Palabras, palabras...

Palabras, palabras...
Dibujo; César González Páez.

sábado, 10 de mayo de 2014

AL BORDE


Saber leer en los
libros y en la vida



Los libros son linternas que nos guían en la oscuridad de la ignorancia. La luz que irradian se proyecta hacia lo que queremos apuntar, es decir, lo que queremos aprender. Son enseñanzas que no se olvidan por eso muchos textos se recuerdan con el mismo cariño que uno les tiene a la maestra que le enseñó las primeras letras o aquel profesor de secundaria que, alejado de esa falsa postura de imponer verdades, se dedicaba a contarlas de manera sencillas y sin olvidar esa pequeña dosis de humor que hace que uno retenga las cosas con mejor ánimo.
Los libros, como los árboles tienen hojas que no se caen en el otoño del alma. Hay páginas donde uno siempre vuelve porque tienen la doble magia de atraer por lo que dicen y cómo lo dicen. Y casi siempre es la poesía, pues cumple con creces eso de despertarnos la sensibilidad y la inteligencia para decir aquello que sentimos de una manera coherente e inolvidable.
También puede ser el fragmento de una novela donde se recuerdan cosas inolvidables que les ocurrieron a los personajes cuando estaban explorando todavía el mundo que les tocó vivir.
También está lo que cuentan las personas sencillas, sin otra formación que les dicta que si por un camino ocurren cosas imprevistas o malas, es necesario contarlas para que sirvan de advertencia a los que pasan o pasarán por lo mismo. Hablo de cómo los mayores, que vivieron varios tomos de vida, pueden dar consejos que se encuentran en los libros.
Varios autores célebres que muchas veces dejan de escribir, y cuando les preguntan por qué, suelen sincerarse diciendo. “porque los viejitos que me contaban estas historias, han muerto”.  Uno de ellos era, por ejemplo, el mexicano Juan Rulfo.
Por eso se recomienda a los que escriben, que ‘lean’ las páginas abiertas de mucha sabiduría que hay en los ancianos que todavía se resisten a morir sin dejar la huella en algún sitio, generalmente en la memoria de los que los escuchan. Muchos de esos ancianos suelen decir “no sé escribir, pero yo les voy a contar lo que viví y cómo lo viví, los que escuchan con atención sabrán ordenar las palabras y ponerlas en su lugar. Ponerles a esas historias el ropaje de poesía, novela o cuento.
Y en Paraguay, con su inabarcable veta de oro, que es la cultura oral, hay mucho para explorar para rescatar, porque esos ‘viejitos’ también están cumpliendo las últimas etapas de sus existencias y, tienen la paciencia para contar y trazar el mapa de vidas que en su sencillez encierra las gotas necesarias de sabiduría. 
Escúchenlos atentos, ellos son la portada invisible de los libros no escritos, ellos tienen la palabra que abren las puertas del conocimiento, Y no son menos que nadie, son testimonios vivientes  que hay que redimir para la memoria de todos. 


 C.G.P.

El río del tiempo




Decía un poeta que el tiempo es como un río eterno que se lleva a todos sus hijos y ahora, ese escritor, también ha sido llevado por el “raudal” de los años. Parece un despropósito, que tanto empeño puesto para vivir dignamente termine como siempre, en lo que terminan todas las vidas de este mundo. Las pinceladas del olvido hacen el resto y uno termina preguntándose para esto tanta pasión, tanto trabajo con esta inútil acumulación de días y años.
No somos infinitos, pero nos comportamos como si lo fuéramos, un poco prepotentes de querer vencer el  paso de los años, que tan alegremente pasan. El hecho de creernos que vamos a tener la máxima cuota de vida hace que aparezcan personajes como los avaros que amarrocan para un mañana que no disfrutarán, están los que postergan sus verdaderos sentimientos porque “pueden esperar”. Las mujeres que creen que serán toda la vida bellas y los hombres que serán siempre fuertes. Ninguno de esos propósitos se cumple, entonces la lección que nos da la vida es bien simple; Hay que vivirla en plenitud.
Pero, es así, y quién no lo entienda deberá pastar toda su vida en la desilusión. Vinimos a este mundo para poner un ladrillo más en la creación, un trabajo colosal que no termina de hacerse, porque si uno se da cuenta las cosas son más fáciles de romper que de hacer.
Todos tenemos el presente como el máximo regalo de nuestras vidas, nos puede quedar la nostalgia, los recuerdos que no son otra cosa que postales invisibles que hasta nos pueden hacer sentir sentimientos profundos, como arrepentirnos de no haber hecho esto o aquello. También nos puede hacer llorar al rememorar personas que no están y que hemos amado o que han influido mucho en nuestra existencia.
Entonces lo que tenemos a nuestro alcance es la oportunidad, un material valioso para capturar verdades y logros. El tiempo que más se cuenta es el que abarca la felicidad, la plenitud de haber alcanzado algunas metas. Detrás de la cortina del presente está lo cosechado, lo que hemos logrado y que nos justifica. Honrar la vida y matizar los esfuerzos, mientras continúe. Marcel Proust ha señalado, con una filosofía más que humana, que lo que vale es el ahora y el presente, por su naturaleza es algo que cambia en forma. Permanente y dice significativamente “otro ahora ha entrado en su lugar”.
Todo porque vivimos en esta cápsula de tiempo que la vida nos prestó, y transcurrimos ilusionados que podemos hacer o estamos intentando hacer de esta oportunidad algo valioso.

Las personas se justifican por lo que dejaron y es que no somos más que propietarios de un legado que hay que honrar dejando para los demás algo que cambien mejorando sus vidas.