Al Borde por César González Páez
Esta columna tiene como propósito llegar a los extremos de la vida que muchas veces recorremos, ya sea por necesidad, por curiosidad o por gusto nomás, Creo que ésto es lo que piensa, más o menos, alguien que acaba de ser despedido, busque las semejanzas, por si se encuentra algún día con ese tropiezo: “Así es, cuando a uno lo ponen de patitas en la calle se opera una especie de euforia: ¡por fin libre! Ahora podré ver a las chicas en su hora pico, paseando o comprando una y mil baratijas. Podré sentarme en un bar y beber una cerveza sin prisa como un experimentado filosofo que desdeña el reloj. ¿El tiempo? Que espere, ahora puedo leer ese libro que dejé por la mitad hace ya un tiempo, llamar a ese amigo que, ingratamente, he olvidado y cumplir con esa mujer, la incondicional, como dice el bolero que canta Luis Miguel. ¡Soy libre! ¿Se dan cuenta lo que es eso y qué importancia tiene para un enjaulado como yo? Lo decía el prócer San Martín, que cuando hay libertad todo lo demás sobra.
La euforia del libre albedrío sin embargo pasa su factura y andar por allí sin ton ni son, me hace pensar que estas merecidas vacaciones se están haciendo cargo de mi bolsillo. Pienso en el futuro que no muerde pero siempre te está ladrando.
Pero otra cosa está sucediendo en mi emancipada personalidad, a los pocos días de la euforia del principio empiezo a experimentar que algo me falta y no es otra cosa que esa soga que me ataba al yugo. Extraño al ácido de mi jefe con sus inoportunas órdenes, extraño las piernas de Laura que les gusta mostrar, pero que son de uso exclusivo de su marido. Extraño al guardia que anota mis llegadas tarde con cara de perro, a la simpática esa que viene casi todos los días a vender su chipa. Extraño la vida de oficina y ni siquiera hace un mes que me despidieron.
Me dedico entonces a leer los diarios, pero no como antes, sino comenzando por los avisos clasificados, en la sección empleos. Comienzo a escribir cartas diciendo que soy bueno en todo y sintiéndome igual de inseguro en todo. Me atienden eficientes secretarias, empresarios indiferentes que miran mi curriculum como si fuera papel higiénico. A otra cosa, pienso y cambio de rubro, me da lo mismo ser pintor, mozo de bar, guardia de un shopping, gondolero en supermercado o un vendedor de globos en los parques con un anexo de chicles y caramelos incluido. El trabajo dignifica, por ende necesito la seguridad que da el trabajo y parto, sin dolor, a otro día para estar sentado en diversas salas de espera para hacer 'el aguante'. Atentos a que alguien se fije en nosotros, que nos nos ninguneen tanto, como se dice ahora que está aprobado por la Real Academia de la Lengua Española. Que nos comprendan que estamos sin trabajo y sepan que somos humanos, que tenemos cédula de identidad, familia, amigos, que nos gusta el fútbol y que no nos animanos a decir cual es nuestro club para no desalentar a nuestro entrevistador. No vaya a ser que sea uno de esos roñosos contrarios. Así es, soy un desempleado y me sumo a la lista de espera. tengo más tiempo para caminar y cuando se busca trabajo uno practica mucho ese deporte, si no cree súbase a mis zapatos…”. Fue en ese momento que me desperté y salí corriendo hacia mi trabajo, que no está tan mal después de todo, hasta la cara de ogro de mi jefe me perece simpática.
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