Por César González Páez
Aunque para seguir un hilo de coherencia estas líneas deberían llevar por título ¿Se derrumba el ‘efecto’ Mozart? Para dejar una ventana de esperanza ante la afirmación categórica que la música del genial músico Wolfgang Amadeus Mozart no influye en el intelecto de los niños o personas que escuchan sus melodías. Era, lo que se ha dado a llamar, un ‘mito’ o una leyenda de la psicología popular que empezó, como comienzan todas las verdades a medias, porque alguien calificado lo dijo por primera vez. Pero, ahora la cosa parece que viene en serio, que no influye para nada porque un grupo de científicos austríacos llegaron a la conclusión que el sonido Mozart no eleva la inteligencia de los niños.
Permitan el disenso, aún en contra de la ciencia, de los arrebatos que siempre tienen algunos científicos, especialmente si están en grupo, de creer que tienen la verdad entre manos. Convendría pensar que la música sí influye, categóricamente, de una manera emocional en las personas.
En especial la música clásica, porque, cualquier oído atento se da cuenta que ese género musical está más cerca de la naturaleza. Sí, de esa cosa verde, de la que el hombre de hoy se está alejando peligrosamente y deberá volver para pedir perdón.
No sólo Mozart influye, pongamos por ejemplo Las cuatro estaciones de Antonio Vivaldi, es casi inevitable cuando se escucha no ‘ver’ el paisaje del otoño y sentir la emotividad de esa estación. ¿Cómo no sentir la alegría en la primavera y la exaltación en el verano? Escuchar música es un privilegio del alma, un oasis en medio de las arbitriaridades de la vida. Franz Liszt ha sostenido que la música es el corazón de la vida, no le ha faltado la razón, como se ve, a lo largo de los siglos, Es que esas melodías influyen, si no existiese la música, ya lo dijo un filósofo, el mundo estaría incompleto. Es tan grande el repertorio de sonidos que es también inevitable pensar que una melodía en especial, no importa de qué autor, llegue a nuestra más profunda intimidad e influya en nuestra disposición a aprender o entender para qué estamos en esta vida. Beethoven nos rehala por su parte una enormidad de estados anímicos que no podemos pasar por alto, Brahms fue elogiado por Jorge Luis Borges por la serena melodía que no le impedía escribir mientras lo escuchaba. La serenidad y la variedad de matices anexos que sólo Bach pudo percibir. Estamos sin duda ante el ‘efecto’ música.
La existencia está sedada o influenciada por la emotividad de que dispone la música. Esos sonidos son armas eficaces para orientar los sentimientos, por más disímiles que éstos sean. ¿Por qué creen que hay marchas militares para incentivar a los soldados a la valentía y su sentido de pertenecer a una causa? El repertorio universal también incluye música serena que invita al desplazamiento estético cuyo mejor ejemplo es el ballet, cuando música y movimiento se hermanan en la estética de un salto. También asiste en la inspiración para llenar unas cuartillas en el cuaderno de cualquier poeta, o serena la mano del artesano para hacer finas y delicadas piezas de orfebrería. Música de brotes distintos nos llegan y nos dejan su huella, desde los pájaros, pioneros naturales del canto o el arrullo de una fuente. Todo sonido se incorpora en nuestras almas para alentarnos en algo y ser mejores en lo que sea. La música, otro milagro de su autoría, es que socializa a la personas en el baile desde siempre. Y los científicos dicen que el ‘efecto’ se vino abajo porque hay evidencias concretas que la música de Mozart no sirve para incentivar a la niñez como aseguró en 1993 Frances Rauscher, una psicóloga estadounidense. Esa afirmación. que aportó un concepto educativo logró que muchas madres hicieran escuchar al niño que estaban gestando, las melodías de Amadeus. Los grandes aciertos de la ciencia no se discuten al principio porque vienen acompañados por la euforia del descubrimiento. Pero permítanme disentir, ya lo dijo Nietzsche que sin música la vida sería un error.
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