Palabras, palabras...

Palabras, palabras...
Dibujo; César González Páez.

viernes, 18 de julio de 2014

Pensares


Quizás, quizás, quizás…



Muchas personas se enojan o les cae mal, cuando hacen algo que deseaban desde hace años y cuando lo concretan, se encuentran con que los demás les critican. Eá, pero miralo a ése, está tocando el arpa ¿de dónde salió músico? No cabe más que responder con otra pregunta ¿Para cuándo la vida?

Por qué será que mucha gente posterga sus verdaderos sentimientos artísticos, sus ansias de un proyecto largamente postergado junto con sus sueños. Porque sencillamente “no es el momento”, es la excusa que siempre nos posterga tal vez ser más plenos. Y así pasan los días como dice el bolero que se empantanan en el melódico quizás, quizás, quizás…

Hay muchas vidas que no se muestran en su verdadero potencial y esos proyectos, aunque les salga mal al principio, se deben hacer para sentir que sus vidas tengan sentido. Por temor a ser un principiante en una aventura, en un emprendimiento nuevo, siempre dejamos pasar la oportunidad.

Es cierto, que mal suena el violín cuando uno lo toca por primera vez, parece que no va salir un sonido decente en años. Pero a medida que uno conoce el instrumento, cualquiera que sea, termina comprendiendo que hizo bien, nada se presenta en envase fácil. Poco a poco las cuerdas conocen el latido de las manos que las tocan y el alma termina por armonizar con el sonido. Del mismo modo la guitarra, el piano y otros instrumentos.

Lo que estoy diciendo o tratando de decir es que nunca es tarde para nada, para asumir proyectos que parezcan locos o a destiempo. Son sueños que se deben concretar, que se deben emprender y vencer ese palo en la rueda de las postergaciones.

Así resulta que todos tenemos algo para contar y podemos escribir nuestra novela, todos tenemos un dibujo mil veces pensado y nunca llevado al papel o al bastidor. Hablo de todo lo que se pospone, la semilla sin siembra no prospera y todo lo que soñamos es posible convertirlo en realidad. Ese verso que envidiamos de Antonio Machado o de Pablo Neruda, lo podemos escribir porque nuestra partitura del alma no se parece a las otras y nuestro estilo será único porque hemos dado lo poco o mucho que teníamos con sinceridad y nobleza. Podemos cantar, ser grandes pensadores como fueron los clásicos latinos o griegos, porque estamos hechos de la misma arcilla que ellos y lo que dejamos en esta tierra es para que otros cosechen también.

Pues hay cosas que se comienzan con pioneros que no tenían idea en qué u a dónde iban a terminar sus sueños, Julio Verne imagino un submarino al que llamó Nautilus, y que podía navegar por debajo del mar por meses y meses. La ciencia le puso ese nombre al primer submarino atómico que viaja sin necesidad de salir a flote, Verne simplemente lo pensó, lo imagino y escribió la loca idea, como escribió la colosal idea de un viaje a la Luna. Bueno, todos esos sueños imposibles se comenzaron con el tiempo a convertir en realidad.

Por tal motivo quiero contar que la finalidad de este artículo es animar a la gente a que saque a andar sus sueños. Echar un poco de leña a la caldera de las ideas, del ánimo, para que maduren y se materialicen los proyectos que soñamos.

De la naturaleza que fuera la esperanza, hay música, hay ideas, hay proyectos de toda índole y hay sueños que parecen imposibles pero hay que materializarlos y en eso de comenzar se trata.

Por eso no dejen sus sueños para más adelante, ese después es lo más traicionero que hay. Porque se empantana en excusas, en “no puedo”, en “nunca lo lograré” y muchas vidas se van si decirse a sí mismas como son en realidad. Hay que entender que las artes y la cultura toda de la humanidad nació de una intuición. Asuman su protagonismo en el mundo. Por tal motivo, no se queden en el quizás, quizás, quizás…

C.G.P:

jueves, 26 de junio de 2014

Acuarélame



Píntame la tarde de tu tristeza
Con fondo blanco y pecho rojo,
Un pájaro perdido en los ocres
De la nostalgia que pincela.

Acuarélame con colores abatidos
Por el curso del agua y del ánimo
Enredándome en la esperanza
Que por sí solos tienen los colores

No me desdibujes con tu ánimo
Píntame más bien con la nostalgia
Que de besos fríos se enciende fuego
En pequeñas leñas que no quiere nadie.

Acuarelándome no tendré rostro,
Sólo rasgos difusos del tiempo
De posible felicidad vivida juntos
Con el mismo entusiasmo de antes.

Creo que tu pintura será muy bella
Porque pintándome con tu corazón
Me cuentas todo lo que sientes
En esos trazos que parecen inútiles.

Píntame todas las veces que el pincel
De tus recuerdos se acuerde de mí
Navegaré por tus colores ocres,

Aunque vano parezca, será mi paraíso.

