Por César González Páez
cesarpaez@uhora.com.py
Cuántas veces hemos escuchado esta frase en boca de hombres públicos, funcionarios móviles y ¿por qué no? nosotros mismos. Menos los empleados ante sus jefes o mandamases y los serviles, del estrato social que sea, que muchas veces lo piensan pero se limitan a sonreír falsamente para su conveniencia. En fin reglas del juego del que puede y lo expresa.
Esta locución es lo que se dice: una frase hecha, con la cual esperamos que todo el mundo nos entienda cuando decimos que algo nos importa un comino, es decir poco o nada. Y aquí podemos darnos cuenta que, cuando decimos bledo y comino, nos estamos refiriendo a dos plantas. Bledo es una gramilla rastrera de pequeñas dimensiones y que, prácticamente, no tiene provecho en la agricultura… pero esperen. El comino por su lado aromatizante es muy útil pero a lo que se alude no es a sus propiedades, sino a su pequeñez. Muchos cinéfilos aluden la popularidad de la frase, a la célebre intervención del actor Clark Gable que la pronunció en Lo que el viento se llevó, ante la bella Scarlett, intenso personaje encarnado por Vivien Leigh, corría 1939. Y así nació la popularidad del bledo que tanto desperdiciamos por no encontrarle utilidad, pero resulta que en un concilio de cocineros se descubrió que se trata de una planta comestible que se puede ingerir en ensaladas o hervidas. Y así, como vamos en la degradación del planeta, sospecho que pronto el bledo será nuestro plato favorito. La frase caerá en franco descenso para ocupar su merecido lugar en la cocina y puede que los poetas le dediquen unos versos como ya hicieron con el laurel y la hierba buena.
Y ahora esto viene a cuento porque cuesta decir la verdad, poder expresar nuestro pensamiento que algo no nos interesa y si alguien se anima en momentos difíciles o comprometidos, alude que tal expresión es “sincericidio”, que es algo así como auto incriminarse o eliminarse de la sociedad. Si la gente no tuviera doble moral o los conceptos de buenos modales permitirían el disentimiento amable, muchos obstáculos se allanarían y es posible que no haya disturbios cada vez que se trata algo, ya sea en el senado como en la mesa de un bar. Dejaríamos en paz al bledo que ahora se come y al comino que siga dando sabor a las empanadas.
Muchas palabras han sido prohibidas por parecerse o sonar como otras y, viajando por Internet, me entero que en aquellos años de la década del treinta en Estados Unidos la palabra bledo (damn en inglés) estaba prohibida en los guiones de medios de comunicación por la similitud de su pronunciación con “maldición” en ese idioma. Se llegó a un acuerdo con los censores que dicho vocablo se permitía si estaba dentro de una expresión histórica, folclórica o fuera una cita de una obra literaria. O sea, permisible “a menos que el uso fuere intrínsecamente objetable u ofendiere el buen gusto” como rezaba literalmente el código de la moralina de entonces. Ha corrido mucho bledo desde entonces y la pobre planta paga los tropiezos del idioma, de los disgustos de las personas, de la minimización por su estatura. Pero finalmente sale brillando y revitalizada en un plato, supongo sabroso porque la verdad nunca lo probé. Pienso que la gente, con el tiempo, se verá obligada a repensar la susodicha frase, porque cuando en una emergencia no haya nada para comer, vamos a cambiar el antiguo tono peyorativo por éste igualmente positivo: “De verdad, me importa un bledo”. ¡Buen provecho!
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