Palabras, palabras...

Palabras, palabras...
Dibujo; César González Páez.

martes, 15 de abril de 2014

Al Borde

Ética de la palabra

no es una utopía



Cuando las letras apuntalan las ideas y los hombres que la escriben son fieles a su pluma, es posible que el mundo mejore. Alguien ha dicho que la labor de escritor es uno de los oficios más decentes que quedan. A través de la escritura y sus diferentes vertientes, de testimonio o ficción, se pueden esgrimir razones contra la injusticia y la corrupción, contra la apatía de los sentimientos y la degradación del arte de amar. Por la poesía y la narrativa se van desencadenando, en forma de atrevida prosa, las palabras. Así van nombrando las maravillas o las pesadillas que conforman el inventario del mundo. Son aventureras que exploran nuevos territorios mentales del ser humano. En cada hombre o mujer hay un o una idealista que cede paso al oportunismo, al facilismo de permanecer en lo preestablecido sin cuestionarlo, la literatura suele despertar a ese ser dormido que existe en el interior de cada uno. El que, cuando se da cuenta, ocupa su lugar en la barricada de las ideas.

Sino basta recordar a aquel lejano Quijote que vio lanzas en las paletas de los molinos, que trató como una dama a una humilde mujer de la calle. Enseñó la cortesía de la imaginación, que puede hacer que las cosas cotidianas, que sentimos que están mal, cambien.

Porque no siempre tienen razón los que dominan, no siempre los desposeídos han de ser ignorantes por decreto. Puesto que la sabiduría también corre por la vertiente humilde de la imaginería indígena y también por los elegantes pasillos de las cátedras universitarias; pasa por la versión de la vida que cumple al pie de la letra un hombre campesino al que puede considerársele justo por no haber violado ninguno de los diez mandamientos. En igual medida y en la misma balanza, será justo el artista que no sometió la ética de una pluma a la comodidad del halago.

Como se ve, la escritura sirve y puede asentar verdades, por eso el oficio de escritor reclama la madera de los ideales — que no tienen precio— redactados con honestidad. No importa en qué estilo, si en la intimista poesía o en la fronda de la narrativa, embarcados en el género del absurdo, el displicente relato de costumbre o en el serio ensayo. Hay muchas técnicas para hacer pan, pero en ningún caso puede faltar la harina, así el escritor no debe olvidar- se que hay reglas de sinceridad inclaudicables en la literatura.






Dos poemas

Definición



Pastura es tu pensamiento

Donde mansos rebaños están

Y se señalan seguros. Saben

Que no cambiarás tus convicciones

De no mediar un extremo.

Y así pasan, pastura y rebaño,

Cuando el libreto de la vida

Te traza un camino equivocado.

Pero en contados regresos

Resucito y vuelves a tu sitio

Donde el paisaje pastoral

Debe recrearse de nuevo.

Y eso es lo que admiro

Que pacientemente siembras y riegas y

Tan seguro estas que los

Rebaños que te nombran

Volverían a su paraíso.




*




Verso y punto



Allí van las palabras tras una idea

Son el cordón umbilical

De las ideas que quieren

Contarse a si misma primero



Por donde va la nave

De una reflexión

No podrían ponerse en orden

Pasarse lista de presencias

O ausencia de aciertos

Si no fuera por el clon de

La palabra

Pensada, primero, escrito

O dictado después

Y la savia nutriente

Verá en que poema

Las palabras son bienvenida

Porque dan luz y razón

A mi existencia

Las escribo, las convierto en hojas

De libros, para otros ojos

Que, seguro, la completaron

Porque un verso a la deriva

Siempre esta mitad escrito

Y mitad pensado.

Con borrones y cuenta nuevas

Para la mirada futura

Que sepa donde ponerle los aumentos.







Al Borde

Elogio a la
vida sencilla





César González Páez

cesarpaez@uhora.com.py



Leo en un libro titulado Nuevas Rubaiyat del poeta persa Omar Khayyan, su extraño y versátil modo de interpretar las religiones, que define de infinitos modos pero especialmente que es una debilidad de la humanidad. Se refería a ese fenómeno de creer en una divinidad ciegamente, sin darse cuenta que la grandeza de Dios está en la creación y en las cosas simples, que no vemos y forman parte de nuestra vida. La lectura de estas “rubaiyat” reflexiones en versos, en el que el único cáliz era el vino que atempera la codicia y, para él, curiosamente vuelve al hombre más humano y transparente. Cuando digo “hombre” me refiero a humanidad que la componen hombres y mujeres.

