Palabras, palabras...

Palabras, palabras...
Dibujo; César González Páez.

jueves, 21 de abril de 2011

Tres poemas...

EXPOFLOR



Hubo un día que las flores protestaron

por tanta indiferencia comprobada

y brotaron rompiendo el pavimento,

cortando el tránsito, cambiando el curso

del agua en alcantarillas y canales.



Algunos ciudadanos se alarmaron

y decretaron ilegal la alegría de las plantas,

las llamaron a silencio, a brotar con discreción

y respetar la reglas de una buena ecología.



Así cortaron de base las rosas insurrectas,

secaron la fija mirada de la margarita,

doblegaron la altivez de los claveles

y negaron lo sensual de la orquídeas.



Pero las semillas apostaron a la vida,

no pasaron por alto el color de las razones

pues no hay nada que supere el blanco de los lirios

o un norte mas preciso que el rubor de los corales.



No se puede exterminar selvas de aroma,

ni cortar a filo de navaja una línea de luz.

Siempre se vuelve al lugar iluminado

con brotes a favor del continuar, del decidir.



En el poblado escenario de los hechos

la naturaleza acecha con retoños,

quiere envolver la tierra de raíces

para dar, por fin, su flor inquebrantable.









MENU



¿Con qué se alimentan los ángeles,

allá arriba, mientras hacen milagros?

¿Multiplican los peces o el hambre?

¿Saben apreciar el dulce de nube

o se conforman con el pan de la piedad

hecho con harina de la Vía Láctea?



¿Palpan debajo del aire

por si ha puesto un huevo?

¿O esperan que la lluvia fermente

para atrapar rayos en su propia tinta?

¿Será cierto que tienen corrales

donde, con paciencia, ceban a las nubes?

¿Será verdad que el incienso los seduce

y buscan el zumo de alegría dominical

que tienen las vibraciones de las campanas?



¿Qué condimento les cautiva? ¿La luz?

Tal vez atrapen pájaros incautos

o se devoren entre ellos

con la excusa de la confusión.

¿Sabrán degustar un plato

bien balanceado de estrellas

con mucho y picante polvo de planetas?



¿Con qué festejarán cada siglo o minuto,

con añejo vino del pasado o del porvenir?

Y cuando se dan el lujo, de sobremesa,

¿comparten ese bocado exquisito llamado olvido?



Dudoso menú el de los inmortales.







SUEÑO



Tuve un sueño muy curioso;

soñé que soñar sabía,

que la realidad me obedecía,

yo era como lo esperabas

y a ti nada te sobraba ni faltaba.



Qué fácil es soñar que se sueña,

que todo es como uno quiere,

que tu mano sostiene mi deseo,

¡ que un leve parpadeo cambia mundos !



De ese sueño ahora desconfío,

como el fuego se cuida del agua.

Esta ilusión se clausuró

con doble cerradura

y no sé de que lado está la llave.



Soñé que soñar sabía que poder podía,

que fantasear no me estaba prohibido.

que sueño más raro, se ahogó en su bruma

pero tuvo en sus bordes un aire de cierto.



Sin embargo siento todavía

que, si alguna vez he soñado que soñaba,

allí eras de verdad, no una mentira.

¿Habré sabido, en serio, soñar?

¿En que extremo ilusorio dejé la vigilia?

Porque voy por un claro de sueño

y tarda una vida el despertar.




Del libro Luna de Menta

miércoles, 20 de abril de 2011

Una tuerca

En una esquina céntrica de Asunción, sobre el asfalto, un automóvil extravió una tuerca. Se desprendió drásticamente y, desde luego, algo comenzará a funcionar mal en dicho rodado. Tal vez se destrabó de una moto, es plateada, cromada, y parece provenir de un móvil elegante. ¿Alguien la extravió y la extraña? ¿Le dieron de baja porque no ajustaba bien los bulones? Estos extravíos simples son los que provocan un comentario,
Se dan cuenta cómo un adminículo en la calle, olvidado de su honrado uso, puede generar tema para un análisis. Me propuse entonces deducir aceptándo desafío que no hay temas menores ni descartables y los cronistas deben buscar pepitas de temas cotidianos. Nada cuesta deducir, el filósofo dirá: Al mundo le falta un tornillo y ahora una tuerca. El político: Hay que ajustar las tuercas para que no se salgan de su lugar. El economista: Si seguimos perdiendo tornillos y tuercas la economía se resiente en gastos inútiles, hay que inventariar bien y todo saldrá mejor. El de estadísticas dirá que tuercas como esa se pierden una cada hora y que por mes mil tuercas están huérfanas o sin trabajo. Los sindicalistas dirán que las tuercas están hechas para servir y que no se las debe despedir. Los inútiles se preguntarán: ¿para qué sirve? Un niño la levantará para jugar con ella y su padre le regañará por alzar del suelo que, como el mundo sabe, está lleno de microbios.


