Muchas veces lo he pensado, cuando veo pasar un chica hermosa, no me gustaría saber su nombre. Saberlo es encerrarla en una caja de Estelas, Marías, Alejandras, Patricias, Dianas o Karinas y demás nombres que llevan las tales doncellas, que son sólo trazos de ilusión que todo hombre se hace cuando una mujer atractiva pasa. No quiero encerrarla en la caja de una palabra, quiero que vuele a su antojo en mi imaginación y ella entonces tendrá el nombre que merece, cuando en el corazón, además del deseo, salgan brotes del afecto. Por eso amo a las mujeres que pasan, porque no sé quienes son y ni por qué me desvelan. Son semillas de un futuro que quizás nunca tendré en mis brazos.
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