Palabras, palabras...

Palabras, palabras...
Dibujo; César González Páez.

miércoles, 13 de abril de 2011

Duque de Guayaba



A veces los sueños de algunos hombres son metas inalcanzables, pero la historia los reconoce porque se esforzaron para concretarlos. Sea como sea son personajes que dejan rastros en la crónica diaria y vale la pena hablar de ellos, porque les sedujo la utopía.


Fue un indicio lo que llevó a Duque de Guayaba a convertirse en el Newton fracasado del Paraguay, porque lo que perseguía estaba más lejos de su razón y entendimiento: quería encontrar una palabra que descodificara a las otras y que en su sola pronunciación estuviera resumido todo el saber humano. En ese ideal gastó su vida y de todo ello quedó el recuerdo de un hombre excéntrico, como lo definían los que le apreciaban o "loco" como le llamaban los indiferentes, que eran los más.






Pude acceder a su historia gracias a un baúl que le había pertenecido y que exhibía un anticuario a un precio nada razonable. Pero está escrito que siempre terminaré comprando basura de todo tipo, ‘reliquias’ del pasado que no quiere nadie..


Visto desde fuera no era más que un cofre gastado, golpeado por ese andar dando tumbos en las bodegas de los barcos; según supe aquel hombre era francés o su padre lo había sido. Ese equipaje tal vez le perteneciera por tercera generación. Lo cierto es que allí estaba y según me aseguró el vendedor, todavía se conservaban algunas de sus pertenencias. Lo compré‚ porque lo tasó mi imaginación y no el sentido común, esperaba encontrar una historia fascinante y lo que en verdad me llevaba a mi casa no era otra cosa que un trasto, al parecer, inservible.


En su interior pude hallar una brújula, un aparato de astrónomía parecido a un compás, una calculadora rústica, tubos de ensayo y frascos con soluciones que todavía no termino de descubrir para qué sirven.


Entre esos objetos estaba el diario en que anotaba las novedades y los progresos de su teoría, gracias a este cuaderno pude enterarme en que‚ consistía.


Luego fui descubriendo otras herramientas más sofisticadas, un mineral imantado para detectar personas con dotes mediúnnicas, luego una piedra tan transparente que -según las anotaciones- retenía los pensamientos.


Toda esa locura encerrada en el baúl tenía su explicación: quería encontrar una palabra -como ya dije antes- que resumiera todo el saber humano, que su sola pronunciación fuera el diploma que le acreditara su condición de sabio.


Había llegado a esa conclusión después de pensar lo siguiente: una puerta se abre con una sola llave y lo que esa puerta abierta puede enseñarnos puede ser toda una revelación. En el saber debía ocurrir algo semejante, una palabra debía ser la abertura por donde ingresar al conocimiento.


Se propuso encontrar ese término, esa palabra que a su parecer andaba perdida entre los ruidos, en los anaqueles de los viejos almacenes de palabras, en polvorientos diccionarios. Había que buscarla con cuidado porque tal vez estuviera en la punta de la lengua de una anciana y si ésta se moría sin que él la escuchara la dichosa palabra se esfumarla. Había que cazarla donde fuera que se encontrara y dedujo que tal actividad podría demandarle toda la vida.


Esto lo convirtió en un hombre extraño, aunque conservaba buenos modales y era pobre pero pulcro al vestir. Duque de Guayaba fue el mote que le pusieron en el pueblo, por su andar altanero y porque su lugar favorito para las meditaciones era bajo la sombra de un árbol de guayaba. Su tiempo se dulcificaba allí con el humilde pero persistente olor de los frutos.


A Duque de Guayaba le gustó que le llamaran de ese modo y lo incorporó como un seudónimo, como si fuera un escritor de culto un poco extraño ya que nunca publicó ni siquiera un ensayo en el fugaz periódico. Aceptó el mote de un abolengo ficticio pretextando que un hombre que busca la palabra filosofal y carece de sentido del humor, jamás la encontraría. De modo, ese nombre fue como una condecoración que le puso el gentío que sólo veían en él a un ser estrafalario buscando bañarse en las fuentes del saber.


Pero él ten¡a altos cometidos y ahondaba, día a día, para proseguir tenazmente con esa utopía, que es el arte de caminar por las ideas sin fundamento o para mejor decirlo por la ruta de la intuición. "Todo pensamiento, todo conocimiento, todo descubrimiento debe estar cimentado en una palabra que opera como detonación. Tal vez las estrellas formaban parte de aquella grafía que deseaba encontrar. Así de grande era su ideal.


Se sintió muy tentado con aquella teoría que empezó a jugar con un compas de enormes proporciones –que luego hallé en su baúl- y con ese instrumento medía las distancias entre una estrella y otra, luego multiplicaba las diferencias en un diluvio de ceros que seguían a la unidad como voces de asombro. Ooooooooh! Y así, interminable.


Fueron muchos los días del mundo que el Duque gastó buscando esa palabra que detonaba el conocimiento universal. Incluso un monje piadoso trató de allanarle el camino explicándole que el término que buscaba no podía ser otro que un nombre:"Dios".


Guayaba paladeó el nombre durante un mes, pero arribó a la conclusi¢n que dependía de otra llamada "Fe", para creer en Dios luego hay que tener Fe y lo que él ansiaba encontrar era una palabra que no debía estar supeditada a otras complementarias ya que el solo hecho de pronunciarla abriría las puertas del saber universal.






Sé que investigó en libros antiguos, tratados de encuentros casuales con el saber -que nacen del presentimiento o la sospecha, leyó manuscritos de científicos cuerdos y locos, investigó en actas de bautismos de sabios y santos comprobados, por si la solución estaba en un nombre propio como el caso de Dios. Pero nada le satisfacía y su mente comenzó a tener declives hacia las tinieblas, tal vez por el desgaste propio de los años y el esfuerzo.


Se preguntaba que quién podría contener el saber del mundo sin perder el equilibrio de su razón. Sin duda era un peso demasiado monumental para una sencilla alma.


Escribió muchos tratados Duque de Guayaba, antes de desaparecer misteriosamente. Sé que no publicó por falta de dinero. Una pila de escritos estaban en el fondo del baúl. Muchos de esos papeles delataban una letra pequeña y desordenada, tal vez como sus pensamientos. Por otra parte las polillas le ayudaron mucho en que todo acabara de una vez, o los textos fueran indescifrables.

Di vuelta el cofre porque entendí que había que hacer una limpieza general. polvo y papeles se depositaron en el suelo, lo asombroso fue que a medida que sedimentaba en el suela iban configurando un esqueleto humano. No puedo sacar de mi mente esa calavera que parecía reir todavía con el aroma inquieto de la persistencia de la búsqueda de la palabra ideal.


Duque de Guayaba, deja ya de insistir con tu sonrisa sarcástica, jamás encontraremos esa palabra.


                                                                         
                                                                         (Extraído de Concierto de cuentos. Editorial El Lector)

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