Querida
prudencia
Te rezo, en tiempos de malos entendidos, en que la
humanidad, cree que los dioses de cada cual están enojados entre sí y llevan
sus asuntos a la guerra o a la prepotencia. Todo ese caos parece no tener
salida.
Te rezo porque no se me ocurre otro altar que tu
dorada cordura que hace muchas veces reflexionar a los hermanos que se matan
entre sí, a los que en medio de pestes se alegran que a otros le vayan mal. Los
que son incapaces de mirar lo que otros sufren sólo porque a ellos no les pasa
e ignoran que el mal es ese reloj que gira y que a cada uno le llega a su
momento.
El mundo está repleto de intolerantes, querida
prudencia, porque cada cual tiene sus
deidades que saben mirar para otro lado cuando ocurren estos tipos de
injusticias. Reclamo tu ayuda en tiempos, que si no se puede cambiar a nadie en
sus ideas, por lo menos iluminarlos con la prudencia de saber que si no hay
mundo para todos, no habrá vida para nadie.
Te rezo, querida prudencia, para que ilumines el
corazón de los sólo tienen un espejo para mirarse a sí mismos. Te invoco porque
no tienes otra religión que saber que en
la sensatez, la ira puede esperar, el pensar distinto no debe ser pasto de las
llamas y la ambición debe medirse en la sola condición que cada cual tenga lo
suyo.
Y te busco, querida prudencia, en las palabras que
te nombran y que son tus hermanas:
Cordura. sensatez. juicio, reflexión, o justo discernimiento.
Invoco a tu pluma, que predica en todas las
iglesias, en todas las creencias políticas, en todas las sentencias y en el
correcto proceder de los hombres justos.
¿Qué más se puede pedir?
Porque si hablo de un dios en particular tengo que
saber que en cada ser humano hay una idea de divinidad y que la pone en
movimiento para bien o para mal. Cada persona tiene su dedo acusador y el
perdón anda extraviado en el orgullo de no aceptar que los caminos son
infinitos, pero todos van creyendo que la prepotencia te lleva a donde quieras
ir.
Te rezo, querida prudencia, porque está haciendo
falta tu mesura y para que nos asistas
en eso de aprender que tal vez una equivocación no sea sino una mejor
pista hacia dónde ir. Pues no vinimos al mundo con el guión escrito de nuestra
vida y todo se aprende en el andar y el limar de la experiencia.
Cuando nací, querida prudencia, no sabía de dónde
venía y para qué estaba en este mundo. Si vine para cambiar algo o para
terminar de educarme en esto que soy parte de ese todo que dibuja la naturaleza
con bastante sabiduría y amor. Debería sentirme justificado con la paciencia de
entender sólo estamos de paso por la vida y que si hay un destino, es honrar
ese trayecto que es solo un lapso. Una vida que tiene sus semejantes, a quienes
no tenemos que olvidar, pues de todos modos siempre los encontraremos en el
trayecto de nuestra existencia.
Y te rezo a ti querida prudencia, para que todos
entiendan más allá de sus credos, de las biblias y textos sagrados que se leen, de los tratados eruditos o de las
ideas políticas que enceguece a los que quieren imponerlas. Lo único que
tenemos es saber que la verdad del mundo es preservar esa diversidad con
tolerancia.
Si este universo no fuera desigual, si no hubiera,
por decir, en la música tantas armonías, todo sería torpemente neutro y sin sentido. Hasta para ser felices
debemos pasar por los caminos de espinas y para llegar al conocimiento no
debemos encerrarnos en la caja de un fanatismo, pues si hemos sido hechos
diferentes, es porque así lo que quiso la creación.
Te rezo querida prudencia porque sé, en estos
tiempos, que eres la moneda con que
puede comprar una tregua, un arrepentimiento y también un oportuno perdón. Sin
tu ayuda todo se irá a su propio derrumbe y sólo hay algo a qué temerle en
serio, que es cuando las cosas no tienen solución y se toman medidas drásticas
que cuestan la vida, la civilización, la fraternidad de vivir de un mundo, nos
guste o no, hecho para todos y para cada uno.
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