La tuerca vuelve a quedar sola y espera, tal vez el raudal se la lleve, un caminante le dará un puntapié con ilusión de gol. Así la tuerca se ensayará a su estilo el viaje a ninguna parte. Tal vez esté jubilada, pero todos sabemos que las tuercas siempre sirven para un uso determinado: ajustar que una pieza no se despegue de la otra. Tiene una misión en el mundo, cuando alguien va a comprar en la ferretería la tuerca que se le salió en el trayecto, se va mirando el suelo por si la encuentra y así ahorrarse el desembolso. Porque uno, además, no puede ir a una ferretería a comprar solamente una tuerca, sino que tiene que llevar varias por las dudas. Por si son las tuercas rebeldes sin causa. Pero la tuerca ha comenzado a tener sentido, ha sujetado mi imaginación y nada cuesta creer, que su historia tendrá un final feliz, por lo menos en esto de ser por un día protagonista estelar de un comentario como este.









miércoles, 13 de abril de 2011

Duque de Guayaba



A veces los sueños de algunos hombres son metas inalcanzables, pero la historia los reconoce porque se esforzaron para concretarlos. Sea como sea son personajes que dejan rastros en la crónica diaria y vale la pena hablar de ellos, porque les sedujo la utopía.


Fue un indicio lo que llevó a Duque de Guayaba a convertirse en el Newton fracasado del Paraguay, porque lo que perseguía estaba más lejos de su razón y entendimiento: quería encontrar una palabra que descodificara a las otras y que en su sola pronunciación estuviera resumido todo el saber humano. En ese ideal gastó su vida y de todo ello quedó el recuerdo de un hombre excéntrico, como lo definían los que le apreciaban o "loco" como le llamaban los indiferentes, que eran los más.






Pude acceder a su historia gracias a un baúl que le había pertenecido y que exhibía un anticuario a un precio nada razonable. Pero está escrito que siempre terminaré comprando basura de todo tipo, ‘reliquias’ del pasado que no quiere nadie..


Visto desde fuera no era más que un cofre gastado, golpeado por ese andar dando tumbos en las bodegas de los barcos; según supe aquel hombre era francés o su padre lo había sido. Ese equipaje tal vez le perteneciera por tercera generación. Lo cierto es que allí estaba y según me aseguró el vendedor, todavía se conservaban algunas de sus pertenencias. Lo compré‚ porque lo tasó mi imaginación y no el sentido común, esperaba encontrar una historia fascinante y lo que en verdad me llevaba a mi casa no era otra cosa que un trasto, al parecer, inservible.


En su interior pude hallar una brújula, un aparato de astrónomía parecido a un compás, una calculadora rústica, tubos de ensayo y frascos con soluciones que todavía no termino de descubrir para qué sirven.


Entre esos objetos estaba el diario en que anotaba las novedades y los progresos de su teoría, gracias a este cuaderno pude enterarme en que‚ consistía.


Luego fui descubriendo otras herramientas más sofisticadas, un mineral imantado para detectar personas con dotes mediúnnicas, luego una piedra tan transparente que -según las anotaciones- retenía los pensamientos.


Toda esa locura encerrada en el baúl tenía su explicación: quería encontrar una palabra -como ya dije antes- que resumiera todo el saber humano, que su sola pronunciación fuera el diploma que le acreditara su condición de sabio.


Había llegado a esa conclusión después de pensar lo siguiente: una puerta se abre con una sola llave y lo que esa puerta abierta puede enseñarnos puede ser toda una revelación. En el saber debía ocurrir algo semejante, una palabra debía ser la abertura por donde ingresar al conocimiento.


Se propuso encontrar ese término, esa palabra que a su parecer andaba perdida entre los ruidos, en los anaqueles de los viejos almacenes de palabras, en polvorientos diccionarios. Había que buscarla con cuidado porque tal vez estuviera en la punta de la lengua de una anciana y si ésta se moría sin que él la escuchara la dichosa palabra se esfumarla. Había que cazarla donde fuera que se encontrara y dedujo que tal actividad podría demandarle toda la vida.


