Palabras, palabras...

Palabras, palabras...
Dibujo; César González Páez.

martes, 5 de octubre de 2010

Centinela del agua

El agua corría en el oscuro túnel, fría y lenta pero persistente, iba arrastrando poco a poco la dura arcilla que se desgastaba pacientemente. Poco a poco y con el transcurrir de los años, comenzó a descubrirse lo que parecía ser una antigua estatua de piedra que dormía su sueño milenario. Pequeñas gotas primero y luego con el correr del poderoso tiempo, la grieta se hizo más grande y el agua brotó más generosa. El tintinear, que ningún humano escuchaba desde hacía siglos, fue lavando su rostro guardado en la caverna de tierra. Lo primero que apareció, en el azulado barro de la oscuridad, -tal vez alumbrado por minerales que daban sus últimas señales luminosas- fue un ojo cerrado y demasiado aletargado. La fría estatua cincelada hacía más de cinco mil años -por decir una cifra, acaso volvía a dar su figura al huidizo presente, después de su reposo obligado en el ombligo de la historia, en el espiral del segundo que pasa.
El ojo cerrado estaba inmóvil, propio de las tallas que suelen hallarse en excavaciones arqueológicas. Sin embargo era una pieza valiosa del pasado que nadie hallaba, los científicos no contaban ni siquiera con indicios de su presencia porque simplemente estaba en una fosa hundida a causa de terremotos y en cualquier lugar del mundo. Fueron distantes y caprichosos movimientos de tierra los que arrastraron la figura por los corredores de la oscuridad subterránea, lejos de los ojos y de la ambición humana. No tenía dueño, porque las cosas inmóviles y perdidas son propensas a tener como poseedor a quien las halle. En una palabra, no tenía propietario, pero esta figura de piedra sí que tenía un estigma a quien obedecer: su propia identidad que estaba recargada de magia y pensamientos, tal vez imantada de un conjuro.
¿Qué es una piedra fría perdida en el fondo del barro y contando solamente con la compañía de un brote subterráneo de agua? Nada, así se sentía, dormitaba un sueño recargado de estrellas, que no podía ver porque sus ojos eran de piedra, pero sabía que estaban allí observando el infinito universo., su mente no podía olvidar porque alguna vez las vio, seguramente cuando era un simple humano. Venía de un pasado remoto y cuando sus ojos se abrieron por primera vez supo que tenía un resabio de vida, aunque los latidos no se escuchaban por su caparazón de piedra, estaba vivo porque sólo los que razonan lo están. No sabía cómo se llamaba. Aunque recordaba un nombre: Odÿn, que no le significaba mas que otra sospecha sobre su distante identidad. ¿Por qué remota? Él siempre sintió como cada minuto se sumaba a otro, vivía en la era presente a pesar de su constante y puntual desplazamiento subterráneo, era contemporáneo de todos. Sencillamente porque aún pertenecía a éste mundo. Nadie pudo verlo, no había testigo alguno, pero el ojo de piedra se abrió delatando un diamante que oficiaba de iris pero que el momento era una lúcida mirada en la oscuridad.
Fue en ese leve parpadeo que los años pasaron como moscas, que cualquier mortal espanta con su muerte, y pudo darse cuenta que las estaciones que recordaba en el regazo de la tierra, nunca se detendrían, pasarían como estados de ánimo, una después de la otra,
Era un indefenso hombre de piedra extraviado en el infinito manto del barro. Sólo escuchaba la música del agua, que taladraba insistente, como si fuera una terca idea que quiere cambiar la realidad y, aunque no lo quisiese, le estaba arrastrando hacia un nuevo destino.
Ya se había acostumbrado, siglos atrás, a la oscuridad y luego al suave sonido, pero persistente del líquido subterráneo que ahora se deslizaba por su cara y descubrió con sorpresa de granito, que el agua lo estaba liberando poco a poco. Pasaron otros mil años como pasa una siesta, el ojo de la figura de piedra se abrió varias veces pero siempre encontraba oscuridad e invariablemente se volvía a dormir, nada le costaba esa rutina que para él tenía la medida de un día. Él era una efigie que esperaba su plaza y ser ejemplo de algo pero no estaba seguro de qué. Era un pasajero inmóvil que se deslizaba en los túneles que iba abriendo el agua, su poderosa amiga. ¡Oh, sí, ella era su música de cámara en el profundo y oscuro silencio de la tierra!
