Palabras, palabras...

Palabras, palabras...
Dibujo; César González Páez.

sábado, 29 de mayo de 2010

Escriba su epitafio

César González Páez
cesarpaez@uhora.com.py

Es inevitable pensar en la muerte en algunos momentos de nuestra vida, por diversas razones. O bien por la muerte de un familiar o amigo. Cuando se habla de la parca suerte también se está hablando de los epitafios. Esa frase que es nuestro telegrama al futuro, o una definición de lo que fue nuestra vida. Es algo que en literatura ya se ha convertido en un género literario si se quiere. Hay dos tipos de epitafios, el que escriben para uno y el que el propio interesado deja ya escrito para el momento en que nos vamos de este mundo. Los hay graciosos, como “Perdone que no me levante” del cómico estadounidense Groucho Marx o como una inscripción en un cementerio de León (España): “Estoy muerto, enseguida vuelvo”. Están los serios como en un cementerio de un pueblo madrileño: "Como te ves, me vi, como me ves, te verás".
Y este comentario se dispara en torno a un libro que ha aparecido recientemente en España, titulado ...Y en polvo te convertirás, elaborado por la periodista Nieves Concostrina y editado por la Esfera de los Libros. Reúne más de un millar y medio de fotografías de placas mortuorias enviadas en torno a un concurso nacional de epitafios. En ese libro peued leerse este mensaje leído en un camposanto de Murcia: “Perdone que no asista a su entierro”.
Algunos mensajes póstumos célebres son: “Aquí yace Molière el rey de los actores. En estos momentos hace de muerto y de verdad que lo hace bien." del mismo dramaturgo francés Molière. El escritor y pensador español Miguel Unamuno dejó escrito: “Sólo le pido a Dios que tenga piedad con el alma de este ateo”. Tal vez el mensaje póstumo más extenso sea el de Isaac Newton, escrito en latín con más de diez líneas en donde cuenta la grandeza de sus descubrimientos y culmina del siguiente modo: “Dad las gracias, mortales, al que ha existido así, y tan grandemente como adorno de la raza humana”. El poeta inglés John Keats escribió para sí mismo: “Aquí yace alguien cuyo nombre se escribió en el agua”.
Un detalle que llama la atención es la periodista que compiló el libro, dijo que cuando se lanzó la propuesta de encontrar epitafios raros o curiosos, la repuesta fue sorprendente por la cantidad de mensajes que recibió. Fue en un artículo aparecido ante la presentación del libro y hace una reflexión interesante sobre el contenido: que se trata de un mensaje de alguien al que no le puedes rebatir o un mensaje que logra que te detengas ante la tumba de un desconocido atraído por esa frase que cifra toda una existencia.
Es muy probable que, si no lo hemos hecho ya, algún día pensemos en el nuestro. Pienso que uno oportuno sería: “Siga de largo, aquí ya no hay nada que hacer” o algo similar al epitafio del actor Mel Blanc, que le ponía la voz al personaje de dibujos animados Bugs Bunny: “Eso es todo, amigos”. Pero no me decido a elegir una frase póstuma porque no tengo agendado morirme a corto plazo, aunque eso sea algo que deseen mis enemigos, ¿quién no los tiene? Lo que puedo rescatar sí, es éste epitafio que escribió el lector de un diario para si mismo: “Por fin he superado el miedo a la muerte”.

