Palabras, palabras...

Palabras, palabras...
Dibujo; César González Páez.

martes, 29 de junio de 2010

Hable como quiera

César González Páez

Leyendo el Diccionario de americanismos, editado recientemente por la Asociación de Academias de la Lengua Española, se comprende que hay un daño en las formas de hablar correctamente el español. El idioma une a los pueblos, pero resulta que cada palabra con los años va cambiando su sentido de una manera alarmante. Ya en 1949 aparecían estudiosos de la lengua que advertían los disparates idiomáticos de ese momento. Este diccionario hay que leerlo como una curiosidad preocupante, porque si uno va a redactar un texto no tendrá el mismo sentido en diversos países de Latinoamérica. Ya en la década del cuarenta, los investigadores de la lengua sostenían que había que combatir la plaga de chabacanería que hace daño al intelecto. Argumentaban que era un signo de atraso moral, que el modismo vulgar o arrabalero eran señales de incultura. Estaban preocupados, el libro Diálogos de la lengua, de Juan de Valdés, señala que el castellano es una lengua tan noble, tan entera, tan gentil y tan abundante, que dejarla perder por negligencia debería avergonzar. Entendían que desde entonces se malgastaba el hablar en vulgarismos torpes, propio de villanos. El único refugio era el eficiente diccionario que nos indicaba qué significan las palabras y cómo se usan con propiedad, con la finalidad que entendamos todos de qué estamos hablando. El Diccionario de americanismos, que podría definirse como un estudio antropológico sobre conductas en formas de hablar o para entender sinsentidos de las palabras. Nos encontramos por ejemplo que uno puede ser "centenarista", que es alguien que está de acuerdo con las ideas del centenario de su país. Encontramos que "chachalaqueadera" es una conversación larga e insustancial, un "codina" es un tacaño, el libro acepta "cuerona" como mujer hermosa. Un "culimbo" significa simple e insignificante y en algunas regiones significa niño de corta edad. Usted en vez de darse una ducha puede decir que va a hacer una "enjuagada". Un "estupinián" es una persona estúpida, otra palabra aceptada es una derivada de una marca "gamezán", que significa una sustancia tóxica que se usa como insecticida. Esto parece una "jarusca" que puede significar mentira, engaño o estafa. Pero claro, depende del país en que uno se encuentre, porque las palabras pueden significar todo lo contrario de lo que usted quería decir. Tenían razón los puristas de la lengua de otras décadas al advertir que estos neologismos destruyen el sentido de unión que debe tener el castellano. Que una palabra se use con propiedad para que se entienda en cualquier parte del planeta donde se hable castellano, tendría que ser una campaña global. Que un término popular sea simpático en una región, es un síntoma que, antes de hablar con propiedad, se prefiere vulgarizar el habla. El diccionario, alentado por la Real Academia de la Lengua Española no cumple con uno de los dictados de esta institución, que tiene por misión: "pulir y dar brillo" al idioma.