Esto lo convirtió en un hombre extraño, aunque conservaba buenos modales y era pobre pero pulcro al vestir. Duque de Guayaba fue el mote que le pusieron en el pueblo, por su andar altanero y porque su lugar favorito para las meditaciones era bajo la sombra de un árbol de guayaba. Su tiempo se dulcificaba allí con el humilde pero persistente olor de los frutos.


A Duque de Guayaba le gustó que le llamaran de ese modo y lo incorporó como un seudónimo, como si fuera un escritor de culto un poco extraño ya que nunca publicó ni siquiera un ensayo en el fugaz periódico. Aceptó el mote de un abolengo ficticio pretextando que un hombre que busca la palabra filosofal y carece de sentido del humor, jamás la encontraría. De modo, ese nombre fue como una condecoración que le puso el gentío que sólo veían en él a un ser estrafalario buscando bañarse en las fuentes del saber.


Pero él ten¡a altos cometidos y ahondaba, día a día, para proseguir tenazmente con esa utopía, que es el arte de caminar por las ideas sin fundamento o para mejor decirlo por la ruta de la intuición. "Todo pensamiento, todo conocimiento, todo descubrimiento debe estar cimentado en una palabra que opera como detonación. Tal vez las estrellas formaban parte de aquella grafía que deseaba encontrar. Así de grande era su ideal.


Se sintió muy tentado con aquella teoría que empezó a jugar con un compas de enormes proporciones –que luego hallé en su baúl- y con ese instrumento medía las distancias entre una estrella y otra, luego multiplicaba las diferencias en un diluvio de ceros que seguían a la unidad como voces de asombro. Ooooooooh! Y así, interminable.


Fueron muchos los días del mundo que el Duque gastó buscando esa palabra que detonaba el conocimiento universal. Incluso un monje piadoso trató de allanarle el camino explicándole que el término que buscaba no podía ser otro que un nombre:"Dios".


Guayaba paladeó el nombre durante un mes, pero arribó a la conclusi¢n que dependía de otra llamada "Fe", para creer en Dios luego hay que tener Fe y lo que él ansiaba encontrar era una palabra que no debía estar supeditada a otras complementarias ya que el solo hecho de pronunciarla abriría las puertas del saber universal.






Sé que investigó en libros antiguos, tratados de encuentros casuales con el saber -que nacen del presentimiento o la sospecha, leyó manuscritos de científicos cuerdos y locos, investigó en actas de bautismos de sabios y santos comprobados, por si la solución estaba en un nombre propio como el caso de Dios. Pero nada le satisfacía y su mente comenzó a tener declives hacia las tinieblas, tal vez por el desgaste propio de los años y el esfuerzo.


Se preguntaba que quién podría contener el saber del mundo sin perder el equilibrio de su razón. Sin duda era un peso demasiado monumental para una sencilla alma.


Escribió muchos tratados Duque de Guayaba, antes de desaparecer misteriosamente. Sé que no publicó por falta de dinero. Una pila de escritos estaban en el fondo del baúl. Muchos de esos papeles delataban una letra pequeña y desordenada, tal vez como sus pensamientos. Por otra parte las polillas le ayudaron mucho en que todo acabara de una vez, o los textos fueran indescifrables.

Di vuelta el cofre porque entendí que había que hacer una limpieza general. polvo y papeles se depositaron en el suelo, lo asombroso fue que a medida que sedimentaba en el suela iban configurando un esqueleto humano. No puedo sacar de mi mente esa calavera que parecía reir todavía con el aroma inquieto de la persistencia de la búsqueda de la palabra ideal.


Duque de Guayaba, deja ya de insistir con tu sonrisa sarcástica, jamás encontraremos esa palabra.


