Sin embargo hay uno que se le atribuye de sutil trama, ahí va y lo hace en tono de pregunta: ¿Es un imperio esa luz que se apaga o una luciérnaga?
En síntesis, si está por escribir un cuento breve, lo siento, está en problemas. En cambio lo afortunado sería escribir un cuento que contenga todo lo que quiso decir y encima bendecido por la brevedad.