lunes, 21 de junio de 2010

El aula de la vida

César González Páez
cesarpaez@uhora.com.com

Si usted piensa que habiendo recorrido los tres períodos de la enseñanza, y habiéndose recibido con altos puntajes, ya se abandonan las aulas, está equivocado. El español Pablo Casals, ya muy anciano seguía ensayando con su violoncello, tratando de sacar una melodía más perfecta. Cuentan que quienes lo observaban en ese empeño, le preguntaron por qué seguía practicando si dominaba plenamente el instrumento, a lo que él respondía: “Porque creo que todavía puedo aprender algo” . Era un ser humano inagotable, tenía noventa y siete años cuando murió aquel nefasto 1973, conocido como el año que se llevó los tres Pablos: Casals, Picasso y Neruda. El violoncelista a pesar de su edad todavía tenía algo que buscar dentro de sí mismo para perfeccionarse más.
Y otro recién bajado del tramo de la vida, el luso José Saramago, con ochenta y siete años, seguía buscando las mejores palabras en el mejor orden. Tenía todavía brillantes ideas para escribir. Sorprendió a muchos en su discurso al recibir el Premio Nobel de Literatura en 1998 cuando dijo: “El hombre más sabio que he conocido no sabía ni leer ni escribir”, se refería a su abuelo. De esos que aprenden en el aula de la vida, que te enseña de todo, el sacrificio, la entereza y la honestidad en la humildad. Que te enseña a valorar una alegría ganada tras el esfuerzo y a ser sensato. El paisaje, las costumbres, los buenos y malos momentos, un aula silvestre para aprender a superar los conflictos que a todo ser humano le llega en algún momento de su vida, tal vez le hayan ayudado a ser sabio sin saberlo.
Saramago dijo también un secreto: “La vejez empieza cuando se pierde la curiosidad”. Jorge Luis Borges, a su avanzada edad, arropó este concepto: “No pierdo todavía el asombro”: El hecho de asombrarnos y de sentir curiosidad por las cosas, reales e intangibles, de este mundo, es lo que nos pone en movimiento para encontrarle un sentido a la vida, y eso no se hace sino considerando y darnos cuenta, que no importa lo que hayamos aprendido en las escuelas, sino que estamos de aprendices en esa aula invisible que es la vida. Cuya única promoción que conoce son los que se van de este mundo y dejan su legado para los sobrevivientes.
La curiosidad sana, el asombro estimulado por la inocencia de que todo merece un poco de atención, nos hará comprender que no hay cosas nimias sino carátulas que nosotros le ponemos a las cosas según nuestro interés.
Un grano de saber no hace granero pero ayuda a su compañero, podríamos decir que cada asombro nos conduce a otro y así va tejiendo el sentido de nuestra existencia: debemos creer, como Casals, que todavía podemos aprender algo. Que no está todo hecho, ni planificado de tal modo que no admita una revisión. Los profesores se pasan año a año haciendo las mismas preguntas, que no es repetirse, porque las que cambian son las respuestas. Es ese cambio constante que hace mejor la tecnología, la filosofía y las artes. Aunque haya errores, que son otros maestros del aula invisible de la vida, porque si no aprendemos de los errores, ellos se quedan con nosotros haciéndonos amable compañía el tiempo que haga falta, hasta que nos demos cuenta. Por suerte no todo está hecho, ni pensado, todavía hay melodías no escritas, cuadros bellos no pintados, amores no vividos, discursos correctos no pronunciados, todavía hay políticos nobles sin usar, democracias que entender y tecnologías del confort sin resolver. El misterio de la vida en sí mismo es otro desafío para generar interés y asombro.
De modo que no piense que se abandonan las aulas por lucir un diploma en la pared, siéntase mejor como un aprendiz del porvenir.