miércoles, 26 de mayo de 2010

Un nudo en la garganta

Por César González Páez
- Mirá, ésta es mi colección de corbatas, la pieza que más atesoro es justamente esta roja que usó el mismísimo Nat King Cole. No ha sido fácil coleccionar telas tan codiciadas. Tengo otras de Bing Crosby, Dean Martin y Elvis Presley. Cuando estuve en Europa junté las de Ives Montand y Alain Delón.
Así hablaba a su amiga, una mujer de porte distinguido que había recorrido, desde adolescente, esos lujosos clubes donde se presentaban cotizados cantantes románticos. ¿Cómo había logrado que se las regalaran? Eso es algo que sólo puede ser atribuido a su belleza, ese don de presencia femenina que parecía prometer todo tipo de arrebatos. También su voz era seductora pues pedía las prendas con tanta naturalidad que pocos se atrevían a contradecirla.
Además tenía una oportuna costumbre, llevaba en su bolso de mano, unas diez o veinte corbatas de seda, elegidas con tan buen gusto que muchas veces los cantantes y actores se la intercambiaban sin ninguna dificultad, como si hubieran hecho un gran negocio. Lo importante para ella era alimentar cada vez más su colección.
En aquellos días -hablo de la década del cincuenta- pasearse sin corbata o moño por los elegantes casinos y clubes era como andar desnudo. Los guardias de tales lugares se encargaban de echar al infortunado sujeto que los había ofendido sin la tenida de rigor. De ahí se entiende que la colección haya sido tan difícil de aumentar en aquellos triviales días. La mujer sin embargo admitió que muchas de las piezas las había adquirido cuando ella accedía a ser acompañada hasta la puerta de su
propia casa. Allí, esquivando el infaltable galanteo obtenía el preciado trofeo.
- Esta tiene una mancha ¿no me digas que se la arrancaste a alguien famoso? -preguntó la amiga a la coleccionista de corbatas poniéndole frente a los ojos una de sus reliquias. Pero ella la alejó con un gesto como si dijera “ah, esa..”
- Si supieras que, por culpa de este trapo, perdí una corbata que me había regalado nada menos que Frank Sinatra.
Seguidamente la mujer se calmó porque le fascinaba contar la historia.
- La noche que me dio la dichosa prenda, en aquel verano del 56, ocurrió un accidente. Franky acababa de intercambiar su famosa corbata conmigo que ya pensaba colgar en el lugar más privilegiado de mi cuarto, pero justo en ese momento un gángster maleducado pasó cerca nuestro y tropezó con un influyente miembro de la Corte Suprema. El pobre legislador metió su corbata en los tallarines que comía con tanta fruicción que todos pensamos que iba a reventar de un momento a otro.
Suspiró hondo recordando aquellos días.
- ¿Te imaginas? El lazo plateado y radiante que lucía el influyente político pasó a ser de pronto este trapo sucio. Yo me quedé sudando Chanel viendo el mal momento que estaba pasando ese hombre que comenzó a ponerse como un energúmeno, como toda persona que detenta un poder. Como yo solía llevar mi provisión de corbatas en la cartera me acerqué y le ofrecí cambiársela Le expliqué que era una coleccionista. Él comenzó a gritar pero yo he sido domadora de tipos como éstos, con toda elegancia lo convencí y le cambié la corbata. Frankie y yo salimos del club antes que nos alcanzaran esos fotógrafos y croniqueros que andan inventando romances.
Sin embargo la escena con el congresista me cambió la vida para siempre y ya te darás cuenta por qué. Esa noche haciendo el conteo de piezas nuevas, descubrí con horror que le había dado, equivocadamente por supuesto, la corbata de
Sinatra al gordo aquel.
Le contó a su amiga que después no pudo dormir y a la mañana siguiente se propuso recuperar la valiosa pieza. Si le decía al congresista que era de La Voz -como le llamaban entonces al cantante- seguro que se la iba a quedar para él. De modo que, para despistar esa posibilidad, pensó en un plan infantil: le diría que le había dado por equivocación un recuerdo de su padre.
Pero primero tenía que encontrarlo, saber dónde vivía, consultó con los mozos del club donde lo había visto y luego de largar una generosa propina accedieron a darle el teléfono, lo que ella consideró un triunfo sin darse cuenta que lo podía conseguir sin ningún esfuerzo en la guía telefónica. Piensen que en aquellos días todo debía ser o parecer una conspiración. Los mozos le dieron información vital: le comentaron como al descuido que al hombre le gustaban los boleros, siempre reclamaba que es escuchara esa música en su cena. Con esa información y su sentido femenino de la seducción para lograr sus propósitos, sabía que lograría lo que quería.
Al día siguiente, con mejor la mejor sonrisa acompañada de su mejor vestido, se presentó en el despacho del funcionario y se encontró con un hombre educado que sólo se convertía en energúmeno en los clubes de moda. La atendió con simpatía e interés, hasta le creyó la historia de la corbata pero le aclaró que él tenía doscientas cincuenta en su ropero y que entonces debía revisarlas ella personalmente si quería recuperarla. Así lo hizo, se acordaba perfectamente del dibujo, pero resulta que cuando empezó a mirar la enorme cantidad de diseños, muchas eran parecidas y eligió la que imaginaba que era pero no estaba segura. No hablaremos del fastidio que le provocó perder su pieza más preciada.
Días después recibió una invitación a cenar por parte del congresista y, como el destino es de lo más caprichoso que hay, no tardaron en formar una pareja y casarse.
- ¡Oh! -dijo la nueva amiga, porque nuestra coleccionistra también juntaba amistades para contarle su gran historia-
Ella lentamente dio otro sorbo de té y continuó con el relato que todavía la obsesionaba:
- Te juro que no acierto en saber cuál es la corbata de Franky, pero tengo la esperanza que, algún día de éstos, la voy a encontrar.
- ¿No te habrás casado por una corbata?
- No querida -dijo la mujer muy distendida en la elegante mansión- de ningún modo. Él tal vez sea un exaltado pero tiene buen gusto y sabe tratar a una mujer.
Pero en su interior pensaba "Aparte tengo en casa todas las corbatas aseguradas". Nada le dijo tampoco a su confidente que una razón poderosa había sido el bolsillo generoso de su cónyuge, que había amasado una fortuna que sólo los políticos son capaces de acumular sin dar mayores explicaciones.

