Por más plegarias que se recen, la tierra gemirá su canción de tregua. Vengan, los invito, a pensar la realidad y a cantar en serio, que esto no va más y que si no hay cambios radicales, en esta manera desproporcionada de consumir, cumpliremos con la destrucción del templo de la naturaleza. Si no despertamos ahora, nos dormirá el ahogo del humo de los bosques ardiendo a causa de las medidas que no se toman y del poco respeto que se tiene al imperio del árbol y de las plantas todas que nos ayudan a vivir, de la tierra que nos da de comer y de los caminos recalentados por falta de sombra.
Si el hombre fue cuidador natural del bosque ya ha dejado de serlo, ha vestido su vida de pavimento, de alimentos que se compran en las despensas con aire acondicionado, vestidos con ropas que han dejado de ser cómodas para usar las que dicte la moda, a cosas como esas les llamamos confortables y respiramos un aire sospechosamente lesionado por las emanaciones de los colectivos chatarras, por el desgaste de los motores a causa del calor cada vez más creciente. A eso le llamamos vida digna?
Hemos renunciado al derecho de protestar por esos incendios, por esa necedad de creer que si no le está ocurriendo a uno, no nos importa. Y así, con fuego, aire contaminado, calentamiento global, sequías y con falta de pronósticos favorables, subsistimos mientras seguimos cavando la indiferencia en nuestra vida ordinaria.
Hacen falta soldados, pero no de esos que hacen la guerra, sino los que se visten de guardabosques, de los que vigilan que el agua siga brotando, que los ríos no se desvíen de su curso natural, los que cuidan al animal silvestre que ya no sabe dónde ocultarse para evitar su extinción. Hacen falta voluntarios que vigilen la pureza del aire, la calidad de los alimentos que cada día se contaminan más por la degradación o por las torpes intervenciones de los agrotóxicos.
Hacen falta seres que recuperen su sentido de humano a humanitario, y en este caso particular, para prestarse ayuda a sí mismo para que la sobrevivencia que queda en este mundo ya no se ve afectada con tanta torpeza y estupidez sostenida.
Es hora de mirar el mundo como si viéramos una habitación desordenada, a la que hay que limpiar y poner en órden, y en la medida que comprendamos sobre la urgencia de hacerlo, la agonía del mundo, de nuestra única habitación, tardará un poco más en llegar. He visto lo que nunca vi en el curso de la vida, a gente pelearse por el reparto de agua y si eso no es una señal de la decadencia ¿qué es? Cuánto cuesta el ‘darse cuenta’ y ese olvido es algo que se paga con el deterioro de la vida. Realmente, es hora de cantar una canción de tregua, la canción de todos, la canción con todos.
César González Páez
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