Palabras, palabras...

Palabras, palabras...
Dibujo; César González Páez.

lunes, 26 de abril de 2010

Secretos compartidos

César González Páez
cesarpaez@uhora.com.py

Hemos compartido una tonelada de secretos, siempre prudente, oficioso me has ilustrado y mucho. En las mil y una noches compartidas me enseñaste que Alí Babá no era el jefe de los cuarenta ladrones, disipando los preconceptos. Que hay muchas cosas que se pierden pero se encuentran otras de mejor calidad, como dictaba Jorge Luis Borges. También descubrí que esa deducción era el zumo de un cuento oriental y que al final es parte del juego de la imaginación y no está mal que cada uno tenga su versión. La inspiración se recicla porque se presenta cómo lo ve y cómo es cada uno, por tal motivo se convierte en irrepetible y única. La versión de cada vida lo es también, la historia es experta en contar ejemplos.
Aprendí que, para hablar de paz, no hay que convencer de eso a los amigos, sino a los enemigos. Algunos bien ganados, otros espontáneos por la semilla de la envidia.
Aprendí, sin que me dictaras sino sugiriendo como el gran maestro que eres, que el enojo siempre se disipa y las cosas que se dan de corazón curiosamente se conservan.
Aprendí historias de árboles que no querían ser talados, bebí historias que se tejieron alrededor del agua y de los que desde el comienzo de la civilización querían quedarse con ella. El agua que tal parece, será el verdadero tesoro cuando lleguen los días en que la ecología suelte su último pétalo.
Supe que los argumentos caprichosos, son semillas del destino y que aceptar lo que sucede, como la presencia de la muerte, es tomar conciencia que la vida es un préstamo que debe ser devuelto con dignidad. Me he sentido iluminado con las palabras que se fueron sumando a las mías y fueron el combustible que necesitaba para explicarme y contar a los demás las maravillas que inventariaba mi asombro. Fui creciendo con ellas, con palabras de todo calibre y que se pueden usar de mil modos. Incluso para mentir en público, pero también para una oración sencilla, agradeciendo un día más.
En cada recodo de los días de mi vida, ha estado la vertiente de tus conocimientos, sumando brillos de geografías que nunca he pisado, en astronomías de mundos que nunca pisaré ni en sueños, pude descubrir los retazos del alma de Pablo Neruda ordenada en versos inquietos por verdades del corazón. Pude conocer las leyendas, que son de todos y que no son de nadie, como la erudición de una espada en una roca filosofal, que premia a los que se esfuerzan en lo imposible. El premio a los que muchas veces rompen esos moldes establecidos que dictan que algo no se puede hacer. Si no fuera por esos adelantados, la ciencia se hubiera quedado esperando y demorando por siglos los logros que ahora nos parecen cotidianos.
Gracias a tu auxilio pude recorrer caminos en los que me estaba permitido extraviarme, seguir la luz de fantasías que alimentan el alma de los niños, dan consuelo a los adultos e iluminan a los viejos. Y pude volver por esos caminos que eran míos porque los conocía como todos conocen la manera de regresar a sus casas luego de las ocupaciones diarias.
Me place nombrarte, eres el libro que abrí un día y cuyas páginas se hicieron interminables en la costumbre de dedicarte cada día un momento. En silencio te has tributado generosamente y en esta parte de la vida en que me encuentro ahora, te reconozco y te celebro.

jueves, 8 de abril de 2010

AL BORDE...

La brevedad como ejercicio literario



César González Páez
cesarpaez@uhora.com.py

Uno de los ejercicios más atractivos, por lo difícil, literariamente hablando. o escribiendo, es llega a redactar un cuento breve. En este caso no se presta fácilmente la frase si breve dos veces bueno. Porque tejer una trama con una economía de telegrama, con una síntesis irrefutable y una comunicación que conlleve una lectura en “entrelíneas”, es un ejercicio de laboratorio cerebral que muchas ganas hay que poner, pero no siempre el producto es de buena calidad. Muchos escritores que practican este deporte de la brevedad, han llegado a formar una especie de competición en la cual el ganador será aquel intelectual de las letras que con menos palabras –contadas ellas- pueda darnos la idea de una trama bien lograda. Citar a Augusto Monterroso sería por cierto casi obligatorio, pero esta vez lo dejaremos de lado para que el lector recuerde su célebre cuento breve, sí, ese que traspola la fuente de un sueño para decirnos que el “dinosaurio sigue allí”. Bonita fábula, porque incluye un animal aunque sea prehistórico, pero no ha sido el sumun de los ahorros verbales a lo que aspiramos y todavía puede ser quebrantable con otro récord, que se generará de alguna pluma genial y, por cierto, desconocida. Hasta aquí escribir un cuento breve es callarse un poco y escribir menos pero con la maestría se subirse una línea que nos conduzca a una historia, que deje satisfecho a todos y agregar que fue escrita asumiendo todos los riesgos para mejor espectacularidad, como suele decirse: columpiarse en un fugaz espacio sin red. Muchos escritores, esto hay que admitirlo, abusamos de las palabras y muchas veces no se nos aclara en la mente sus verdaderos significados, de allí que tropecemos con algunas piedras en el camino. En ese sentido mis respetos van para los escritores de novelas policiales, que lo primero que hacen, por lo menos los grandes autores del genero, es no menospreciar la inteligencia del lector. Más bien tienen la mejor disposición de creer que quien los lee es sagaz, intuitivo y lo que es más difícil, alguien a quien no se puede engañar con facilidad. Por dichas razones el escritor de cuentos breves deberá tener un alto respeto por los lectores crucigramáticos que los esperan del otro lado del cuento. Tender una trampita para luego afrmar lo contrario, es un juego fácil y los mecanismos de razonamientos suelen sufrir decepciones cuando el lector no está cumpliendo con la regla mínima de una trama policial. En ese género sabemos que hay un muerte, que hay una razón para el crimen, un culpable y una complicada trama de ocultamientos. El más impensado personaje o la más rebuscada razón para el delito es lo que opera como anzuelo infalible para atrapar, pero ciertamente el cuento breve no puede atraer solamente por su brevedad, sino que es un resultado matemático de utilizar las palabras correctas en su momento justo. Otra fuente de mucha ayuda para este ejercicio de decir las cosas con las menos palabras posibles, es el haikú de los japoneses, en que tres líneas ordenan un sentimiento, un paisaje o una delicada trama que merece la atención del lector. Este ejercicio fue valorado por Jorge Luis Borges que lo practicó y no siempre con certera flecha. Esta afirmación es personal debido a que la poesía se concentra más en los estados sentimentales que hechos meramente descriptivos. Sin embargo hay uno que se le atribuye de sutil trama, ahí va y lo hace en tono de pregunta: ¿Es un imperio esa luz que se apaga o una luciérnaga?
En síntesis, si está por escribir un cuento breve, lo siento, está en problemas. En cambio lo afortunado sería escribir un cuento que contenga todo lo que quiso decir y encima bendecido por la brevedad.