Por César González Páez
- Mirá, ésta es mi colección de corbatas, la pieza que más atesoro es justamente esta roja que usó el mismísimo Nat King Cole. No ha sido fácil coleccionar telas tan codiciadas. Tengo otras de Bing Crosby, Dean Martin y Elvis Presley. Cuando estuve en Europa junté las de Ives Montand y Alain Delón.
Así hablaba a su amiga, una mujer de porte distinguido que había recorrido, desde adolescente, esos lujosos clubes donde se presentaban cotizados cantantes románticos. ¿Cómo había logrado que se las regalaran? Eso es algo que sólo puede ser atribuido a su belleza, ese don de presencia femenina que parecía prometer todo tipo de arrebatos. También su voz era seductora pues pedía las prendas con tanta naturalidad que pocos se atrevían a contradecirla.
Además tenía una oportuna costumbre, llevaba en su bolso de mano, unas diez o veinte corbatas de seda, elegidas con tan buen gusto que muchas veces los cantantes y actores se la intercambiaban sin ninguna dificultad, como si hubieran hecho un gran negocio. Lo importante para ella era alimentar cada vez más su colección.
En aquellos días -hablo de la década del cincuenta- pasearse sin corbata o moño por los elegantes casinos y clubes era como andar desnudo. Los guardias de tales lugares se encargaban de echar al infortunado sujeto que los había ofendido sin la tenida de rigor. De ahí se entiende que la colección haya sido tan difícil de aumentar en aquellos triviales días. La mujer sin embargo admitió que muchas de las piezas las había adquirido cuando ella accedía a ser acompañada hasta la puerta de su
propia casa. Allí, esquivando el infaltable galanteo obtenía el preciado trofeo.
- Esta tiene una mancha ¿no me digas que se la arrancaste a alguien famoso? -preguntó la amiga a la coleccionista de corbatas poniéndole frente a los ojos una de sus reliquias. Pero ella la alejó con un gesto como si dijera “ah, esa..”
- Si supieras que, por culpa de este trapo, perdí una corbata que me había regalado nada menos que Frank Sinatra.
Seguidamente la mujer se calmó porque le fascinaba contar la historia.
- La noche que me dio la dichosa prenda, en aquel verano del 56, ocurrió un accidente. Franky acababa de intercambiar su famosa corbata conmigo que ya pensaba colgar en el lugar más privilegiado de mi cuarto, pero justo en ese momento un gángster maleducado pasó cerca nuestro y tropezó con un influyente miembro de la Corte Suprema. El pobre legislador metió su corbata en los tallarines que comía con tanta fruicción que todos pensamos que iba a reventar de un momento a otro.
Suspiró hondo recordando aquellos días.
- ¿Te imaginas? El lazo plateado y radiante que lucía el influyente político pasó a ser de pronto este trapo sucio. Yo me quedé sudando Chanel viendo el mal momento que estaba pasando ese hombre que comenzó a ponerse como un energúmeno, como toda persona que detenta un poder. Como yo solía llevar mi provisión de corbatas en la cartera me acerqué y le ofrecí cambiársela Le expliqué que era una coleccionista. Él comenzó a gritar pero yo he sido domadora de tipos como éstos, con toda elegancia lo convencí y le cambié la corbata. Frankie y yo salimos del club antes que nos alcanzaran esos fotógrafos y croniqueros que andan inventando romances.
Sin embargo la escena con el congresista me cambió la vida para siempre y ya te darás cuenta por qué. Esa noche haciendo el conteo de piezas nuevas, descubrí con horror que le había dado, equivocadamente por supuesto, la corbata de
Sinatra al gordo aquel.
Le contó a su amiga que después no pudo dormir y a la mañana siguiente se propuso recuperar la valiosa pieza. Si le decía al congresista que era de La Voz -como le llamaban entonces al cantante- seguro que se la iba a quedar para él. De modo que, para despistar esa posibilidad, pensó en un plan infantil: le diría que le había dado por equivocación un recuerdo de su padre.
Pero primero tenía que encontrarlo, saber dónde vivía, consultó con los mozos del club donde lo había visto y luego de largar una generosa propina accedieron a darle el teléfono, lo que ella consideró un triunfo sin darse cuenta que lo podía conseguir sin ningún esfuerzo en la guía telefónica. Piensen que en aquellos días todo debía ser o parecer una conspiración. Los mozos le dieron información vital: le comentaron como al descuido que al hombre le gustaban los boleros, siempre reclamaba que es escuchara esa música en su cena. Con esa información y su sentido femenino de la seducción para lograr sus propósitos, sabía que lograría lo que quería.
Al día siguiente, con mejor la mejor sonrisa acompañada de su mejor vestido, se presentó en el despacho del funcionario y se encontró con un hombre educado que sólo se convertía en energúmeno en los clubes de moda. La atendió con simpatía e interés, hasta le creyó la historia de la corbata pero le aclaró que él tenía doscientas cincuenta en su ropero y que entonces debía revisarlas ella personalmente si quería recuperarla. Así lo hizo, se acordaba perfectamente del dibujo, pero resulta que cuando empezó a mirar la enorme cantidad de diseños, muchas eran parecidas y eligió la que imaginaba que era pero no estaba segura. No hablaremos del fastidio que le provocó perder su pieza más preciada.
Días después recibió una invitación a cenar por parte del congresista y, como el destino es de lo más caprichoso que hay, no tardaron en formar una pareja y casarse.
- ¡Oh! -dijo la nueva amiga, porque nuestra coleccionistra también juntaba amistades para contarle su gran historia-
Ella lentamente dio otro sorbo de té y continuó con el relato que todavía la obsesionaba:
- Te juro que no acierto en saber cuál es la corbata de Franky, pero tengo la esperanza que, algún día de éstos, la voy a encontrar.
- ¿No te habrás casado por una corbata?
- No querida -dijo la mujer muy distendida en la elegante mansión- de ningún modo. Él tal vez sea un exaltado pero tiene buen gusto y sabe tratar a una mujer.
Pero en su interior pensaba "Aparte tengo en casa todas las corbatas aseguradas". Nada le dijo tampoco a su confidente que una razón poderosa había sido el bolsillo generoso de su cónyuge, que había amasado una fortuna que sólo los políticos son capaces de acumular sin dar mayores explicaciones.
Mientras las amigas conversaban el legislador regresaba a su hogar en automóvil escuchando su música favorita. Una cantante aseguraba con voz meliflua: "Siempre que te pregunto, que cómo cuándo y dónde. Tu siempre me respondes; quizás, quizás, quizás...". No lo hacía tan mal.
De pronto el gordo se puso impaciente y le gritó a su chofer que acelerara un poco pues pensaba celebrar su primer aniversario de casamiento y quería dar a su mujer una sorpresa...en efectivo. El congresista se miró en el espejo del auto, se alisó el pelo y se acomodó mejor el nudo de la corbata notando que había algo en el forro de la tela. Efectivamente, encontró un minúsculo papelito con esta sencilla frase "Hoy no, pero mañana sí. Te espero el jueves en el Paradise a las siete. Sé puntual. Frank". Una carcajada del gordo asustó al chofer que vió cómo tiraba el papel y la corbata por la ventanilla.
- ¡Me han vendido una corbata usada!
Cuando le contó a su mujer la divertida anécdota, ella se puso tan pálida que no le habló por tres semanas y luego le pidió el divorcio. El mejor regalo de casamiento que aquel infortunado podía haberle hecho a su mujer aquel maldito día, fue recogido por un vagabundo, que lo usó para atar una bolsa de basura.
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