Pasen y lean la pesadilla,
sin fin, sin moraleja
Periodista
Publicado en Última Hora 17 (
Enero 2015)
Quedé inevitablemente atrapado “hasta el final de la canción” que César González narra en su primera novela, hasta más allá de la última página, hasta la misma contratapa que en la mayoría de los libros es solamente una puerta que cierra, muda e incierta, algo que ya pasó, un añadido que probablemente nunca leamos; y que en éste es una invitación a comenzar de nuevo por el final, en ese epílogo que, como los prólogos de Borges, no es un formalismo editorial, sino la provocativa invitación a la aventura: “Señoras y señores, pasen y lean, que ya nos apura el argumento o sea: la vida.” O sea, la aventura de la ficción, la aventura de la vida o de la muerte que es una novela.
Invito a los lectores a comenzar por la contraportada, que creo que debería ser la tapa, como en el Gran Teatro del Mundo, que nos convoca desde su carpa incierta a entrar en un escenario donde las maravillas y las miserias danzan juntas. ¡Pasen y vean, pasen y lean!
Este prólogo epílogo está implícitamente escrito en el comienzo de toda buena novela negra que empieza abriendo una puerta a un detective, generalmente pobre y en apuros, al borde de la quiebra de la vida, con la tentación de una Bella dama, despampanante, inquieta e inquietante, una partida de tipos rudos, mujeres ligeras y letales, cifras alucinantes en dólares y una aventura peligrosamente incierta, en la que le ha tocado representar el papel de “la Bestia”.
La novela negra desde Dasiel Hamett, a Ross MacDonald, pasando por Raymond Chandler o por Boris Vian, nos pinta el gran teatro del mundo de la vida, el gran miserable mundo, la gran miserable vida, aunque con la tentación de estar envueltos en mágicos escenarios de lujo con abundante brillo de estrellas de neón.
Un mundo burbujeante que esconde debajo de la alfombra las miserias, en el que la vida y la sobrevivencia se negocian con plata o plomo. Casi no hay buenos ni malos, o mejor, no hay bondad ni maldad, sino la rutina de la violencia, la de gozar a toda costa, a costa de cualquiera que se ponga en medio; donde no se sobrevive por el valor, ni por la fuerza, ni siquiera por el dinero, sino por el instinto de olfatear las trampas de la vida. Y en muchos casos, sobre todo el de los detectives, quijotes y sanchos al mismo tiempo, por el olfato de sobrevivir, aunque sea tristemente, rodeados de un tendal de muertos.
El fin de la novela negra no es desentrañar un enigma o descubrir al asesino, sino entrar en la ciénaga. Hundirse en el estiércol. O no verlo, obnubilado por el oro que lo cubre y lo encubre.
No se preocupen por la basura que la narración va poniendo apestosamente al descubierto, “el dinero –dice el detective de esta historia- aún metido en estiércol huele a incienso”.
Y cierra el narrador-protagonista-víctima “dejo con sabor a nada para los ojos del futuro” “¿Quién paga un muerto en la noche? ¿Quién se anima a involucrarse con un extraño tendido en la acera?”
Quédate hasta el final de la novela es la invitación traicionera de toda novela negra, sólo que se trata de una canción que no termina nunca…el muerto en la noche tendido en la vereda es sólo una anécdota…siempre hay otro muerto tirado en el asfalto unas páginas más allá del inquietante final de la novela, siempre hay otra canción, siempre hay otro trago más, por amargo que sea…Y al doblar la última página, otra página se abre en la pesadilla del lector, el terror sigue más allá del libro, está a la vuelta de la esquina.
Pasen y lean la pesadilla, que no tiene final ni moraleja…nunca termina, ni siquiera de día, porque la noche continúa girando, como un disco rayado, como diría Discepolín: “al mundo nada le importa… Yira, yira”.
Editó Servilibro
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