Tuvo un pensamiento: “Si viví alguna vez no recuerdo cuándo y dónde, debe ser porque cada leyenda individual necesita de olvidos para poder continuar y así poder ser reinventada. Su mente no dejaba de pensar: "En este momento oscuro no sé de qué se trata mi vida. Este envoltorio de piedra me contiene y, curiosamente, me defiende del tiempo. Soy de piedra y el destino no puede matar lo que, en apariencia, está inmóvil. Soy inmortal, todos los hombres lo desean hasta que llega un momento en el transcurso de la vejez que esa ambición se vuelve un estorbo con su interminable sucesión de achaques. Gracias a los dioses no he vivido aventura semejante: simplemente soy alguien que duerme bajo la capa de roca y trata de recordar su pasado, mientras el futuro se hace esperar.
Así pensando y así con sus crisis de lucidez se fue durmiendo en la dulce espera del agua y pasaron otros mil años, breves como un recreo, porque cuando el tiempo no se compara con nada no sabe que transcurre, es sólo un niño travieso que juega con las horas y los minutos. El agua fue perforando el túnel y un día el párpado se abrió ante el leve chispeo de una luz. Un cono de luminosidad se dibujó en la caverna alumbrando una piedrecilla, el ojo de diamante azul la enfocó dando magia a tanto asueto de oscuridad y la envidió porque recibía esa luz solar que él hacía muchos años estaba esperando. Supo, porque había sido instruido en su reino sobre astronomía, que aquella piedrita iluminada por el sol, carecía de sombra, dedujo que esa luz que aparecía en el boquete, indicaba el mediodía. El sol estaba en su punto más alto, a mitad de su trabajo de rotación como lo estaba haciendo desde que el mundo se debatía entre vómitos de mareas, de lavas y terremotos. Esa pequeña roca le dio un indicio, si todo seguía así pronto, quizás dentro de otros mil años podría ser rescatado y liberado de la piedra que lo envolvía con su traje de frialdad: la vida le daría la última chance para liberarse de pecados que creía habían caducado. Se durmió aún más de lo que estaba dormido, resignado a su destino y pasó una centuria más como pasa un ronquido, un sonido desapercibido en una noche tranquila.
De pronto, un terrón de tierra cedió y comenzó a desprenderse, el rumor comenzó a hacerse cada vez más intenso, el ojo de luz que miraba desde arriba de pronto se abrió y hubo un poderoso desplazamiento. Todo se derrumbó y la estatua quedó la mitad al descubierto: la luz entraba por fin de lleno luego de miles de años de espera.
Hubo un silencio y luego se escucharon voces...
- ¡Mira!
La estatua vio a un ojo que lo observaba desde el otro lado de una enorme lupa.
- Mira, un hallazgo que data de los principios de la humanidad.
Otro enigma que los investigadores tratarían de resolver. Cuando rescataron la pieza arqueológica del denso fango, lo hicieron con movimientos suaves para no dañarla. Descubrieron que medía tres metros. ¿Un extraterrestre? No, al parecer tenia forma humana y parecía representar a un dignatario, y tal vez el paradigma de una civilización, soldado de un poderoso ejército, pero ¿cuál? Otro bello misterio a resolver para los crucigramáticos de la historia.
Cuando el sol entró de lleno en la caverna, iluminó el escenario antiquísimo que exhalaba aroma denso de otras costumbres y tradiciones que no serían capaces de entender los transeúntes del presente. Él sabía que ocurriría lo de siempre, pero sus descubridores no lo tuvieron en cuenta, porque lo ignoraban por completo. En la antigüedad, los altos funcionarios eran enterrados con sus tesoros para comprar la avidez de los dioses y sobornar a los demonios, pero esas riquezas. Él estaba impregnados de un fuerte veneno, de una serpiente cuyo mito todavía causaba espanto, laceraba y provocaba la muerte con sólo tocar su ponzoña. Eso fue el detonante y los dos arqueólogos al tocar la estatua murieron de un ataque cardíaco e inmediatamente se contagiaron de soledad igual que el guerrero inmóvil. ¿Habrá sido una de esas letales trampas que los reyes que ordenaban ser enterrados con sus tesoros para comprar dioses o sobornar demonios?
En el paraje solitario volvió a reinar el silencio y otra vez se adueñó del lugar la oscuridad cuando los derrumbes volvieron a suceder tras el paso de las lluvias y los deslizamientos caprichosos del barro. El ojo de la estatua volvió a cerrarse. No contó más el tiempo pero sin embargo se durmió regocijado porque había visto la luz y empezaba creer en una esperanza.
Cuando despertó aquel hombre de piedra, pesaba una tonelada de sueño, tenía en la dura cabeza miles de historias que se le habían impregnado a lo largo de los siglos. Fue alimentándose de actualidad, simplemente porque no tenía nada que hacer, la soledad le susurraba los últimos acontecimientos de la historia, hechos importantes, pero también los conocimientos inútiles que la humanidad iba amontonando en la reserva que llamaban cultura. Pasaron las modas, los sombreros se dejaron de usar para tiempo después ser algo infaltable en cabezas de damas y caballeros. Los vestidos se alargaron, se acortaron, se ensancharon y después se comenzó a repetir todo de nuevo, siguiendo los estilos que indica el capricho del momento, que no es otra cosa que el hilo delgado del tiempo.