                                                                         
                                                                         (Extraído de Concierto de cuentos. Editorial El Lector)

jueves, 7 de abril de 2011

Optimista sin fronteras

A veces las encuestas indican fenómenos de comportamiento que, inevitablemente, nos pueden conducir a que, de repente, descubramos que somos optimistas. Porque está, dicen, en la naturaleza humana serlo, eso significa que usted por ejemplo debe creer a rajatabla que el salario le alcanzará hasta fin de mes. Para llegar a tal conclusión le preguntaron nada menos que a 150 mil personas en todo el mundo, dicen. La responsable es la Universidad de Kansas y una consultora internacional, los resultados se dieron a conocer recientemente. Qué lastima por el retraso, a lo mejor usted comenzaba a ser optimista desde hace un mes atrás. Pero seamos verdaderamente optimistas y creamos que lo somos. Cuando la crisis, el desempleo, la migración, las pandemias que vienen, vayan pasando según la agenda, seremos optimistas creyendo que eso a nosotros no nos va a pasar jamás. Como, por ejemplo, que alguien nos pregunte si somos optimistas y nos expliquen que tal consulta es para una estadística mundial. Seguramente a usted nadie le preguntó, pero por decreto de la opinión general, usted es un perfecto optimista, se lo ve alegre, sonriente, complaciente, radiante, risueño y animoso. Seguramente habrá notado que se cumple la sentencia paraguaya: Era feliz y no lo sabía. La felicidad lo ha fichado para jugar en su selección. Parece ser también que la encuesta ha motivado a muchos, por ejemplo los españoles, según el sondeo, son los más optimistas; los argentinos, según ellos, los más cultos y así una serie de cualidades optimistas que se adjudica la gente dando alpiste a la polémica. No hay que alarmarse, ya que en eso de ser optimista, nadie quiere ser menos.


Pero. hilando fino, esa tendencia parece cumplirse, porque si usted va a hacer fila al Instituto de Previsión Social a las tres de la mañana para ser atendido a las tres de la tarde. Esa espera en ese lapso de tiempo, indica que está contaminado de optimismo, de otra manera no se hubiera quedado allí por las dudas.. De la misma manera que cuando pacientemente espera a ese colectivo que lo deja más cerca y, luego de varias horas, se entera que ya no pasa por esa calle. El estudio, presentado en la reunión anual de la Asociación de Psicología Científica en San Francisco (Estados Unidos), ha arrojado que el optimismo es una condición humana universal y que no conoce fronteras. Ya podríamos pensar en formar una asociación: Optimistas sin fronteras. Porque para los hilos del absurdo cualquier punta del ovillo nos conduce a la verdad que se nos antoje.  Y hoy estoy optimista, porque no me ha llegado ninguna factura, nadie me ha llamado para una reunión urgente, la chica esa que me gusta ni me mira. Pero nadie me saca mi optimismo, que es de mi propiedad y que me mantiene ocupado pensando que tal vez esa chica me llame.

lunes, 4 de abril de 2011

La 'vejez' de la noticia

No es de ahora, lo dijo el escritor argentino Jorge Luis Borges que no hay nada más viejo que el diario de ayer y el concepto es que la palabra noticia es para muchos hermana de primicia y de actualidad. Sin embargo este opúsculo tratará de probar que las noticias viejas están también re-inventandose o, mejor, re-interpretándose. Si las noticias se vuelven viejas es porque nadie les saca provecho. Se verá muchas veces que en la historia, incluso actual, muchos hechos se repiten por los mismos errores. Por no saber leer las entrelíneas que nos regala la noticia fresca, recién salida del horno del momento.


Claro, con el correr de los días pierden vigencia y los diarios viejos son pastura para los historiadores, que son finalmente quienes las interpretan mucho tiempo después. Pero haga un simple ejercicio, busque cuatro diarios distintos de ayer y encontrará la noticia ‘pasada de moda’, que aparentemente, ya no genera interés. Notará que comparando la misma información, notará que un cronista pone su atención en un punto y resalta algo que los otros diarios, con la misma noticia, no advirtieron. En otro caso verá una foto que registra un detalle importante, que se contradice con el desarrollo de la crónica. Y es casi inevitable que esa noticia ‘vieja’ se vea completamente diferente a la que leyó apresuradamente por la urgencia de estar informado de algo en el momento. Error de creer que lo que sabemos es todo y que lo demás es puro cuento.


Hay algo que suelen hacer los historiadores, algunos por supuesto, y es esto: comparan las noticias de las diferentes fuentes e incluso leen las noticias de la edición del día siguiente por si hay reconocimiento de alguna errata. Algunos medios no tienen problemas en dedicar un espacio para admitir que hubo un error o confusión, lo que les reditúa confianza en los lectores. Porque errar es humano, pero negarse a la retractación es propio de la tozudez, del orgullo de los que se creen que de este lado del mostrador son portadores de la verdad.