Mientras las amigas conversaban el legislador regresaba a su hogar en automóvil escuchando su música favorita. Una cantante aseguraba con voz meliflua: "Siempre que te pregunto, que cómo cuándo y dónde. Tu siempre me respondes; quizás, quizás, quizás...". No lo hacía tan mal.
De pronto el gordo se puso impaciente y le gritó a su chofer que acelerara un poco pues pensaba celebrar su primer aniversario de casamiento y quería dar a su mujer una sorpresa...en efectivo. El congresista se miró en el espejo del auto, se alisó el pelo y se acomodó mejor el nudo de la corbata notando que había algo en el forro de la tela. Efectivamente, encontró un minúsculo papelito con esta sencilla frase "Hoy no, pero mañana sí. Te espero el jueves en el Paradise a las siete. Sé puntual. Frank". Una carcajada del gordo asustó al chofer que vió cómo tiraba el papel y la corbata por la ventanilla.
- ¡Me han vendido una corbata usada!
Cuando le contó a su mujer la divertida anécdota, ella se puso tan pálida que no le habló por tres semanas y luego le pidió el divorcio. El mejor regalo de casamiento que aquel infortunado podía haberle hecho a su mujer aquel maldito día, fue recogido por un vagabundo, que lo usó para atar una bolsa de basura.

miércoles, 12 de mayo de 2010

Se derrumba el 'efecto' Mozart

Por César González Páez

Aunque para seguir un hilo de coherencia estas líneas deberían llevar por título ¿Se derrumba el ‘efecto’ Mozart? Para dejar una ventana de esperanza ante la afirmación categórica que la música del genial músico Wolfgang Amadeus Mozart no influye en el intelecto de los niños o personas que escuchan sus melodías. Era, lo que se ha dado a llamar, un ‘mito’ o una leyenda de la psicología popular que empezó, como comienzan todas las verdades a medias, porque alguien calificado lo dijo por primera vez. Pero, ahora la cosa parece que viene en serio, que no influye para nada porque un grupo de científicos austríacos llegaron a la conclusión que el sonido Mozart no eleva la inteligencia de los niños.

