Lanzar un libro es como
echar al mar una botella con un mensaje. Ahora, intentar de saber quiénes y cómo
leerán ese mensaje que jamás podrá ser previsto. Las interpretaciones y la
valoración de lo escrito quedará en manos de remotos lectores.
Pasarán las páginas por
diversos estados de ánimos, por marcadas indiferencias, por las frías estanterías
de las bibliotecas que no visita nadie o en anaqueles familiares, en el alud de
novedades que nos dispensa el universo informático, mientras el tiempo hace su trabajo que es
transcurrir.
Sin embargo el mensaje estará
siempre allí, porque ha sido publicado, seguirá
-como aquella remota botella literaria, navegando por martes de
curiosidad, buscando su oportuno momento. Porque todo lo escrito tiene su
presente que se hace a golpes de lectura, abriéndose paso en las miradas de los
que no le importa nada.
Por este motivo, jamás un
libro editado, un texto puesto en el aire de las nuevas tecnologías, estará de
más, aunque pasen años de silencio y se demore en sedimentar en la memoria de
los pueblos y del preciado lector. Allí estará cómo un testigo que editó un
espacio de tiempo, un fragmento de su verdad.
Los textos editados es un
año, hacen una montaña de cifras, fáciles de comprobar con apoyo de la matemática.
Lo que nunca se podrá decir es sobre cómo, cuándo y dónde la lectura cambiará
una vida, alumbrará un destino, brindará consuelo o conocimientos perdurables.Ese
riesgo que comporta llegar a todos los que leen, hacen que la literatura valga
el sacrificio de ponerse a escribir.
C.G.P.
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