Mientras tanto, en el fondo de la tierra, la estatua volvió a ocupar la perfecta paz con los dos esqueletos de los arqueólogos y que poco a poco se iban convirtiendo en barro. En la quietud de la espera él se seguía interrogando:
¿Cómo sería el día en que la luz aparezca de nuevo? Tal vez en caso de descubrirlo le atribuirían cualquier destino: ¿Un dios pagano, un héroe mítico o un opresor?, Puesto que nada sabían de su historia personal. Sólo que si le hubiesen preguntado, él les hubiera dicho que tal vez un dios lo castigó por sentir lo que muchos humanos quieren, ser eternamente jóvenes y estar enamorados de la mujer equivocada. La roca sonrió: ¿la estatua sonrió? Sí, pero esa mueca le quedaría para toda la posteridad. ¿Quién pensaría que ese residuo de gesto le fue añadido a una pieza de arte en medio de la oscuridad, como si el humor de un momento la estuviera esculpiendo?
Se durmieron los años, los huesos de los científicos se esparcieron, otras erosiones siguieron y el curso del agua se desvió, la caverna fue haciéndose más frágil. El cuerpo de la estatua se hundió aún más en el pantano y volvió a quedar solitaria aquella piedra que, al parecer, tenía un alma purgando una infinita pena.
Silencio, ruido, rumor, temblor...¿agua...dónde te has ido dulce compañera? Silencio, formas en la oscuridad que lanzaban destellos minerales. Mientras tanto la estatua estudiaba el libreto de la era presente. Se abrumó de leyes que antes se escribían con diez mandamientos, la muerte haciéndose un festín con los arrebatados. ¿Qué les pasaba a los nuevos dioses del consumismo?
Su traje de piedra, envuelto en la oscuridad se desprendió aún más del barro por la persistencia del agua y cayó con fuerza al fondo de otra caverna que se había formado a su alrededor, al hacerlo se rajó una parte de su estructura. No importaba, formaba parte de una roca que quería ser alguna vez humana, tenía que sufrir alguna herida en el intento.
De pronto se escuchó un griterío, unos hombres daban alaridos al aire, al parecer signos de victoria. ¡Habían hallado la reliquia del pasado! Otra vez las palas lo liberaron del barro y de la humedad.
En las manos de sus descubridores estaba la imagen más remota de los tiempos y era momento de festejar, tal vez porque no sabían qué parte de la antigüedad estaban profanando. El veneno ya se había diluido por la persistencia del agua, la estatua parecía inofensiva con sus ojos cerrados, pero en silencio los observaba ¿Quién le traería el brindis de bienvenida a su nueva vida? ¿Qué beben las frías estatuas para festejar su rescate? La sonrisa inmóvil que nadie entiende y creen que forma parte de su estructura milenaria, se acentuó, imperceptiblemente para los arqueólogos.
Cuidadosamente los investigadores le fueron escarbando las formas y hasta le dio cosquillas cuando con sus suaves pinceles trataban de no malograr la codiciada pieza, obra del arte universal: comprendió que le estaba prohibido sonreír de otra manera que su mueca sarcástica. Hasta llegó a pensar que la estaban ofendiendo, comparándola con las nobles estatuas que representan a héroes remotos, pues no recordaba nada heroico en su pasado.
Los arqueólogos se entusiasmaron con el personaje mítico, al cual ya le atribuían grandes batallas sin conocerlo.
Al observarla, ya completamente restaurada, notaron que llevaba la empuñadora de oro de una espada, el resto faltaba, al parecer el hierro se había oxidado con el tiempo.
Cuando lo rescataron -¿es esa la palabra?- sabía que la fiebre de reclutarlo en un museo sería irresistible, él quería estar en una plaza, quería entablar de nuevo aquel romance con el sonido del agua, necesitaba su presencia cotidiana que limpiaba sus pensamientos. En el laboratorio donde lo estaban recuperando, escuchó por la ventana unas voces que tenían timbres lejanos, estaba seguro que eran de pájaros que había oído alguna vez y se sintió feliz de que esa melodía lo acompañara de nuevo. Así y todo, extrañaba el agua que en su larga espera le lavó la cara y le supo tener paciencia para liberarlo. Quería que ese sonido acuático no lo abandonase jamás, pero ahora él era una pieza de museo.