Permitan el disenso, aún en contra de la ciencia, de los arrebatos que siempre tienen algunos científicos, especialmente si están en grupo, de creer que tienen la verdad entre manos. Convendría pensar que la música sí influye, categóricamente, de una manera emocional en las personas.

En especial la música clásica, porque, cualquier oído atento se da cuenta que ese género musical está más cerca de la naturaleza. Sí, de esa cosa verde, de la que el hombre de hoy se está alejando peligrosamente y deberá volver para pedir perdón.

No sólo Mozart influye, pongamos por ejemplo Las cuatro estaciones de Antonio Vivaldi, es casi inevitable cuando se escucha no ‘ver’ el paisaje del otoño y sentir la emotividad de esa estación. ¿Cómo no sentir la alegría en la primavera y la exaltación en el verano? Escuchar música es un privilegio del alma, un oasis en medio de las arbitriaridades de la vida. Franz Liszt ha sostenido que la música es el corazón de la vida, no le ha faltado la razón, como se ve, a lo largo de los siglos, Es que esas melodías influyen, si no existiese la música, ya lo dijo un filósofo, el mundo estaría incompleto. Es tan grande el repertorio de sonidos que es también inevitable pensar que una melodía en especial, no importa de qué autor, llegue a nuestra más profunda intimidad e influya en nuestra disposición a aprender o entender para qué estamos en esta vida. Beethoven nos rehala por su parte una enormidad de estados anímicos que no podemos pasar por alto, Brahms fue elogiado por Jorge Luis Borges por la serena melodía que no le impedía escribir mientras lo escuchaba. La serenidad y la variedad de matices anexos que sólo Bach pudo percibir. Estamos sin duda ante el ‘efecto’ música.

La existencia está sedada o influenciada por la emotividad de que dispone la música. Esos sonidos son armas eficaces para orientar los sentimientos, por más disímiles que éstos sean. ¿Por qué creen que hay marchas militares para incentivar a los soldados a la valentía y su sentido de pertenecer a una causa? El repertorio universal también incluye música serena que invita al desplazamiento estético cuyo mejor ejemplo es el ballet, cuando música y movimiento se hermanan en la estética de un salto. También asiste en la inspiración para llenar unas cuartillas en el cuaderno de cualquier poeta, o serena la mano del artesano para hacer finas y delicadas piezas de orfebrería. Música de brotes distintos nos llegan y nos dejan su huella, desde los pájaros, pioneros naturales del canto o el arrullo de una fuente. Todo sonido se incorpora en nuestras almas para alentarnos en algo y ser mejores en lo que sea. La música, otro milagro de su autoría, es que socializa a la personas en el baile desde siempre. Y los científicos dicen que el ‘efecto’ se vino abajo porque hay evidencias concretas que la música de Mozart no sirve para incentivar a la niñez como aseguró en 1993 Frances Rauscher, una psicóloga estadounidense. Esa afirmación. que aportó un concepto educativo logró que muchas madres hicieran escuchar al niño que estaban gestando, las melodías de Amadeus. Los grandes aciertos de la ciencia no se discuten al principio porque vienen acompañados por la euforia del descubrimiento. Pero permítanme disentir, ya lo dijo Nietzsche que sin música la vida sería un error.