miércoles, 9 de junio de 2010

Levemente desocupado

Al Borde por César González Páez

Esta columna tiene como propósito llegar a los extremos de la vida que muchas veces recorremos, ya sea por necesidad, por curiosidad o por gusto nomás, Creo que ésto es lo que piensa, más o menos, alguien que acaba de ser despedido, busque las semejanzas, por si se encuentra algún día con ese tropiezo: “Así es, cuando a uno lo ponen de patitas en la calle se opera una especie de euforia: ¡por fin libre! Ahora podré ver a las chicas en su hora pico, paseando o comprando una y mil baratijas. Podré sentarme en un bar y beber una cerveza sin prisa como un experimentado filosofo que desdeña el reloj. ¿El tiempo? Que espere, ahora puedo leer ese libro que dejé por la mitad hace ya un tiempo, llamar a ese amigo que, ingratamente, he olvidado y cumplir con esa mujer, la incondicional, como dice el bolero que canta Luis Miguel. ¡Soy libre! ¿Se dan cuenta lo que es eso y qué importancia tiene para un enjaulado como yo? Lo decía el prócer San Martín, que cuando hay libertad todo lo demás sobra.
La euforia del libre albedrío sin embargo pasa su factura y andar por allí sin ton ni son, me hace pensar que estas merecidas vacaciones se están haciendo cargo de mi bolsillo. Pienso en el futuro que no muerde pero siempre te está ladrando.
Pero otra cosa está sucediendo en mi emancipada personalidad, a los pocos días de la euforia del principio empiezo a experimentar que algo me falta y no es otra cosa que esa soga que me ataba al yugo. Extraño al ácido de mi jefe con sus inoportunas órdenes, extraño las piernas de Laura que les gusta mostrar, pero que son de uso exclusivo de su marido. Extraño al guardia que anota mis llegadas tarde con cara de perro, a la simpática esa que viene casi todos los días a vender su chipa. Extraño la vida de oficina y ni siquiera hace un mes que me despidieron.
Me dedico entonces a leer los diarios, pero no como antes, sino comenzando por los avisos clasificados, en la sección empleos. Comienzo a escribir cartas diciendo que soy bueno en todo y sintiéndome igual de inseguro en todo. Me atienden eficientes secretarias, empresarios indiferentes que miran mi curriculum como si fuera papel higiénico. A otra cosa, pienso y cambio de rubro, me da lo mismo ser pintor, mozo de bar, guardia de un shopping, gondolero en supermercado o un vendedor de globos en los parques con un anexo de chicles y caramelos incluido. El trabajo dignifica, por ende necesito la seguridad que da el trabajo y parto, sin dolor, a otro día para estar sentado en diversas salas de espera para hacer 'el aguante'. Atentos a que alguien se fije en nosotros, que nos nos ninguneen tanto, como se dice ahora que está aprobado por la Real Academia de la Lengua Española. Que nos comprendan que estamos sin trabajo y sepan que somos humanos, que tenemos cédula de identidad, familia, amigos, que nos gusta el fútbol y que no nos animanos a decir cual es nuestro club para no desalentar a nuestro entrevistador. No vaya a ser que sea uno de esos roñosos contrarios. Así es, soy un desempleado y me sumo a la lista de espera. tengo más tiempo para caminar y cuando se busca trabajo uno practica mucho ese deporte, si no cree súbase a mis zapatos…”. Fue en ese momento que me desperté y salí corriendo hacia mi trabajo, que no está tan mal después de todo, hasta la cara de ogro de mi jefe me perece simpática.

lunes, 7 de junio de 2010

Secretos compartidos

César González Páez
cesarpaez@uhora.com.py

Hemos compartido una tonelada de secretos, siempre prudente, oficioso me has ilustrado y mucho. En las mil y una noches compartidas me enseñaste que Alí Babá no era el jefe de los cuarenta ladrones, disipando los preconceptos. Que hay muchas cosas que se pierden pero se encuentran otras de mejor calidad, como dictaba Jorge Luis Borges. También descubrí que esa deducción era el zumo de un cuento oriental y que al final es parte del juego de la imaginación y no está mal que cada uno tenga su versión. La inspiración se recicla porque se presenta cómo lo ve y cómo es cada uno, por tal motivo se convierte en irrepetible y única. La versión de cada vida lo es también, la historia es experta en contar ejemplos.
Aprendí que, para hablar de paz, no hay que convencer de eso a los amigos, sino a los enemigos. Algunos bien ganados, otros espontáneos por la semilla de la envidia.
Aprendí, sin que me dictaras sino sugiriendo como el gran maestro que eres, que el enojo siempre se disipa y las cosas que se dan de corazón curiosamente se conservan.
Aprendí historias de árboles que no querían ser talados, bebí historias que se tejieron alrededor del agua y de los que desde el comienzo de la civilización querían quedarse con ella. El agua que tal parece, será el verdadero tesoro cuando lleguen los días en que la ecología suelte su último pétalo.
Supe que los argumentos caprichosos, son semillas del destino y que aceptar lo que sucede, como la presencia de la muerte, es tomar conciencia que la vida es un préstamo que debe ser devuelto con dignidad. Me he sentido iluminado con las palabras que se fueron sumando a las mías y fueron el combustible que necesitaba para explicarme y contar a los demás las maravillas que inventariaba mi asombro. Fui creciendo con ellas, con palabras de todo calibre y que se pueden usar de mil modos. Incluso para mentir en público, pero también para una oración sencilla, agradeciendo un día más.
En cada recodo de los días de mi vida, ha estado la vertiente de tus conocimientos, sumando brillos de geografías que nunca he pisado, en astronomías de mundos que nunca pisaré ni en sueños, pude descubrir los retazos del alma de Pablo Neruda ordenada en versos inquietos por verdades del corazón. Pude conocer las leyendas, que son de todos y que no son de nadie, como la erudición de una espada en una roca filosofal, que premia a los que se esfuerzan en lo imposible. El premio a los que muchas veces rompen esos moldes establecidos que dictan que algo no se puede hacer. Si no fuera por esos adelantados, la ciencia se hubiera quedado esperando y demorando por siglos los logros que ahora nos parecen cotidianos.
Gracias a tu auxilio pude recorrer caminos en los que me estaba permitido extraviarme, seguir la luz de fantasías que alimentan el alma de los niños, dan consuelo a los adultos e iluminan a los viejos. Y pude volver por esos caminos que eran míos porque los conocía como todos conocen la manera de regresar a sus casas luego de las ocupaciones diarias.
Me place nombrarte, eres el libro que abrí un día y cuyas páginas se hicieron interminables en la costumbre de dedicarte cada día un momento. En silencio te has tributado generosamente y en esta parte de la vida en que me encuentro ahora, te reconozco y te celebro.

