Hemos compartido una tonelada de secretos, siempre prudente, oficioso me has ilustrado y mucho. En las mil y una noches compartidas me enseñaste que Alí Babá no era el jefe de los cuarenta ladrones, disipando los preconceptos. Que hay muchas cosas que se pierden pero se encuentran otras de mejor calidad, como dictaba Jorge Luis Borges. También descubrí que esa deducción era el zumo de un cuento oriental y que al final es parte del juego de la imaginación y no está mal que cada uno tenga su versión. La inspiración se recicla porque se presenta cómo lo ve y cómo es cada uno, por tal motivo se convierte en irrepetible y única. La versión de cada vida lo es también, la historia es experta en contar ejemplos.
Aprendí que, para hablar de paz, no hay que convencer de eso a los amigos, sino a los enemigos. Algunos bien ganados, otros espontáneos por la semilla de la envidia.
Aprendí, sin que me dictaras sino sugiriendo como el gran maestro que eres, que el enojo siempre se disipa y las cosas que se dan de corazón curiosamente se conservan.
Aprendí historias de árboles que no querían ser talados, bebí historias que se tejieron alrededor del agua y de los que desde el comienzo de la civilización querían quedarse con ella. El agua que tal parece, será el verdadero tesoro cuando lleguen los días en que la ecología suelte su último pétalo.
Supe que los argumentos caprichosos, son semillas del destino y que aceptar lo que sucede, como la presencia de la muerte, es tomar conciencia que la vida es un préstamo que debe ser devuelto con dignidad. Me he sentido iluminado con las palabras que se fueron sumando a las mías y fueron el combustible que necesitaba para explicarme y contar a los demás las maravillas que inventariaba mi asombro. Fui creciendo con ellas, con palabras de todo calibre y que se pueden usar de mil modos. Incluso para mentir en público, pero también para una oración sencilla, agradeciendo un día más.
En cada recodo de los días de mi vida, ha estado la vertiente de tus conocimientos, sumando brillos de geografías que nunca he pisado, en astronomías de mundos que nunca pisaré ni en sueños, pude descubrir los retazos del alma de Pablo Neruda ordenada en versos inquietos por verdades del corazón. Pude conocer las leyendas, que son de todos y que no son de nadie, como la erudición de una espada en una roca filosofal, que premia a los que se esfuerzan en lo imposible. El premio a los que muchas veces rompen esos moldes establecidos que dictan que algo no se puede hacer. Si no fuera por esos adelantados, la ciencia se hubiera quedado esperando y demorando por siglos los logros que ahora nos parecen cotidianos.
Gracias a tu auxilio pude recorrer caminos en los que me estaba permitido extraviarme, seguir la luz de fantasías que alimentan el alma de los niños, dan consuelo a los adultos e iluminan a los viejos. Y pude volver por esos caminos que eran míos porque los conocía como todos conocen la manera de regresar a sus casas luego de las ocupaciones diarias.
Me place nombrarte, eres el libro que abrí un día y cuyas páginas se hicieron interminables en la costumbre de dedicarte cada día un momento. En silencio te has tributado generosamente y en esta parte de la vida en que me encuentro ahora, te reconozco y te celebro.
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