Como todo sucede, comenzaron a pasar los años, el presupuesto del museo se fue achicando, los políticos empezaron a devastar los últimos cálculos que quedaban y los científicos que encontraron al “Centinela de piedra” -como lo llamaron el día que lo hallaron, comenzaron a morir. No por intrigas palaciegas ni por el lejano veneno, sino por causas naturales, por la saludable sucesión del tiempo. Los papeles comenzaron a perderse en los trámites que demandaban los caprichosos sistemas de administración y cuando los nuevos funcionarios, diplomados en ignorancia que se sucedían, repararon en la estatua la dejaron abandonada en un depósito, les pareció algo sin valor. Después vinieron otros que la confundieron con un prócer local y la expusieron en la plaza. Alegría de muchos y de la propia efigie que, después de milenios, podía sentir los reflejos de la libertad. Los niños se le acercaban curiosos, no podían darle un nombre, se llamaba Odÿn pero nadie lo sabía. La miraban con respeto, menos los pájaros por supuesto que la bautizaban con sus detritos; una efigie de ley sabe que esas cosas ocurren, es algo inevitable, vaya a saber qué litigio tienen las palomas contra los ilustres hombres de piedra y bronce. En sus grandes hombros un pájaro juntó sus ramas y puso sus huevos. Quienes vieron ese frágil refugio le llamaron “La estatua del Nido”. La estatua pensó: "han dicho mi nombre al revés, es maravilloso, nunca nadie estuvo tan cerca".
Lo sorprendente fue cuando, tras una larga temporada de sequía y comenzó a llover, la efigie estuvo expuesta a tres meses de lluvias ácidas Al cuarto le comenzó a crecer una gramilla verde en todo su cuerpo y así pasó a llamarse de otra manera “El hombre verde”. La estatua pensó: si supieran que ésta planta cura todas las enfermedades.
Pero los habitués de la plaza tenían razón, parecía una pérgola, pues la planta trepadora le
envolvía por completo y era de hojas perennes que destellaban verdor todo el año. “ ¡Oh Dios, otra forma de inmortalidad pero en menor escala”, pensó el inmóvil.
El musgo iba penetrando en sus entrañas duras y las raíces con el curso del tiempo lograron debilitarla. Una noche de violento temporal y vientos huracanados, la escultura se desmoronó destruyéndose en mil pedazos.
Algo pasó y era, como presentía, otra guerra. El lugar a causa de las inundaciones estuvo deshabitado por unos diez años.
Luego estalló la guerra, y pasaron otros cinco años en que la gente estaba ocupada en matarse unos a otros. Cuando la contienda humana terminó, era de prever que nuevos arqueólogos vinieran y así sucedió. Uno de ellos descubrió que entre los fragmentos había un diamante tallado de enorme valor, lo levantó y lo analizó mirando su transparencia. Algo lo conmovió, vio en la pantalla de luz que irradiaba el mineral, a un centinela correr hacia un pozo seco donde la aguardaban los enemigos para emboscarlo y arrebatarle a una mujer hermosa que por sus vestiduras, bordadas en oro, parecía ser una reina. El trató de defenderla a como diera lugar pero cayó en el profundo pozo cuyas paredes eran de musgo. La mujer que llevaba un diamante en la mano lo arrojó al fondo del hueco, al golpear la pesada gema sobre el guerrero caído se le incrustó en el corazón, pero en vez de matarlo le dió una extraña vida, a pesar de las serpientes venenosas que anidan allí.
De pronto vio la cabellera rubia que desde el lejano círculo en la superficie trataba de ver en la profunda oscuridad donde él había caído, las lagrimas que iban cayendo era azules como sus ojos y se convertían en gotas de vida que venían a buscarlo.
Luego él vio a una poderosa mano que la tomaba del cabello y tras un breve silencio un grito desgarrador, luego el silencio de la muerte allá arriba. Sólo vio un chorro de sangre que se elevaba y sabía lo que eso significaba, le habían cortado la cabeza.
- Nooo!- gritó él.
Los soldados, al escuchar sonidos en el fondo del pozo y para asegurarse de su muerte, lo rellenaron con piedras y él compartió la leyenda que tenían las serpientes "Sin Nombre" -ponerles uno significaría tocarlas aunque en sentido figurado, uno podía morir a causa de esas temibles criaturas.
- Conque ése era su secreto- dijo el explorador que comenzó a sentir cómo la gema al contarle lo que había sucedido, se estaba calentando como una brasa y él la tiró al suelo para no quemarse las manos. La joya cayó en una profunda grieta y los fragmentos de piedra se hundieron también en el barro. Con el correr de los años comenzaron a buscarse entre ellos como un pueblo que quiere recuperar su historia. Después que cada fracción de la estatua llegó a ocupar milimétricamente su lugar el diamante las soldó de nuevo dejando algunas raíces de musgo en el interior. La estatua ya estaba completa esperando otra vez la aurora de un tiempo futuro, pero sin fijarse plazo alguno, tal vez algún día la gema terminaría el rompecabezas de su historia. A lo lejos, muy distante, en las interminables cavernas subterráneas de la tierra, se escuchaba un rumor de agua azul.



