Palabras, palabras...

Palabras, palabras...
Dibujo; César González Páez.

lunes, 2 de agosto de 2010

Alma mía

César González Páez

Fui, si mal no recuerdo, la primera cantante de boleros del Tabarís. Piensen que ese edificio, que hoy se viene abajo, fue en sus tiempos una joya arquitectónica. Muchos se contentaban con verlo de afuera, porque solamente la gente adinerada podía darse el lujo de gastar y permanecer en aquel prestigioso lugar.
Mi foto lucía en la entrada y mi nombre era todo un suceso “Lorna Mills”, todavía guardo uno de esos afiches ¡Si habré recibido flores! Hoy sólo las espero para mi entierro o, como a veces sueña toda mujer, en una propuesta de matrimonio que ya jamás recibiré.
Por entonces era la mimada de los cumplidos y cada noche recibía apasionadas proposiciones de romances, invitaciones a recorrer el mundo y ¿a cenar? ¡ni les cuento! Canté hasta bien entrados los setenta, me refiero a las décadas no a mi edad, soy joven todavía para morirme y mi repertorio está intacto.
Pero ¿saben? No encontré el amor. Descubrí, eso sí, charcos donde aplacar la sed; retazos de vida bohemia de fantasmas que se quedaban hasta el alba para adorar mis besos, pero a eso que llaman amor de verdad ¡jamás lo encontré!
Por entonces, hablo de su declinación, el Tabaris dejó de ser lo que era y se convirtió en un burdel elegante. Las que allí trabajaban, diosas de un país remoto, soñaban que merecían el amor y que el trabajo era sólo una excusa. Pero el alba las sorprendía sin el fogoso amante nocturno, ni migas de besos. Solo la paga generosa en la mesa y el adiós tácito.
Tal vez mi pasión verdadera fue, no digo uno, sino los cientos de boleros que canté, por suerte no caí en esos juegos traviesos. Aunque veladas embriagadas de perfume y vino chablis, no faltaron.
Ahora, permítanme, les voy a obsequiar una estrofa de mi canción preferida: “Alma mía, sola, siempre sola, sin que nadie sepa tu horrible padecer”.

Así camina por los pabellones, hablando sola para no volverse más loca como ella misma dice y entona estrofas como si ensayara para un concierto que sabe nunca se hará realidad. Las enfermeras, que ya la conocen, tratan de ignorarla. Si le prestan un poco de atención, ella retoma todo su repertorio y no acaba más.
Reconocen que pesar de ser tan extravagante canta muy bien. Tanto es así que cuando ella interpreta su canción favorita hasta las enfermeras que están a punto de jubilarse se creen con derecho a merecer un gran amor.


El eclipse de los años, nos va sembrando nostalgias y de eso hay para todos.

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