Palabras, palabras...

Palabras, palabras...
Dibujo; César González Páez.

lunes, 18 de agosto de 2014

Al borde

Ética de la palabra

no es una utopía


Cuando las letras apuntalan las ideas y los hombres que la escriben son fieles a su pluma, es posible que el mundo mejore. Alguien ha dicho que la labor de escritor es uno de los oficios más decentes que quedan. A través de la escritura y sus diferentes vertientes, de testimonio o ficción, se pueden esgrimir razones contra la injusticia y la corrupción, contra la apatía de los sentimientos y la degradación del arte de amar. Por la poesía y la narrativa se van desencadenando, en forma de atrevida prosa, las palabras. Así van nombrando las maravillas o las pesadillas que conforman el inventario del mundo. Son aventureras que exploran nuevos territorios mentales del ser humano. En cada hombre o mujer hay un o una idealista que cede paso al oportunismo, al facilismo de permanecer en lo preestablecido sin cuestionarlo, la literatura suele despertar a ese ser dormido que existe en el interior de cada uno. El que, cuando se da cuenta, ocupa su lugar en la barricada de las ideas.

Sino basta recordar a aquel lejano Quijote que vio lanzas en las paletas de los molinos, que trató como una dama a una humilde mujer de la calle. Enseñó la cortesía de la imaginación, que puede hacer que las cosas cotidianas, que sentimos que están mal, cambien.

Porque no siempre tienen razón los que dominan, no siempre los desposeídos han de ser ignorantes por decreto. Puesto que la sabiduría también corre por la vertiente humilde de la imaginería indígena y también por los elegantes pasillos de las cátedras universitarias; pasa por la versión de la vida que cumple al pie de la letra un hombre campesino al que puede considerársele justo por no haber violado ninguno de los diez mandamientos. En igual medida y en la misma balanza, será justo el artista que no sometió la ética de una pluma a la comodidad del halago.

Como se ve, la escritura sirve y puede asentar verdades, por eso el oficio de escritor reclama la madera de los ideales — que no tienen precio— redactados con honestidad. No importa en qué estilo, si en la intimista poesía o en la fronda de la narrativa, embarcados en el género del absurdo, el displicente relato de costumbre o en el serio ensayo. Hay muchas técnicas para hacer pan, pero en ningún caso puede faltar la harina, así el escritor no debe olvidar- se que hay reglas de sinceridad inclaudicables en la literatura.

C.G.P.

Querida prudencia

(Texto completo)


Te rezo, en tiempos de malos entendidos, en que la humanidad, cree que los dioses de cada cual están enojados entre sí y llevan sus asuntos a la guerra o a la prepotencia. Todo ese caos parece no tener salida.

Te rezo porque no se me ocurre otro altar que tu dorada cordura que hace muchas veces reflexionar a los hermanos que se matan entre sí, a los que en medio de pestes se alegran que a otros le vayan mal. Los que son incapaces de mirar lo que otros sufren sólo porque a ellos no les pasa e ignoran que el mal es ese reloj que gira y que a cada uno le llega a su momento.

El mundo está repleto de intolerantes, querida prudencia, porque cada cual tiene sus deidades que saben mirar para otro lado cuando ocurren estos tipos de injusticias. Reclamo tu ayuda en tiempos, que si no se puede cambiar a nadie en sus ideas, por lo menos iluminarlos con la prudencia de saber que si no hay mundo para todos, no habrá vida para nadie.

Te rezo, querida prudencia, para que ilumines el corazón de los sólo tienen un espejo para mirarse a sí mismos. Te invoco porque no tienes otra religión que saber que en la sensatez, la ira puede esperar, el pensar distinto no debe ser pasto de las llamas y la ambición debe medirse en la sola condición que cada cual tenga lo suyo.

Y te busco, querida prudencia, en las palabras que te nombran y que son tus hermanas: Cordura. sensatez. juicio, reflexión, o justo discernimiento.

Invoco a tu pluma, que predica en todas las iglesias, en todas las creencias políticas, en todas las sentencias y en el correcto proceder de los hombres justos.

¿Qué más se puede pedir?

Porque si hablo de un dios en particular tengo que saber que en cada ser humano hay una idea de divinidad y que la pone en movimiento para bien o para mal. Cada persona tiene su dedo acusador y el perdón anda extraviado en el orgullo de no aceptar que los caminos son infinitos, pero todos van creyendo que la prepotencia te lleva a donde quieras ir.

Te rezo, querida prudencia, porque está haciendo falta tu mesura y para que nos asistas en eso de aprender que tal vez una equivocación no sea sino una mejor pista hacia dónde ir. Pues no vinimos al mundo con el guión escrito de nuestra vida y todo se aprende en el andar y el limar de la experiencia.

Cuando nací, querida prudencia, no sabía de dónde venía y para qué estaba en este mundo. Si vine para cambiar algo o para terminar de educarme en esto que soy parte de ese todo que dibuja la naturaleza con bastante sabiduría y amor. Debería sentirme justificado con la paciencia de entender sólo estamos de paso por la vida y que si hay un destino, es honrar ese trayecto que es solo un lapso. Una vida que tiene sus semejantes, a quienes no tenemos que olvidar, pues de todos modos siempre los encontraremos en el trayecto de nuestra existencia.

Y te rezo a ti querida prudencia, para que todos entiendan más allá de sus credos, de las biblias y textos sagrados que se leen, de los tratados eruditos o de las ideas políticas que enceguece a los que quieren imponerlas. Lo único que tenemos es saber que la verdad del mundo es preservar esa diversidad con tolerancia.

Si este universo no fuera desigual, si no hubiera, por decir, en la música tantas armonías, todo sería torpemente neutro y sin sentido. Hasta para ser felices debemos pasar por los caminos de espinas y para llegar al conocimiento no debemos encerrarnos en la caja de un fanatismo, pues si hemos sido hechos diferentes, es porque así lo que quiso la creación.

Te rezo querida prudencia porque sé, en estos tiempos, que eres la moneda con que puede comprar una tregua, un arrepentimiento y también un oportuno perdón. Sin tu ayuda todo se irá a su propio derrumbe y sólo hay algo a qué temerle en serio, que es cuando las cosas no tienen solución y se toman medidas drásticas que cuestan la vida, la civilización, la fraternidad de vivir de un mundo, nos guste o no, hecho para todos y para cada uno.