C.G.P. (Extraído del libro Jarabe de cuentos. ediorial Servilibro)

viernes, 1 de octubre de 2010

Reportaje a una pelota

César Gonzlaez Páez

La ciencia lo puede todo, hasta clonar goles que no se dan por estar mal paridos. En una reunión de prensa la pelota, por primera vez fue invitada a las excusas y vanas explicaciones que dan los jugadores duespués de cada partido. Casi sin pensarlo la principal protagonista del encuentro se unió al festival de frases hechas y dijo: "lo que pasa es que me patean mal. Por eso cuando de rebote hacen un gol los ídolos se justifican con un 'se me dió', y una se pregunta ¿para eso estuvieron practicando tanto? Pero por más que practiquen y practiquen todo el año, sospecho que no me conocen bien.
Yo me pregunto por qué tanto esfuerzo para que entre en una red estúpida que no ataja nadie. Me divierto con los arqueros, o guardavallas -o guardias de nada- o como quieran llamarlos. Son los que menos se cansan y los que más errores cometen. Cuando hay un penal se están fijando en la pierna del contrincante en vez de fijar la mirada en mí y ver qué ánimo tengo. No se fijan en el pasto, en la brisa del momento y desconocen el secreto que, si me llaman con un suspiro, les caigo en sus manos.
Por eso decidí salir rebotando como una mediática y explicar algunas cosas, en primer lugar no soy adicta a los arcos y mi albedrío consiste en hacerles pasar malos momentos a los jugadores de fútbol. Yo no soy de éste ni del equipo contrario y es por eso, supongo, que me odian, cuando debieran aplaudirme por mi imparcialidad. Me tienen rabia, de lo contrario no me darían tan duro a mi durante esos insoportables noventa minutos.
No sé por qué se pelean tanto por mí persna ¿por que no se reparten los goles y ya? Vayan a los penales, en donde la suerte es la que decide, entonces tendrían razón decir "se me dió".
No, que va. Apuntan sobre mi cabeza y tiran a todo dar. Yo me divierto rebotando a cualquier parte. Porque soy una pelota de pase libre, y sepan bien¡ a mí nadie me ataja! ¿qué falta de respeto es ese?
Es cierto, tengo mis contradicciones y quiero que sepan que muchas veces los árbitros no aciertan con sus decisiones. Estos tipos que me patean hacen todas las trampas posibles y es raro que no entiendan que la ídola soy yo, pues voy a donde mi redondez se le de la gana. A veces me aburro viendo que los dos equipos se tienen miedo y no se animan al mentado gol. Lo advierto cuando los espectadores de a poco se van.
Algún día escribiré mi biografía, que sospecho me saldrá redonda. Mientras tanto llegue mi liberación, querido hinchas de fútbol, les pido que me griten a mi cuando se haga un gol. Téngame un poco de consideración. Aplaudan a su maltratada pero eficiente servidora, que se desinfla por ustedes, que les hace sonreir los domingos. Y no desde ahora sino desde que jugaban en los baldíos de la infancia.
Quiero oír palmas, mucho más ahora en esta era de la globalización -otra vez la imagen de mi redondez - en que se ve fútbol por televisión, en torneos que se disputan en todas partes del mundo ¡y allí estoy!. Y todos los días, porque todos los días se juega un partido clave que no hay que perderse y ustedes sabrán por qué.
Mientras tanto yo voy de aquí para allá haciendo goles mientras que los chichones en mi cabeza es festejo para muchos. Sepan que jamás una pelota se ha retirado de la cancha lesionada, todo un record que se están demorando en reconocer. Piedad para esta humilde servidora que hoy amaneció con migraña y hará pasar un mal momento al equipo de sus amores. Cuando me jubile me vestiré, no de cuero sino de trapo, para alegrar el jugar desintersado de los niños.