¿Por qué escribimos, los que creemos estar atrincherados en la zona fronteriza de lucha entre la mentira y la verdad? Y si la veracidad es de alguien ¿quién reclamará el derecho de propiedad? Ese concepto, si uno lee un poco de historia, pasa de mano en mano, pasa y vuelve. Muchos escribimos parapetados del lado de la autenticidad, eso entendemos, pero… ¿quién nos ha reclutado y nos ha bendecido con el derecho a decir, no lo que nosotros queremos, sino lo que dicta la certeza? Supongo que es una inclinación humana sentir que la veracidad es un derecho muy importante si queremos una existencia digna. Guerras se han perdido por mala información, ideas que podrían haber generado el entendimiento entre todos, se han perdido a causa de aquellos que no sabían contarlas. Piense un poco ¿podría describir cómo es tal o cual perfume? ¿Podría contar el aroma de una manzana sin caer en la obligada estrategia de la comparación? Que no es igual al de naranja, ya lo sabemos, que es único, también. La tarea de describir y cómo contar una verdad es un oficio y de hacerlo bien, es un arte cuya cepa no abunda.
Muchos se mueven en el frágil terreno de los que son corruptos y se hacen pasar por honrados, honestos hombres de ley que cumplen con sus obligaciones y, si les queda un resquicio, pontifican acerca de lo que debe hacerse y lo que no. Hay que andar con mucho cuidado con esos notables cínicos que llevan años en el oficio del parecer.
No es que uno diga ‘soy periodista’ porque tiene trabajo en un medio de comunicación o porque se acostó a la sombra de un título universitario. Si se fijan bien no hay vestimenta para este oficio como el que usan los sacerdotes o los soldados y ‘uno sabe’ qué son y qué hacen. Sólo de vez en cuando uno los reconoce cuando, en los frentes de guerra o de disturbios, se los ve con una remera blanca con un escrito en la espalda que dice, simplemente, “Periodista. No dispare”.
Pienso que cronistas de nuestra vida, somos todos. Los que buscamos la veracidad en nuestra vida común, que nos digan siempre las cosas como son para saber qué hacer o qué decisión correcta tomar. Para oxigenación de nuestros actos debemos estar bien informados, aunque luego no volquemos en palabras lo que creemos es la autentica información. Otros abrazan ideales, como el que todos tenemos derecho a estar correctamente informados y que ‘alguien tiene que meterse en honduras’ para extirpar una corrupción, abrir cajas oscuras de mentiras; descubrir papeles comprometedores, que corren las cortinas de los que los que están empecinados en que los creamos decentes. Ese deseo de encontrar la verdad uno lo observa en la vida diaria, en parejas que se separan porque ella o él ‘me mintió’, hecho que genera desilusión. No reclaman otra cosa que autenticidad.
Y no vaya a creer en eso que hay medias verdades o apariencias tolerables: si uno piensa que va a encontrar la cristalina existencia con esos conceptos terminará por estrellarse en la decepción. Y usted se preguntará …¿Y quién eres tú, piensas que te vamos a creer todo lo que cuentas en tus crónicas? Pues hay medio trabajo en comunicar la verdad y es, justamente, que te crean. Bueno, para eso están las fuentes, las pruebas, las evidencias pero, sospecho, que debe ser trabajo del lector, el dueño de creer o no en lo que escribo, el que se ocupe de la otra mitad. La que completa la noticia y hace que alguien esté convencido que has contado cosas con fundamento y si te mantienes en esa línea hasta puedes ser considerado con el tiempo en un informador ‘creíble’, título honorífico que cuesta ganar. Leo con frecuencia que verdad puede ser sinónimo de ‘sinceridad”, de “realidad” y pariente cercana de “honestidad. Ahí puede usted encontrar algunas otras pistas para descubrir en qué consiste nuestro oficio. Escribimos porque estamos empecinados en pensar que la verdad es el único remedio que cura lo destartalado de la sociedad.
César González Páez
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