Yo sólo digo....

martes, 24 de junio de 2014

Pensares

Para la mujer que pasa




Muchas veces lo he pensado, cuando veo pasar un chica hermosa, no me gustaría saber su nombre. Saberlo es encerrarla en una caja de Estelas, Marías, Alejandras, Patricias, Dianas o Karinas y demás nombres que llevan las tales doncellas, que son sólo trazos de ilusión que todo hombre se hace cuando una mujer atractiva pasa. No quiero encerrarla en la caja de una palabra, quiero que vuele a su antojo en mi imaginación y ella entonces tendrá el nombre que merece, cuando en el corazón, además del deseo, salgan brotes del afecto. Por eso amo a las mujeres que pasan, porque no sé quienes son y ni por qué me desvelan. Son semillas de un futuro que quizás nunca tendré en mis brazos.

sábado, 10 de mayo de 2014

AL BORDE


Saber leer en los
libros y en la vida



Los libros son linternas que nos guían en la oscuridad de la ignorancia. La luz que irradian se proyecta hacia lo que queremos apuntar, es decir, lo que queremos aprender. Son enseñanzas que no se olvidan por eso muchos textos se recuerdan con el mismo cariño que uno les tiene a la maestra que le enseñó las primeras letras o aquel profesor de secundaria que, alejado de esa falsa postura de imponer verdades, se dedicaba a contarlas de manera sencillas y sin olvidar esa pequeña dosis de humor que hace que uno retenga las cosas con mejor ánimo.
Los libros, como los árboles tienen hojas que no se caen en el otoño del alma. Hay páginas donde uno siempre vuelve porque tienen la doble magia de atraer por lo que dicen y cómo lo dicen. Y casi siempre es la poesía, pues cumple con creces eso de despertarnos la sensibilidad y la inteligencia para decir aquello que sentimos de una manera coherente e inolvidable.
También puede ser el fragmento de una novela donde se recuerdan cosas inolvidables que les ocurrieron a los personajes cuando estaban explorando todavía el mundo que les tocó vivir.
También está lo que cuentan las personas sencillas, sin otra formación que les dicta que si por un camino ocurren cosas imprevistas o malas, es necesario contarlas para que sirvan de advertencia a los que pasan o pasarán por lo mismo. Hablo de cómo los mayores, que vivieron varios tomos de vida, pueden dar consejos que se encuentran en los libros.
Varios autores célebres que muchas veces dejan de escribir, y cuando les preguntan por qué, suelen sincerarse diciendo. “porque los viejitos que me contaban estas historias, han muerto”.  Uno de ellos era, por ejemplo, el mexicano Juan Rulfo.
Por eso se recomienda a los que escriben, que ‘lean’ las páginas abiertas de mucha sabiduría que hay en los ancianos que todavía se resisten a morir sin dejar la huella en algún sitio, generalmente en la memoria de los que los escuchan. Muchos de esos ancianos suelen decir “no sé escribir, pero yo les voy a contar lo que viví y cómo lo viví, los que escuchan con atención sabrán ordenar las palabras y ponerlas en su lugar. Ponerles a esas historias el ropaje de poesía, novela o cuento.
Y en Paraguay, con su inabarcable veta de oro, que es la cultura oral, hay mucho para explorar para rescatar, porque esos ‘viejitos’ también están cumpliendo las últimas etapas de sus existencias y, tienen la paciencia para contar y trazar el mapa de vidas que en su sencillez encierra las gotas necesarias de sabiduría. 
Escúchenlos atentos, ellos son la portada invisible de los libros no escritos, ellos tienen la palabra que abren las puertas del conocimiento, Y no son menos que nadie, son testimonios vivientes  que hay que redimir para la memoria de todos. 


 C.G.P.

El río del tiempo




Decía un poeta que el tiempo es como un río eterno que se lleva a todos sus hijos y ahora, ese escritor, también ha sido llevado por el “raudal” de los años. Parece un despropósito, que tanto empeño puesto para vivir dignamente termine como siempre, en lo que terminan todas las vidas de este mundo. Las pinceladas del olvido hacen el resto y uno termina preguntándose para esto tanta pasión, tanto trabajo con esta inútil acumulación de días y años.
No somos infinitos, pero nos comportamos como si lo fuéramos, un poco prepotentes de querer vencer el  paso de los años, que tan alegremente pasan. El hecho de creernos que vamos a tener la máxima cuota de vida hace que aparezcan personajes como los avaros que amarrocan para un mañana que no disfrutarán, están los que postergan sus verdaderos sentimientos porque “pueden esperar”. Las mujeres que creen que serán toda la vida bellas y los hombres que serán siempre fuertes. Ninguno de esos propósitos se cumple, entonces la lección que nos da la vida es bien simple; Hay que vivirla en plenitud.
Pero, es así, y quién no lo entienda deberá pastar toda su vida en la desilusión. Vinimos a este mundo para poner un ladrillo más en la creación, un trabajo colosal que no termina de hacerse, porque si uno se da cuenta las cosas son más fáciles de romper que de hacer.
Todos tenemos el presente como el máximo regalo de nuestras vidas, nos puede quedar la nostalgia, los recuerdos que no son otra cosa que postales invisibles que hasta nos pueden hacer sentir sentimientos profundos, como arrepentirnos de no haber hecho esto o aquello. También nos puede hacer llorar al rememorar personas que no están y que hemos amado o que han influido mucho en nuestra existencia.
Entonces lo que tenemos a nuestro alcance es la oportunidad, un material valioso para capturar verdades y logros. El tiempo que más se cuenta es el que abarca la felicidad, la plenitud de haber alcanzado algunas metas. Detrás de la cortina del presente está lo cosechado, lo que hemos logrado y que nos justifica. Honrar la vida y matizar los esfuerzos, mientras continúe. Marcel Proust ha señalado, con una filosofía más que humana, que lo que vale es el ahora y el presente, por su naturaleza es algo que cambia en forma. Permanente y dice significativamente “otro ahora ha entrado en su lugar”.
Todo porque vivimos en esta cápsula de tiempo que la vida nos prestó, y transcurrimos ilusionados que podemos hacer o estamos intentando hacer de esta oportunidad algo valioso.