jueves, 3 de junio de 2010

Una tuerca

César González Páez
cesarpaez@uhora.com.py

En una esquina céntrica de Asunción, sobre el asfalto, un automóvil vez, extravió una tuerca. Se le desprendió drásticamente y, desde luego, algo comenzará a funcionar mal. Tal vez se destrabó de una moto, es plateada y parece provenir de un móvil elegante. ¿Alguien la extravió y la extraña? ¿Le dieron de baja porque no ajustaba bien los bulones? Estos extravíos simples son los que provocan un comentario, Se dan cuenta cómo un adminículo en la calle, olvidado de su honrado uso, puede generar tema para un análisis.
Me propuse entonces deducir aceptándo desafío que no hay temas menores ni descartables y los cronistas deben buscar pepitas de temas cotidianos. Nada cuesta deducir, el filósofo dirá: Al mundo le falta un tornillo y ahora una tuerca. El político: Hay que ajustar las tuercas para que las cosas importantes no se salgan de su lugar. El economista: Si seguimos perdiendo tornillos y tuercas la economía se resentirá en gastos inútiles, hay que inventariar bien y todo saldrá mejor. El de estadísticas dirá que tuercas como esa se pierden una cada hora y que por mes mil tuercas están huérfanas o sin trabajo. Los sindicalistas dirán que las tuercas están hechas para servir y que no se las debe despedir por lo tanto irán al paro. Los inútiles se preguntarán: ¿para qué sirve? Un niño la levantará para jugar con ella y su padre le regañará por alzar del suelo cosas que, como el mundo sabe, están llenas de microbios. El poeta comenzará a escribir una poesía sobre la tuerca que perdió su senda.
Luego de tantas especulaciones la tuerca vuelve a quedar sola y espera, tal vez el raudal se la lleve y conoczca el submundo de las alcantarillas, un caminante le dará un puntapié para hacerse la ilusión de un gol. Así la tuerca se ensayará, a su estilo, el viaje a ninguna parte. Tal vez esté jubilada, pero todos sabemos que las tuercas siempre sirven para un uso determinado: ajustar de modo que una pieza no se despegue de la otra. Tiene una misión en el mundo, cuando alguien va a comprar en la ferretería la tuerca que se le salió en el trayecto, se va mirando el suelo por si la encuentra y así ahorrarse el desembolso. Porque uno, además, no puede ir a una ferretería a comprar solamente una tuerca, sino que tiene que llevar varias por las dudas. Porque parece ser que las tuercas son rebeldes sin causa y se pierden de pura diversión. Pero el destino de la tuerca desprendida de su oficio ha comenzado a tener sentido, ha sujetado la imaginación y nada cuesta creer, que su historia tendrá un final feliz. Por lo menos en eso de ser por un día protagonista estelar del comentario de un periodista que no se le ocurre nada mejor.