La brevedad como
ejercicio literario
Uno de los ejercicios más atractivos, por lo difícil,
literariamente hablando. o escribiendo, es llegar a redactar bien un cuento breve. En
este caso no se presta fácilmente la frase si breve dos veces bueno. Porque
tejer una trama con una economía de telegrama, con una síntesis irrefutable y
una comunicación que conlleve una lectura en “entrelíneas”, es un ejercicio de
laboratorio cerebral que muchas ganas hay que poner, pero no siempre el
producto es de buena calidad. Muchos escritores que practican este deporte de
la brevedad, han llegado a formar una especie de competición en la cual el ganador será aquel intelectual
de las letras que con menos palabras –contadas ellas- pueda darnos la idea de
una trama bien lograda.
Citar a Augusto Monterroso sería por cierto casi
obligatorio, pero esta vez lo dejaremos de lado para que el lector recuerde su célebre cuento breve, sí,
ese que traspola la fuente de un sueño
para decirnos que el “dinosaurio sigue allí”. Bonita fábula, porque incluye un
animal aunque sea prehistórico, pero no ha sido el sumun de los ahorros
verbales a lo que aspiramos y todavía
puede ser quebrantable con otro récord, que se generará de alguna pluma genial
y, por cierto, desconocida. Hasta aquí escribir un cuento breve es callarse un poco y escribir menos pero con
la maestría se subirse una línea que nos conduzca a una historia, que deje
satisfecho a todos y agregar que fue escrita asumiendo todos los riesgos para
mejor espectacularidad, como suele decirse: columpiarse en un fugaz espacio sin
red. Muchos escritores, esto hay que
admitirlo, abusamos de las palabras y muchas veces no se nos aclara en la
mente sus verdaderos significados, de
allí que tropecemos con algunas piedras en el camino.
En ese sentido mis
respetos van para los escritores de
novelas policiales, que lo primero que hacen, por lo menos los grandes
autores del genero, es no menospreciar la inteligencia del lector. Más bien
tienen la mejor disposición de creer que quien los lee es sagaz, intuitivo y lo
que es más difícil, alguien a quien no se puede engañar con facilidad. Por
dichas razones el escritor de cuentos breves deberá tener un alto respeto por
los lectores crucigramáticos que los esperan del otro lado del cuento. Tender una trampita para luego afirmar lo contrario,
es un juego fácil y los mecanismos de razonamientos suelen sufrir decepciones cuando el lector no
está cumpliendo con la regla mínima de una trama policial. En ese género sabemos que hay un muerte, que
hay una razón para el crimen, un culpable y una complicada trama de
ocultamientos. El más impensado personaje o la más rebuscada razón para el
delito es lo que opera como anzuelo infalible para atrapar, pero ciertamente el
cuento breve no puede atraer solamente por su brevedad, sino que es un resultado
matemático de utilizar las palabras correctas en su momento justo. Otra fuente
de mucha ayuda para este ejercicio de decir las cosas con las menos palabras
posibles, es el haikú de los japoneses, en que tres líneas ordenan un
sentimiento, un paisaje o una delicada trama que merece la atención del lector.
Este ejercicio fue valorado por Jorge Luis Borges que lo practicó y no siempre
con certera flecha. Esta afirmación es
personal debido a que la poesía se concentra más en los estados sentimentales
que hechos meramente descriptivos. Sin
embargo hay uno que se le atribuye de sutil trama, ahí va y lo hace en tono de
pregunta: ¿Es un imperio esa luz que se apaga o una luciérnaga?
En síntesis, si está por escribir un cuento breve,
lo siento, está en problemas. En cambio
lo afortunado sería escribir un cuento que contenga todo lo que quiso
decir y encima bendecido por la brevedad.
César
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