Perfume número cinco
César González Páez
aporcesar@gmail.com
No es esa mirada de deseo, ni el suave sonido de una seda deslizándose por un cuerpo perfecto; es la pátina del tiempo que no se descorre como un obsesivo rimel adherido a un rostro bello. Hay un recuerdo siempre presente que tenía un nombre -como lo tiene ahora- Marilyn. y ya no hace falta hurgar en sus aniversarios para tenerla presente cuando se trata de invocar a la sensualidad.Su mirada presente, su facciones pintadas hasta por Andy Warhol, su garbo de mujer fatal, su lejano perfume Chanel número cinco. Parece el extracto de una extraña pócima que atrae adeptos que jamás la concibieron viva, ni oyeron su voz susurrante que era secreto de Estado.
Existió y embiste todavía una presencia transparente y sola, como ella lo pudo comprobar: el teléfono jamás sonaba ¿cómo invitar a alguien que seguramente tiene tantos compromisos? El teléfono no sonaba a tiempo y la soledad fue tejiéndose con su apacible pero mortífera red. La fama le pasaba la factura a pagar con altas dosis de soledad.No existe su cuerpo pero sin embargo todavía hace una sombra que nos abruma y seduce. Fue una mujer criticada, envidiada, deseada, odiada, adulada, más era imposible ignorarla.
Se paseaba por todos los sentimientos humanos de su época y abrevaba de la incomprensión y tal vez de la falta del afecto verdadero. No tuvo hijos pero dejó descendencia de admiradores y de mujeres que copiaron su estilo pero jamás llegaron a ese nivel tan decididamente suyo que seducía sin proponérselo que generaba emociones de todo tipo.Transparente sigue sonriendo en sus películas, su voz se desliza aún provocativa en un álbum miles de veces reeditado.
Es aún una mujer vestida de perfume y brindis de champagne, es el producto más acabado de Hollywood que todavía se vende sin asistentes. Es ella, la que marcó un antes y un después en el concepto mujer. Cada cita con ella en sus películas es revivir el número de la magia perfecta que nos engañe de nuevo, y sonría como si no se hubiera ido nunca.
No digas
nunca…
César González Páez
aporcesar@gmail.com
No digas nunca: Por aquí no pasaré, de esta agua no beberé, en estos sueños no me voy a embarcar, por este río no navegaré o de este modo jamás me conduciré. Porque cada valla que nos proponemos son en realidad barrotes que no nos dejan salir de los prejuicios. Es tan cambiante el destino y las razones de esos cambios no están agendados para cada uno de los seres humanos que todavía vemos el pasto desde arriba. Desde que nacimos no hemos otra cosa que cambiar, hemos cambiado los juegos simples, las alegrías inocentes y los sueños más nobles por las petulancias de la adultez, hemos adoptado la consigna de llevarnos el mundo por delante y no ser menos que nadie. La normal ambición de ser alguien en este mundo y sobrevivir dignamente.
Con el tiempo nos hemos equivocado al cifrar nuestra esperanza en otra persona, nos han engañado tal vez y ha sido duro aprender a costa de la desilusión, esos don los costos de la experiencia que hay que asumir.
Hemos pasado por el llanto de los que se han ido y que fueron pilares de cómo somos ahora, hablo de nuestros ancestros que de mil maneras nos han enseñado, con las palabras del oportuno consejo o el ejemplo de hacer el bien que es más efectivo que las palabras. Hemos amado mucho y hemos tenido también que volver a empezar, hemos cosechado enemigos tal vez o demasiado amigos, en todos los extremos se siembra la duda.
