Palabras, palabras...

Palabras, palabras...
Dibujo; César González Páez.

lunes, 27 de febrero de 2012

El abismo propio



Nunca tuve un precipicio, siempre me desbarranqué espontáneamente, a veces  con la ayuda desinteresada de un pequeño empujón. Persistentemente estuve pisando el borde más frágil de los acantilados tratando de merecer el salto.  No me daba cuenta que mi signo era caer en esto que se llama vivir..


Aunque caigo estrepitosamente jamás he tocado fondo, porque muy debajo de los precipicios hay otros y así vivo, de salto en salto.


Cuando me lancé a la aventura del abismo propio fue que sentí que poseía la llave de mi destino. Estaba cayendo de un modo elegante por los túneles del tiempo, por las profundidades del anhelo.

Ahora que caigo perpetuamente mi sueño se ha vuelto más ambicioso, no quiero dejar de arrojarme. Ese arrojo me asusta y me excita. Mientras caigo se me desprenden poemas, retazos de música, muestras gratis de cordura, hago amigos, miro por las miles de ventanas que voy dejando en el descenso, me siento un astronauta que pisará alguna vez la sombra de la luna. Siento las contorsiones del amor e, inevitablemente, sobrevivo.


¿O es que no te sientes vertiginoso mientras caes a la tumba? ¿No se te desprende el universo en el intento?. Los fuegos artificiales se impulsan hacia arriba para caer brillando. En el arrojo se conjuga el verbo que te nombra.














Ob: De tanto caer cayendo se le fue el párpado cerrando.




César González Páez