César González Páez
Leyendo el Diccionario de americanismos, editado recientemente por la Asociación de Academias de la Lengua Española, se comprende que hay un daño en las formas de hablar correctamente el español. El idioma une a los pueblos, pero resulta que cada palabra con los años va cambiando su sentido de una manera alarmante. Ya en 1949 aparecían estudiosos de la lengua que advertían los disparates idiomáticos de ese momento. Este diccionario hay que leerlo como una curiosidad preocupante, porque si uno va a redactar un texto no tendrá el mismo sentido en diversos países de Latinoamérica. Ya en la década del cuarenta, los investigadores de la lengua sostenían que había que combatir la plaga de chabacanería que hace daño al intelecto. Argumentaban que era un signo de atraso moral, que el modismo vulgar o arrabalero eran señales de incultura. Estaban preocupados, el libro Diálogos de la lengua, de Juan de Valdés, señala que el castellano es una lengua tan noble, tan entera, tan gentil y tan abundante, que dejarla perder por negligencia debería avergonzar. Entendían que desde entonces se malgastaba el hablar en vulgarismos torpes, propio de villanos. El único refugio era el eficiente diccionario que nos indicaba qué significan las palabras y cómo se usan con propiedad, con la finalidad que entendamos todos de qué estamos hablando. El Diccionario de americanismos, que podría definirse como un estudio antropológico sobre conductas en formas de hablar o para entender sinsentidos de las palabras. Nos encontramos por ejemplo que uno puede ser "centenarista", que es alguien que está de acuerdo con las ideas del centenario de su país. Encontramos que "chachalaqueadera" es una conversación larga e insustancial, un "codina" es un tacaño, el libro acepta "cuerona" como mujer hermosa. Un "culimbo" significa simple e insignificante y en algunas regiones significa niño de corta edad. Usted en vez de darse una ducha puede decir que va a hacer una "enjuagada". Un "estupinián" es una persona estúpida, otra palabra aceptada es una derivada de una marca "gamezán", que significa una sustancia tóxica que se usa como insecticida. Esto parece una "jarusca" que puede significar mentira, engaño o estafa. Pero claro, depende del país en que uno se encuentre, porque las palabras pueden significar todo lo contrario de lo que usted quería decir. Tenían razón los puristas de la lengua de otras décadas al advertir que estos neologismos destruyen el sentido de unión que debe tener el castellano. Que una palabra se use con propiedad para que se entienda en cualquier parte del planeta donde se hable castellano, tendría que ser una campaña global. Que un término popular sea simpático en una región, es un síntoma que, antes de hablar con propiedad, se prefiere vulgarizar el habla. El diccionario, alentado por la Real Academia de la Lengua Española no cumple con uno de los dictados de esta institución, que tiene por misión: "pulir y dar brillo" al idioma.
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