Es bueno tener una idea, aunque no sepamos de dónde viene y que muchos llaman inspiración. Están las ideas espontáneas que creemos nuestras y que son sólo consecuencia de hechos que se están desencadenando constantemente. Están las ideas que nos acercan una invención, una canción, una historia, una certeza o simplemente una emoción. De allí surge mi respeto hacia los libros que animan lecturas provechosas y nos educan; pero en general, todas las expresiones de la cultura. También creo que la propensión de las ideas, que conducen a ideales, deben ser alentadas y que se hace necesario fomentar foros, encuentros y debates en procura de encontrar las nuevas semillas que terminen por afianzarnos en nuestra manera nacional de ser o nos hacen descubrir vertientes que nos nombran de una manera distinta o de avanzada. Hay que observar el latido de una sociedad que cambia, posar la mirada, por ejemplo, en las manifestaciones surgentes de los jóvenes, que tienen sus reservorios de ideas y que casi siempre están soterradas o se expresan tímidamente. O las callan, muchas veces por la falta de apoyo por parte de quienes deberían promover las ideas emergentes, esas que al principio no suelen ser aceptadas. Todas las ideas, llámense propuestas nuevas con el nombre que sea, suelen molestar un poco y esto sucede en cada cambio de generación. Si las ideas que inspiran una forma de ser paraguaya emergente no son estimuladas, suele pasar que provocan la demora de la historia cultural de los pueblos. Si las nuevas ideas no fueran agresivas, no se habría escrito Yo el Supremo ni compuesto la hermosa canción Ñemity, porque vinieron esos dos ejemplos a cambiar nuestra manera de pensar y sentir la emoción de palabras y una música distinta, pero que finalmente hicimos nuestra. Aportes que vinieron de la mano de Augusto Roa Bastos con el libro y de la idea melódica de José Asunción Flores. La novela y la canción, no estaban antes de ser creadas, es decir, no salieron de la nada, fueron traídas a éste mundo por paraguayos en el destierro, exiliados por culpa de quienes no aceptan las ideas diferentes. Hay que esperar a los nuevos creadores, en la rama que sea, con la convicción que es importante que un pensamiento se exprese y los cambios sean aceptados con respeto. Los que deberán aceptar, pero principalmente promover las ideas inéditas, que hacen girar las ruedas del molino del futuro, es responsabilidad del Estado. También lo es de cada institución privada que invierta más en cultura pero en definitiva de la sociedad toda, que es ese lugar donde están sumergidos los que no pueden expresarse y que carecen de alicientes para hacer realidad sus sueños. Observe detenidamente y apoye la fuente inagotable de la juventud.
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