Muchos lectores, especialmente ahora por la agilidad de los medios electrónicos, escriben raudamente advirtiendo los errores de la crónica y la denuncian. Publicar la carta es meritorio, pero tiene que haber también uns fe de erratas por parte del redactor de la noticia. Que ‘por un lamentable error’ se puso el nombre de alguien cuando en realidad era otro, o que los hechos no sucedieron tal cual sino que surgió de lo que la ‘gente decía’ en el lugar del hecho. Lo que sea, la noticia vieja insiste en apelar a la verdad.


Y notando las diferencias de escritura y ánimo en cada noticia muchos también se preguntarán: ‘Y éste…¿qué es lo que quiso decir?”. Un buen número de lectores conformistas lo darán por cierto porque hay otras cosas importantes. como por ejemplo enterarse de la movida de último momento. De allí la importancia de que los hechos tenidos por viejos se vuelven históricos, es decir, parte de la historia, sean interpretados con la mayor veracidad posible. De una crónica de ayer usted puede sacar todavía varias conclusiones, estudiarle su grado de dramatismo, de humor, de perplejidad, hasta echarle un vistazo desde el lado artístico si quiere.


Pero no deseche una noticia con mala reputación porque es de ayer, tal vez obtenga la punta de diamante que suelen tener las noticias y que se descubre que es cuando, además de informar, le está advirtiendo a uno de algo y no simplemente actualizándolo. Las noticias viejas, por poner un ejemplo, le están diciendo que en una calle cualquiera ocurrió un accidente con perdidas que lamentar, otros sueltos anteriores podrían indicar que en esa misma arteria hubo otros accidentes. O sea que, entre líneas, se lee que siempre ocurren coalisiones por esta esquina y si usted pasa por allí deberá extremar cuidado. Ese descubrimiento le está advirtiendo, si es que el periodista no se tomó el trabajo de averiguar más al respecto y contárselo. Pero esto de ‘darse cuenta’ es producto de leer, esa deducción es prácticamente imposible, si no se compara la noticia fresca con las crónicas anteriores. De allí que me parece que un diario ‘viejo’ puede ser fuente de consulta de hechos destacados que pasan desapercibidos, lo que tanto predicaba Borges, la relectura es más importante que la lectura. En la vida todo cambia, incluso la noticia vieja,

Un personaje absurdo

Si uno se pone a pensar, descubrirá que a lo largo de la historia, si se lee atentamente, suceden a menudo escenas absurdas, comportamientos desorbitados de personajes o grupos que acaban por asombrar. Esto nos permite comprender que los caminos de la ciencia y de las ideas, muchas veces se confunden con la locura.



Hablaremos entonces de la tozudez, por ejemplo, de un médico y astrólogo italiano que, adicto al juego y las ciencias ocultas, elaboró su propio horóscopo. Hasta ahí nada especial que llame la atención si fuera por lo que ocurrió después. Por los movimientos de los astros se le ocurrió interpretar que su propia muerte ocurriría antes de cumplir 75 años, ignoro si en su vaticinio incluyó una fecha y hora exacta.


Lo que sucedió es que Gerolamo Cardano, tal es el nombre de este excéntrico protagonista, se tomó muy a pecho su vaticinio. A esto se sumó que por su carácter engreído no toleraba reconocer sus propios errores. Faltándole poco para llegar a la fecha predicha y notando que gozaba de buena salud, no se le ocurrió mejor idea que suspender alimentos y bebidas. De este estúpido modo, logró acertar el pronóstico de su muerte, dicen las crónicas que ocurrió con el pequeño margen de sólo cuatro días. Y uno se pregunta ¿a quién le fue a contar que acertó, que le fue bien en sus conjeturas y que tiene más para dar a la ciencia? Conste que en aquellos años era un respetable y prestigioso médico que atendía incluso a jerarcas del clero.


Y tomando este ejemplo, uno se dará cuenta que, con el pasar de los años, esta noticia ha pasado por el tamiz de los historiadores, cada uno dueño de una interpretación. Unos habrán dicho que Cardano estaba loco, otros que fue un mártir de la ciencia, algunos explorarán por el lado de la cábala o del psicoanálisis. Otros comenzarán a hurgar sus cartas y escritos para comprobar si se le ocurrieron otras predicciones. Tal vez morbosamente para descubrir otras muertes dudosas de la época, supongamos de gente a quienes les predijo lo mismo y les ayudó a que se cumplieran sus pronósticos (los suyos). Este tema daría pie para aquellos escritores exitosos y mediáticos que se inspiran en las intrigas del medioevo y las cruzadas.