Leo este claro pensamiento cuando expresa que hay en la mezquita, en las sinagogas, en los monasterios religiones y sectas que temen al infierno y tienen fe en que habrá un premio. Y termina diciendo que los que conocen a Dios jamás siembran en corazón alguno tan raras semillas.

Entonces puede ser una de lección de este poeta de lo cotidiano y admirador de la obra de la creación, que propone dejar todo concepto religioso para acercarse humanamente a Dios. Acercarnos con nuestras propias debilidades, pero atentos a los fenómenos de la naturaleza, con la convicción que una divinidad sólo puede tener allí su paraíso.

Admiraba la sinceridad en la manera de sentir, la transparencia de las almas que sólo la tienen las personas simples y los sabios. Después que se ocupa de eso que desvela a muchos, le llama la atención el transcurso del tiempo en cosas inútiles y la ingrata suerte que “otorga bienes y fortunas al necio, al bribón y con ello priva al recatado y el insobornable”. El hombre, así como inventó las leyes de la justicia también encontró los medios para transgredirlas.

Y estos conceptos que parecen tan actuales fueron escritos en el año 1100 de nuestra era, lejanos tiempos definen la naturaleza y la debilidad del hombre, que no ha cambiado hasta hoy.

Por eso el poeta se refugió en la vida sencilla, y la alegría que sólo dan las cosas simples, beber un vino con una buena compañía, disfrutar de la belleza y compañía de las mujeres, pues si Dios las hizo así, sería un desaire a lo creado, no amarlas. No son sino estos escritos, clásicos de la literatura universal, pequeñas grandes lecciones de vida.







ENSAYO

Saber leer en los


libros y en la vida





César González Páez

cesarpaez@uhora.com.py



Los libros son linternas que nos guían en la oscuridad de la ignorancia. La luz que irradian se proyecta hacia lo que queremos apuntar, es decir, lo que queremos aprender. Son enseñanzas que no se olvidan por eso muchos textos se recuerdan con el mismo cariño que uno les tiene a la maestra que le enseñó las primeras letras o aquel profesor de secundaria que, alejado de esa falsa postura de imponer verdades, se dedicaba a contarlas de manera sencillas y sin olvidar esa pequeña dosis de humor que hace que uno retenga las cosas con mejor ánimo.

Los libros, como los árboles tienen hojas que no se caen en el otoño del alma. Hay páginas donde uno siempre vuelve porque tienen la doble magia de atraer por lo que dicen y cómo lo dicen. Y casi siempre es la poesía, pues cumple con creces eso de despertarnos la sensibilidad y la inteligencia para decir aquello que sentimos de una manera coherente e inolvidable.

También puede ser el fragmento de una novela donde se recuerdan cosas inolvidables que les ocurrieron a los personajes cuando estaban explorando todavía el mundo que les tocó vivir.

También está lo que cuentan las personas sencillas, sin otra formación que les dicta que si por un camino ocurren cosas imprevistas o malas, es necesario contarlas para que sirvan de advertencia a los que pasan o pasarán por lo mismo. Hablo de cómo los mayores, que vivieron varios tomos de vida, pueden dar consejos que se encuentran en los libros.

Varios autores célebres que muchas veces dejan de escribir, y cuando les preguntan por qué, suelen sincerarse diciendo. “porque los viejitos que me contaban estas historias, han muerto”. Uno de ellos era, por ejemplo, el mexicano Juan Rulfo.

Por eso se recomienda a los que escriben, que ‘lean’ las páginas abiertas de mucha sabiduría que hay en los ancianos que todavía se resisten a morir sin dejar la huella en algún sitio, generalmente en la memoria de los que los escuchan. Muchos de esos ancianos suelen decir “no sé escribir, pero yo les voy a contar lo que viví y cómo lo viví, los que escuchan con atención sabrán ordenar las palabras y ponerlas en su lugar. Ponerles a esas historias el ropaje de poesía, novela o cuento.

Y en Paraguay, con su inabarcable veta de oro, que es la cultura oral, hay mucho para explorar para rescatar, porque esos ‘viejitos’ también están cumpliendo las últimas etapas de sus existencias y, tienen la paciencia para contar y trazar el mapa de vidas que en su sencillez encierra las gotas necesarias de sabiduría.

Escúchenlos atentos, ellos son la portada invisible de los libros no escritos, ellos tienen la palabra que abren las puertas del conocimiento, Y no son menos que nadie, son testimonios vivientes que hay que redimir para la memoria de todos.