martes, 11 de mayo de 2010

En cada frase una historia

Por César González Páez

Hay dichos populares que los investigadores de la lengua se encargan de buscarle sus orígen y resultan que son dichos a medias, porque quienes citan, desconocen o nos les conviene, lo que verdaderamente quieren decir.
Va un ejemplo, el sencillo refrán "El que tiene boca se equivoca", hasta ahí todo bien para muchos quieren defender un error propio y su derecho a meter la pata. Pero el dicho completo es como sigue, según los entendidos: "El que tiene boca se equivoca y el que tiene seso no dice eso".
Cosas minúsculas, los pequeños errores crean daños mayores y para eso hay un refrán, también mal citado por muchos. Es el que dice "Por un clavo se pierde la herradura", que nos está tratando de decir que podemos perder el zapato por algo que onideramos minúsculo. En pocas palabras, por el descuido en un detalle, algo que le restamos importancia, puede crearnos un dolor de cabeza. El dicho completo es "Por un clavo se pierde la herradura, el caballo y el caballero". Saquen sus propias conclusiones, no hay acto que no tenga su resonancia en otros efectos. La teoría del caos nos enseña que una chispa provoca grandes incendios.
Pero aquí estamos hablando de refranes que nos ahorran de dar tantas vueltas a cualquier asunto. Hay uno simpático: "Me sacas de las casillas", para quienes se ponen impacientes porque otro le molesta, les cuento por si sirva, que esta frase deviene del juego de ajedrez. En donde al que va perdiendo les sacan las piezas de las casillas del tablero. Lo sacan de "sus" casillas, tiene razón de estar contrariado.
Otro dicho simpático es "Por plata baila el mono", según las deducciones de los académicos, los animales que algunos artistas callejeros solían enseñarles a hacer algunas piruetas, se ponían contentos cuando sonaba una moneda tirada por un transeúnte. Craso error, la pobre mascota no bailaba por la plata. En realidad el sonido de la moneda le hacía bailar la codicia a su dueño que, tal vez, premiara al mono con una banana. Y así, gracias a los proverbios y a las frases brillantes de filósofos y escritores, nos ahorramos un montón de disparates, si son citadas bien.

lunes, 10 de mayo de 2010

¡Me importa un bledo!

Por César González Páez
cesarpaez@uhora.com.py

Cuántas veces hemos escuchado esta frase en boca de hombres públicos, funcionarios móviles y ¿por qué no? nosotros mismos. Menos los empleados ante sus jefes o mandamases y los serviles, del estrato social que sea, que muchas veces lo piensan pero se limitan a sonreír falsamente para su conveniencia. En fin reglas del juego del que puede y lo expresa.
Esta locución es lo que se dice: una frase hecha, con la cual esperamos que todo el mundo nos entienda cuando decimos que algo nos importa un comino, es decir poco o nada. Y aquí podemos darnos cuenta que, cuando decimos bledo y comino, nos estamos refiriendo a dos plantas. Bledo es una gramilla rastrera de pequeñas dimensiones y que, prácticamente, no tiene provecho en la agricultura… pero esperen. El comino por su lado aromatizante es muy útil pero a lo que se alude no es a sus propiedades, sino a su pequeñez. Muchos cinéfilos aluden la popularidad de la frase, a la célebre intervención del actor Clark Gable que la pronunció en Lo que el viento se llevó, ante la bella Scarlett, intenso personaje encarnado por Vivien Leigh, corría 1939. Y así nació la popularidad del bledo que tanto desperdiciamos por no encontrarle utilidad, pero resulta que en un concilio de cocineros se descubrió que se trata de una planta comestible que se puede ingerir en ensaladas o hervidas. Y así, como vamos en la degradación del planeta, sospecho que pronto el bledo será nuestro plato favorito. La frase caerá en franco descenso para ocupar su merecido lugar en la cocina y puede que los poetas le dediquen unos versos como ya hicieron con el laurel y la hierba buena.
Y ahora esto viene a cuento porque cuesta decir la verdad, poder expresar nuestro pensamiento que algo no nos interesa y si alguien se anima en momentos difíciles o comprometidos, alude que tal expresión es “sincericidio”, que es algo así como auto incriminarse o eliminarse de la sociedad. Si la gente no tuviera doble moral o los conceptos de buenos modales permitirían el disentimiento amable, muchos obstáculos se allanarían y es posible que no haya disturbios cada vez que se trata algo, ya sea en el senado como en la mesa de un bar. Dejaríamos en paz al bledo que ahora se come y al comino que siga dando sabor a las empanadas.
Muchas palabras han sido prohibidas por parecerse o sonar como otras y, viajando por Internet, me entero que en aquellos años de la década del treinta en Estados Unidos la palabra bledo (damn en inglés) estaba prohibida en los guiones de medios de comunicación por la similitud de su pronunciación con “maldición” en ese idioma. Se llegó a un acuerdo con los censores que dicho vocablo se permitía si estaba dentro de una expresión histórica, folclórica o fuera una cita de una obra literaria. O sea, permisible “a menos que el uso fuere intrínsecamente objetable u ofendiere el buen gusto” como rezaba literalmente el código de la moralina de entonces. Ha corrido mucho bledo desde entonces y la pobre planta paga los tropiezos del idioma, de los disgustos de las personas, de la minimización por su estatura. Pero finalmente sale brillando y revitalizada en un plato, supongo sabroso porque la verdad nunca lo probé. Pienso que la gente, con el tiempo, se verá obligada a repensar la susodicha frase, porque cuando en una emergencia no haya nada para comer, vamos a cambiar el antiguo tono peyorativo por éste igualmente positivo: “De verdad, me importa un bledo”. ¡Buen provecho!