La vida nos ha prestado los días, el destino las oportunidades, los sueños la esperanza y con semejante equipaje tratamos de honrar la vida que nos ha tocado en suerte. Menuda disciplina es no equivocarse y es vasto el campo sembrado de tentaciones, por todos esos caminos habremos de pasar o ya estamos pasando sin comprender a cabalidad el propósito de nuestra existencia. Por eso no digas nunca que esto es el borde hasta donde se puede llegar, pues es demasiado amplio el espectro de posibilidades y allí, en el desierto más desolado, el azar pone su semilla y los frutos que darán depende de cómo cuides lo que vendrá. De pensar así significa que no estamos hechos para entender la mutación de las cosas y de los hechos, de allí la terquedad de poner barrotes a nuestra propia jaula. Una pequeña revisión de vida nos dirá claramente que vamos pasando por alegrías y tristezas, por momentos de tener mucho y por otros de austeridad. Pero en la pobreza o en la riqueza, tanto emocional como financiera, tendrá que estar presente el orgullo de sentirnos vivos y saber que los días que nos quedan seguirán poniéndonos a prueba. Por eso hay que desechar las posturas extremas, apuntar al bien, a lo que nos mejora como personas. Saber y estar conscientes siempre que la belleza de la vida es como la de la rosa, que en su plenitud se sostiene en su tallo de espinas.
Me sobra amor
Por César González Páez
aporcesar@gmail.com
Haciendo un balance y sin ser un contador matemático especializado descubro que tengo un excedente optimista de afectos Los analistas financieros dirán que tengo saldo a mi favor, que todavía puedo elevar mi cuota de créditos, términos contables que sólo quieren poner un precio a mi alma. Puedo gastar la cantidad de amor que quiera, pues tengo saldo a favor.
Y al pensar en todo lo que he gastado en cariño más se ha incrementado mi patrimonio sentimental y desbordan las cuentas de certezas afectivas.
Pero viene un analista también y me dice que demasiada cuenta de amor en el banco de mis afectos, es un lavado de amor, ahorro innecesario de caricias, besos desperdiciados que me van acumulando intereses y que, si sigo en esta tendencia, terminaré siendo tapa de Forbes, cuando el amor se cotice en la bolsa de comercio.
¿Qué hago con tanto amor? Me pregunto cómo se preguntan los empresarios cuando sostienen su política que hay que invertir más, porque mis besos están ociosos, mi amor se apila como un avaro que junta lo que tiene para disfrutar con lo que posee y no comparte.
Pongo un aviso en mi corazón, digo que soy un potentado que va en coche de lujo de sueños, que puedo desperdiciar en una noche miles de besos porque me sobran. La gente me mirará envidiosa porque dirán, pobre tipo qué rico que es y derrocha su amor.
Me esmero en gastar y la cuenta a mi favor va subiendo, hasta podría decir que quiero hasta un plumero porque el viento hace mover sus plumas.
Es que soy un infeliz rico en amor, en mi mansión sólo se acercan a beber la abreviatura de un deseo y después se van. Yo quiero darles todo porque los dioses me han dado la virtud de amar y quiero, me sale te quiero, por todos los poros del alma.
Qué ridículo millonario en besos dirán algunos, otros pensarán: éste seguro que termina mal porque la riqueza de afectos conduce a la bancarrota.
Quisiera ser un pobre sentimental como era antes, que en el rostro de una mujer cifraba mis sueños, y vigilia de ilusiones mientras no veía la gran catarata de talento que desperdiciaba mi corazón. Algunos dirán no sea egoísta díganos la fórmula para ser un millonario en amor y yo les contesto, curiosamente el amor no se ahorra, cuando uno más lo gasta más tiene, al contrario que el dinero que es tirano en desaparecer de nuestro bolsillos. El amor se invierte en más amor y es por eso que hoy vengo a tu puerta, porque he firmado un cheque sin fondo que tiene tu nombre. Para que te lleves todo el amor que tengo y lo gastes como quieras, porque yo me gasto con el, y sin embargo sin saberlo me hace más potentado. Inmensamente rico con sentimientos que no caben en las bóvedas de los bancos oficiales. No insistan, soy un buen inversor, tengo la vida a plazo fijo y el amor a cuenta abierta. Tengo ilusiones que son billetes que llevan tu rostro, dinero amor en efectivo, monedas de un centavo de ilusión que me han dado miles de versos y estas palabras que te escribo y que apenas gasto. Lo que más rabia me da es que se diga que soy un avaro cuando en realidad cuanto más doy más tengo. No importa que se poco o mucho pero es todo lo que soy capaz de dar.