Palabras, palabras...

Palabras, palabras...
Dibujo; César González Páez.

lunes, 27 de junio de 2011

El imán de un sueño




De todas las ironías que conozco


tú eres la más perfecta,


la que tengo al alcance de la mano


Eres, por así decirlo


la justa medida de mis delirios.


y no me has pedido nada a cambio:


me tienes donde querías.






Soy el blanco perfecto


de tu sagrada puntería,


me avengo a tus repuestas


sin saber de qué se trata:


tus convicciones son las mías.






Porque sencillamente te amo


y no tengo cómo distraerme


de semejante afirmación:


he empeñado la palabra


que ya no uso en los poemas.






Que la lectura de mi vida


sean para tus indiferentes ojos,


que mi amanecer luminoso


sea para activar tu alegría:


poderosa pero fría dueña


de un tesoro que ignoras.






Sé que éste no es el primer caso


que hay otros expedientes


escritos en trémulos versos


o en enérgicos reclamos:


sólo nos ve quien nos ama.






No has reparado en la boca


que dice estos juramentos,


cerrada está la aurora del beso.






¿Serías tan amable de oír


o de recorrer con tus ojos


estas líneas del desesperado?


Fue que te soñé una noche


y sé que no es mentira:


donde exista la duda


rondará el acierto.






El sueño tiene raíces


que crecen hacia la realidad.

jueves, 23 de junio de 2011

Ámala

Ámala
Como si fuera una joya
que te ha costado
los ahorros de tu vida.




Dale sin reparos
los sentimientos guardados
como perlas misteriosas
de lo que temes dar.

Ámala porque es ella
de tierra y agua.
Tiene el timbre de
pájaros cuando habla.

Y no es que diga
siempre verdades,
sino que sus sensateces
son caminos seguros.

Ámala, no por lo que dibujó
tu corazón mezquino.
Ámala porque existe
y es parte del día

Se ha ganado el espacio,
respira su juventud,
fresca vertiente
de canto propio.

Ámala porque se desmigaja
como el pan del mediodía.
Porque calma la sed de años
sin algún libreto escrito.

Vivir es amando,
así se van contando
historias de toda la vida.
Amando gira el mundo.



C.G.P.







miércoles, 22 de junio de 2011

Ética de la palabra





Cuando las letras apuntalan las ideas y los hombres que la escriben son fieles a su pluma, es posible que el mundo mejore. Alguien ha dicho que la labor de escritor es uno de los oficios más decentes que quedan. A través de la escritura y sus diferentes vertientes, de testimonio o ficción, se pueden esgrimir razones contra la injusticia y la corrupción, contra la apatía de los sentimientos y la degradación del arte de amar. Por la poesía y la narrativa se van desencadenando, en forma de atrevida prosa, las palabras. Así van nombrando las maravillas o las pesadillas que conforman el inventario del mundo. Son aventureras que exploran nuevos territorios mentales del ser humano. En cada hombre o mujer hay un o una idealista que cede paso al oportunismo, al facilismo de permanecer en lo preestablecido sin cuestionarlo, la literatura suele despertar a ese ser dormido que existe en el interior de cada uno. El que, cuando se da cuenta, ocupa su lugar en la barricada de las ideas.


Sino basta recordar a aquel lejano Quijote que vio lanzas en las paletas de los molinos, que trató como una dama a una humilde mujer de la calle. Enseñó la cortesía de la imaginación, que puede hacer que las cosas cotidianas, que sentimos que están mal, cambien.


Porque no siempre tienen razón los que dominan, no siempre los desposeídos han de ser ignorantes por decreto. Puesto que la sabiduría también corre por la vertiente humilde de la imaginería indígena y también por los elegantes pasillos de las cátedras universitarias; pasa por la versión de la vida que cumple al pie de la letra un hombre campesino al que puede considerársele justo por no haber violado ninguno de los diez mandamientos. En igual medida y en la misma balanza, será justo el artista que no sometió la ética de una pluma a la comodidad del halago.


Como se ve, la escritura sirve y puede asentar verdades, por eso el oficio de escritor reclama la madera de los ideales — que no tienen precio— redactados con honestidad. No importa en qué estilo, si en la intimista poesía o en la fronda de la narrativa, embarcados en el género del absurdo, el displicente relato de costumbre o en el serio ensayo. Hay muchas técnicas para hacer pan, pero en ningún caso puede faltar la harina, así el escritor no debe olvidar- se que hay reglas de sinceridad inclaudicables en la literatura.


C.G.P.

lunes, 13 de junio de 2011

Razones para cantar

La canción es la misma, las voces son distintas. En los momentos difíciles el alma entona un canto, los países entonan sus himnos, en las batallas cantan los soldados para darse valor y se embanderan con los tonos de una marcha. En cuestiones sentimentales los enamorados cantan, los desilusionados, los abandonados, los esperanzados, los que esperan. Los que están indignados por las desigualdades sociales cantan sus canciones que otros tildan ‘de protesta’ pero se hacen escuchar cantando, levantan los ánimos y logran que se entienda aquello que los discursos no pudieron hacer entender.


Cantan los que rezan porque creen que si rezan Dios los escucha, pero si rezan cantando Dios escucha sonriendo, entonan sus cánticos en las iglesias para cada deidad concebida por el hombre. Cantan porque quieren ser oídos, escuchados en los largos estadios de la indiferencia, cantan porque el alma es un ánfora que se llena mejor con una canción, cantan porque la memoria ama las canciones, las recuerda más que a las oraciones y las promesas.


Si la canción y la poesía se dan, metafóricamente, la mano en una melodía, en una canción, son mensajes contundentes como portátiles, para llevar a todas partes y para recordar en cualquier parte, para dar razones contundentes de amor, de amistad, de reflexión, de advertencias buenas. Muchos cantan para escucharse en la soledad y decirse lo que quieren y ambicionan de la vida, los solos y solas del mundo cantando se pueblan el alma. Dicen algunos que sólo deben cantar los que saben, yo pienso que todos saben pero, sencillamente, no se animan.


Canta el arroyo su tintineante sonido, el agua que cae de la fuente, el viento que silba entre los árboles y los pájaros le ponen sonido al mundo. Todo parece aspirar a la excelencia de la música. Es la revelación más alta que la filosofía, dijo Beethoven que como era sordo la escribía en el pentagrama para escucharla mejor con la mirada.


Hasta allí, en esos recodos más oscuros del entendimiento, donde parece que nada puede entrar, horada la piedra de la emoción una gota de música. Hasta un filósofo alemán dijo que sin música la vida sería un error, se llamaba Friedrich Nietzsche, tal vez lo dijo cantando porque para muchos estaba loco. Franz Liszt, resumió este acertado convencimiento, que la música es el corazón de la vida. ¿Entonces por qué no vivir cantando? Tal vez sea una filosofía de vida que solo saben los cantantes, los que acompañan el coro y los que llevan la música en su canasta básica, en la lista de alimentos esenciales.


Podría ser que la canción comienza cuando el lenguaje común se empobrece y no sabe cómo nombrar los sentimientos, las causas justas. Por eso dedico este artículo a los que cantan o llevan en el alma la canción como un tatuaje tan invisible como imborrable. Hay una canción del cantautor Alberto Cortez, que tiene un final feliz y que me parece que viene a cuento cuando de cantar se trata, se llama ‘Está la puerta abierta’ y los felices versos dicen; “todas las cosas bellas comenzaron cantando, no olvides que tu madre…cantando te acunó”. Son muchas las razones, no hay excusa para no cantar, es muy probable que la música sea lo único que llevemos de este mundo, la melodía de nuestra vida..


C.G.P.