Saber
leer en los
libros
y en la vida
Los
libros son linternas que nos guían en la oscuridad de la ignorancia. La luz que
irradian se proyecta hacia lo que queremos apuntar, es decir, lo que queremos
aprender. Son enseñanzas que no se olvidan por eso muchos textos se recuerdan
con el mismo cariño que uno les tiene a la maestra que le enseñó las primeras
letras o aquel profesor de secundaria que, alejado de esa falsa postura de
imponer verdades, se dedicaba a contarlas de manera sencillas y sin olvidar esa
pequeña dosis de humor que hace que uno retenga las cosas con mejor ánimo.
Los
libros, como los árboles tienen hojas que no se caen en el otoño del alma. Hay
páginas donde uno siempre vuelve porque tienen la doble magia de atraer por lo
que dicen y cómo lo dicen. Y casi siempre es la poesía, pues cumple con creces
eso de despertarnos la sensibilidad y la inteligencia para decir aquello que
sentimos de una manera coherente e inolvidable.
También
puede ser el fragmento de una novela donde se recuerdan cosas inolvidables que
les ocurrieron a los personajes cuando estaban explorando todavía el mundo que
les tocó vivir.
También
está lo que cuentan las personas sencillas, sin otra formación que les dicta
que si por un camino ocurren cosas imprevistas o malas, es necesario contarlas
para que sirvan de advertencia a los que pasan o pasarán por lo mismo. Hablo de
cómo los mayores, que vivieron varios tomos de vida, pueden dar consejos que se
encuentran en los libros.
Varios
autores célebres que muchas veces dejan de escribir, y cuando les preguntan por
qué, suelen sincerarse diciendo. “porque los viejitos que me contaban estas
historias, han muerto”. Uno de ellos
era, por ejemplo, el mexicano Juan Rulfo.
Por
eso se recomienda a los que escriben, que ‘lean’ las páginas abiertas de mucha
sabiduría que hay en los ancianos que todavía se resisten a morir sin dejar la
huella en algún sitio, generalmente en la memoria de los que los escuchan.
Muchos de esos ancianos suelen decir “no sé escribir, pero yo les voy a contar
lo que viví y cómo lo viví, los que escuchan con atención sabrán ordenar las
palabras y ponerlas en su lugar. Ponerles a esas historias el ropaje de poesía,
novela o cuento.
Y
en Paraguay, con su inabarcable veta de oro, que es la cultura oral, hay mucho
para explorar para rescatar, porque esos ‘viejitos’ también están cumpliendo
las últimas etapas de sus existencias y, tienen la paciencia para contar y
trazar el mapa de vidas que en su sencillez encierra las gotas necesarias de
sabiduría.
Escúchenlos
atentos, ellos son la portada invisible de los libros no escritos, ellos tienen
la palabra que abren las puertas del conocimiento, Y no son menos que nadie,
son testimonios vivientes que hay que
redimir para la memoria de todos.
C.G.P.
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