En cada frase una historia

César González Páez
cesarpaez@uhora,com.py

Muchas veces pronunciamos frases hechas que pertenecen al patrimonio popular, pero es muy interesante averiguar un poco por qué la decimos o, mejor, de dónde provienen. Por ejemplo cuando decimos que “no dejó un títere con cabeza”. El dicho viene de la obra de Miguel de Cervantes, quien en una escena de El Quijote asiste a una función de títeres que eran habituales en España del siglo XVI. Allí El caballero de la triste figura se conmueve con una obra e intenta defender a Melisendra, una princesa de trapo, y acomete con los otros muñecos y los descabeza. También en nuestro hablar diario está el término de si alguien es de “sangre azul”, esto proviene de Europa, los campesinos que trabajaban durante todo el día tenían la piel oscura por su exposición al sol y al polvo, mientras que los que no trabajaban tenían la piel tan blanca que dejaban ver las venas azules. De allí viene el dicho y por extensión con su significado de “nobleza” porque no trabajar significaba, y no podía ser de otro modo, que pertenecía a la aristocracia. El dicho “El que se fue a Sevilla perdió su silla”, viene de un obispo, Fernando de Fonseca, que por defender algunos intereses de la Reina Isabel la Católica viajó a esa ciudad y dejó como reemplazante a un sobrino, que luego resultó ser desleal y al regreso del sacerdote se negó a devolverle su obispado. Otro dicho interesante es ¿Quién te dio vela en este entierro? deviene de una costumbre antigua que los familiares cercanos entregaban una vela en los funerales de la familia. Los allegados debían mantener encendidas las velas en señal de duelo, los demás asistentes acompañaban los funerales pero no eran distinguidos con la vela, por extensión no tenían ese privilegio. La literatura, como el ejemplo anterior de El Quijote, nos ha dejado también frases comunes como “la gallina de los huevos de oro” para significar cuando alguien tiene una actividad provechosa y la desperdicia, viene de una fábula de Esopo y contiene una sentencia que la ambición suele perjudicar. Habla de un hombre que tenía una gallina que ponía huevos de oro, pensando que el animal era todo de ese metal la mató, pero encontró que era una gallina común y corriente. Así se quedó sin el ave y sin los huevos de oro. También el escritor español Lope de Vega nos dejó el dicho “El perro del hortelano que no come ni deja comer”, que describe a un hombre que, por respeto, no quiere intimar con una mujer, ni dejar que nadie se le acerque, hasta formalizar su relación. También “morir de amor” que inmortalizó William Shakespeare que significa los amores imposibles como Romeo y Julieta, cuyo desenlace fatal conocemos todos Otra frase es “la corte de los milagros” que nos legó Víctor Hugo en El jorobado de Notredame, en que los mendigos exageraban sus defectos de día para generar compasión y de noche cuando nadie los veía, milagrosamente, andaban normalmente. Muchas frases que se nos deslizan a diario tienen su origen y, a veces, es muy interesante saber de dónde provienen.