Una perla más de este hombre cabalístico que nos ocupa hoy: uno de los tropiezos de su vida fue haber escrito en 1570 nada menos que el horóscopo de Jesús. Es decir, se puso a hurgar en el sagrado campo de los preceptos cristianos, por lo que fue enviado a prisión por herejía. Como los barrotes suelen ser muy convincentes a la hora de arrepentirse, se desdijo de su escrito y fue puesto en libertad pero con la prohibición expresa de publicar. Esto último pudo resultar un verdadero castigo para un erudito que tenía editado varios libros de matemática y filosofía. Hay crónicas serias que, cuando hablan de él, dicen “murió en Roma, una leyenda dice que en el día que él había predicho”.


Esta es la muestra de muchos personajes que han pasado a las crónicas históricas por hechos absurdos, parece que esa clase de tipologías tienen más éxito en la memoria colectiva. A muchos sabios los acoge el silencio del olvido, muchos de ellos han hecho aportes invalorables para que hayamos llegado a este nivel de civilización, pero no los conocemos. Puede ser también una deuda que tenemos con ellos, contraída por no acordarnos de esa lucha solitaria de la sabiduría por abrirse camino hacia la verdad. Algunos con éxito, otros pasando por la sombra de la prisión por sus convicciones o descubrimientos.


También hay que pensar que fueron sabios excéntricos que muchas veces tomaron caminos equivocados. Como la historia de Cardano, un hombre, que por no contradecirse, ayudó a cumplir el horóscopo que se prometió.

La fuente de las ideas

Es bueno tener una idea, aunque no sepamos de dónde viene y que muchos llaman inspiración. Están las ideas espontáneas que creemos nuestras y que son sólo consecuencia de hechos que se están desencadenando constantemente. Están las ideas que nos acercan una invención, una canción, una historia, una certeza o simplemente una emoción. De allí surge mi respeto hacia los libros que animan lecturas provechosas y nos educan; pero en general, todas las expresiones de la cultura. También creo que la propensión de las ideas, que conducen a ideales, deben ser alentadas y que se hace necesario fomentar foros, encuentros y debates en procura de encontrar las nuevas semillas que terminen por afianzarnos en nuestra manera nacional de ser o nos hacen descubrir vertientes que nos nombran de una manera distinta o de avanzada. Hay que observar el latido de una sociedad que cambia, posar la mirada, por ejemplo, en las manifestaciones surgentes de los jóvenes, que tienen sus reservorios de ideas y que casi siempre están soterradas o se expresan tímidamente. O las callan, muchas veces por la falta de apoyo por parte de quienes deberían promover las ideas emergentes, esas que al principio no suelen ser aceptadas. Todas las ideas, llámense propuestas nuevas con el nombre que sea, suelen molestar un poco y esto sucede en cada cambio de generación. Si las ideas que inspiran una forma de ser paraguaya emergente no son estimuladas, suele pasar que provocan la demora de la historia cultural de los pueblos. Si las nuevas ideas no fueran agresivas, no se habría escrito Yo el Supremo ni compuesto la hermosa canción Ñemity, porque vinieron esos dos ejemplos a cambiar nuestra manera de pensar y sentir la emoción de palabras y una música distinta, pero que finalmente hicimos nuestra. Aportes que vinieron de la mano de Augusto Roa Bastos con el libro y de la idea melódica de José Asunción Flores. La novela y la canción, no estaban antes de ser creadas, es decir, no salieron de la nada, fueron traídas a éste mundo por paraguayos en el destierro, exiliados por culpa de quienes no aceptan las ideas diferentes. Hay que esperar a los nuevos creadores, en la rama que sea, con la convicción que es importante que un pensamiento se exprese y los cambios sean aceptados con respeto. Los que deberán aceptar, pero principalmente promover las ideas inéditas, que hacen girar las ruedas del molino del futuro, es responsabilidad del Estado. También lo es de cada institución privada que invierta más en cultura pero en definitiva de la sociedad toda, que es ese lugar donde están sumergidos los que no pueden expresarse y que carecen de alicientes para hacer realidad sus sueños. Observe detenidamente y apoye la fuente inagotable de la juventud.