Es muy probable que el título de este comentario, nos lleve a imaginar unas vacaciones perpetuas en una isla paradisíaca, sin problemas económicos, dedicados al libre albedrío en tiempo completo. También puede presentarse otra realidad, que estemos practicando la pereza forzada por carecer de trabajo y que muchos no pueden disfrutar de ese descanso obligado. Pues de nada de eso es lo que propone este artículo.
Quiero hablar de algo que ya se planteó hace casi un siglo atrás. Hubo un pequeño libro pionero, editado a comienzos del siglo XX cuyo título sugestivo era (es) “Derecho a la pereza”. Por cierto, la buena noticia es que se encuentra colgado en internet y es posible entrar en su contenido. Se trata, desde luego, el derecho natural de la humanidad a disfrutar de hacer…nada. La consagración de la molicie, se pensaría, pero no. El autor, Paul Lafargue, un cubano de nacimineto y de ascendencia francesa, comenzó a darse cuenta que el consumismo de la incipiente era industrial terminaría por alterar los recursos naturales. Se vivía el esplendor de una naturaleza todavía no tan maltratada, pero la ambicion no medía las consecuencias que luego se detectaron con el correr de los años. Una devastación con ríos contaminados, tala de bosques que han obligado a los indígenas a abandonar su hábitat y deambular por las calles de la ciudades donde la única cacería es la mendicidad. Los animales en la actualidad se han terminado por calificar simplemente en: o son plagas o están en peligro de extinción. Nuevas y viejas enfermedades nos visitan por la alteración del ecosistema. Y en este punto, ustedes se preguntarán ¿y qué tiene que ver la pereza con todo esto? Vuelvo al librito de Lafargue, si los hombres hubiesen dedicado más tiempo a descansar, a la pereza equilibrada, que hace que los hombres dejen de cavar, alterar, derrumbar, destruir, construir y verbos similares, la desvastación hubiera tardado un poco más y ¿qué quieren que les diga? Que las fatalidades se hubiesese demorado dos siglos más, ya hubiera sido todo un logro. Así que más respeto a la pereza, que no es otra cosa que una filosofía de vida, un paliativo del consumismo. Pero claro, muy pocos lo veían entonces de la manera novedosa en que se planteaba, como un derecho a parar un poco, disfrutar del hecho de descansar y no estar destruyendo todo a tiempo completo. La pereza podría haber generado, tal vez una filosofía a favor del hombre y un mejor maridaje con la naturaleza, con la vida misma que no debe estar sustentada en que todo se reduce a consumir, en que hay que reemplazar todo, en que lo moderno es tener la última tecnología. Ernesto Sábato en una visita a Asunción se lamentaba que la ciudad, antes con su inconfundible y hermoso paisaje colonial, se hubiese convertido en la urbe que es hoy, con sus edificios altos, que reemplazaron para siempre las históricas construcciones. Y no es que el autor de El túnel estuviese en desacuerdo con el progreso, creo –pero ésta es sólo un suposición de quien escribe- que pensaba que todo debe respetar su tiempo y que mejor que la pereza como remedio. Claro que el concepto está devaluado en la actualidad por ser considerada una actividad inútil por lo improductiva, pero si piensan un poco, dejar de estropear todo y todo el tiempo podría ser beneficioso. Lo que poeta latino Horacio, llamaba, simplemente atenerse a la dorada medianía. La contemplación en lugar de la perpetua destrucción.
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