lunes, 3 de mayo de 2010

El reloj

El guarda manejaba el colectivo con tal lentitud que si seguía así iba a comenzar a retroceder. Algunos pasajeros miraban sus relojes para comprobar la hora de una ejecución si llegaban tarde a sus respectivos trabajos. Recibirían reproches, descuentos de sueldo e insultos que ya pensaban en trasmitírselo al colectivero. Pero el conductor tuvo suerte porque al encender la radio comenzó a escucharse:

Reloj, no marques las horas
porque voy a enloquecer

Los viandantes comprendieron que tenía razón la estupenda letra de Roberto Cantoral, comprendieron que estaban estresados, que vivían pendientes de esas estrictas agujas y números digitales. Alguien se animó y comenzó una conversación que rápidamente se hizo general.
- Después de todo no somos máquinas, tenemos que encontrarle un sentido a la vida. Muchos de nosotros seguro que no sabemos qué hacer con esta vida rutinaria, esta existencia tan llena de baches y rotas promesas.
- Yo hace años que sueño con ir a pescar un día lunes en vez de ir al trabajo -se animó a decir otro sujeto que llevaba un maletín.
- De mí, ni hablar porque nada bueno hice desde que abandoné el colegio. No registro en mi vida algo que sea importante, ni siquiera estoy enamorada- señaló una muchacha.

Reloj, detén tu camino
porque mi vida se apaga

El colectivero tomó el bolero al pie de la letra y detuvo el omnibus mientra la conversación comenzó a ser más distendida al compás de un mate que pasaba de mano en mano.
- Mi vida ha sido siempre un caos -dijo el colectivero desoyendo los bocinazos que venían de atrás, pues, como es costumbre de algunos choferes, se había detenido en medio de la carretera. Siguió como si nada:
- Como les decía, mi vida se debatía en una total confusión pero ahora comprendo que el hombre que se conoce a sí mismo puede considerarse felíz. No tenemos más que una vida y debemos ser dignos para vivirla. No hay que menospreciar ningún momento porque de lo más trivial podemos sacar una enseñanza, algo que nos puede cambiar la existencia . Soy un hombre distinto y eso se los debo a ustedes, amigos anómimos que jamás olvidaré.
En eso estaba cuando de pronto subió un policía ordenándole que se apartara del camino, el colectivero lo insultó de un modo elegante ¿No ve que estos pasajeros van a cambiar radicalmente sus vidas? Piensan combatir la corrupción, atender mejor a los niños y dedicarse a lo que soñaron siempre, uno dice que hoy mismo seguirá un curso para aprender a tocar la guitarra y cantar canciones en los colectivos.
El agente creyó que el conductor se había vuelto loco y como había sido instruído que la ley debe respetarse y que el palo amansa a los chiflados, le aplicó una dosis de ese remedio tan barato como eficaz. El chofer, en trance de desmayarse pudo comprobar la efectividad de ese bolero que estaba escuchando y le pareció ver: "la estrella que alumbra mi ser".
Los pasajeros volvieron entonces a la normalidad como si hubieran sido rescatados de un estado de shock o de una huelga general del sentido común. Bajaron del colectivo y se fueron muy apurados porque les iban a descontar la hora por culpa de un bolero.


Goethe nos ilumina con esta frase "Cuán insensato es el hombre que deja transcurrir el tiempo estérilmente".