Las personas se justifican por lo que dejaron y es que no somos más que propietarios de un legado que hay que honrar dejando para los demás algo que cambien mejorando sus vidas.  

martes, 15 de abril de 2014

Al Borde

Ética de la palabra

no es una utopía



Cuando las letras apuntalan las ideas y los hombres que la escriben son fieles a su pluma, es posible que el mundo mejore. Alguien ha dicho que la labor de escritor es uno de los oficios más decentes que quedan. A través de la escritura y sus diferentes vertientes, de testimonio o ficción, se pueden esgrimir razones contra la injusticia y la corrupción, contra la apatía de los sentimientos y la degradación del arte de amar. Por la poesía y la narrativa se van desencadenando, en forma de atrevida prosa, las palabras. Así van nombrando las maravillas o las pesadillas que conforman el inventario del mundo. Son aventureras que exploran nuevos territorios mentales del ser humano. En cada hombre o mujer hay un o una idealista que cede paso al oportunismo, al facilismo de permanecer en lo preestablecido sin cuestionarlo, la literatura suele despertar a ese ser dormido que existe en el interior de cada uno. El que, cuando se da cuenta, ocupa su lugar en la barricada de las ideas.

Sino basta recordar a aquel lejano Quijote que vio lanzas en las paletas de los molinos, que trató como una dama a una humilde mujer de la calle. Enseñó la cortesía de la imaginación, que puede hacer que las cosas cotidianas, que sentimos que están mal, cambien.

Porque no siempre tienen razón los que dominan, no siempre los desposeídos han de ser ignorantes por decreto. Puesto que la sabiduría también corre por la vertiente humilde de la imaginería indígena y también por los elegantes pasillos de las cátedras universitarias; pasa por la versión de la vida que cumple al pie de la letra un hombre campesino al que puede considerársele justo por no haber violado ninguno de los diez mandamientos. En igual medida y en la misma balanza, será justo el artista que no sometió la ética de una pluma a la comodidad del halago.

Como se ve, la escritura sirve y puede asentar verdades, por eso el oficio de escritor reclama la madera de los ideales — que no tienen precio— redactados con honestidad. No importa en qué estilo, si en la intimista poesía o en la fronda de la narrativa, embarcados en el género del absurdo, el displicente relato de costumbre o en el serio ensayo. Hay muchas técnicas para hacer pan, pero en ningún caso puede faltar la harina, así el escritor no debe olvidar- se que hay reglas de sinceridad inclaudicables en la literatura.






Dos poemas

Definición



Pastura es tu pensamiento

Donde mansos rebaños están

Y se señalan seguros. Saben

Que no cambiarás tus convicciones

De no mediar un extremo.

Y así pasan, pastura y rebaño,

Cuando el libreto de la vida

Te traza un camino equivocado.

Pero en contados regresos

Resucito y vuelves a tu sitio

Donde el paisaje pastoral

Debe recrearse de nuevo.

Y eso es lo que admiro

Que pacientemente siembras y riegas y

Tan seguro estas que los

Rebaños que te nombran

Volverían a su paraíso.




*




Verso y punto



Allí van las palabras tras una idea

Son el cordón umbilical

De las ideas que quieren

Contarse a si misma primero



Por donde va la nave

De una reflexión

No podrían ponerse en orden

Pasarse lista de presencias

O ausencia de aciertos

Si no fuera por el clon de

La palabra

Pensada, primero, escrito

O dictado después

Y la savia nutriente

Verá en que poema

Las palabras son bienvenida

Porque dan luz y razón

A mi existencia

Las escribo, las convierto en hojas

De libros, para otros ojos

Que, seguro, la completaron

Porque un verso a la deriva

Siempre esta mitad escrito

Y mitad pensado.

Con borrones y cuenta nuevas

Para la mirada futura

Que sepa donde ponerle los aumentos.







Al Borde

Elogio a la
vida sencilla





César González Páez

cesarpaez@uhora.com.py



Leo en un libro titulado Nuevas Rubaiyat del poeta persa Omar Khayyan, su extraño y versátil modo de interpretar las religiones, que define de infinitos modos pero especialmente que es una debilidad de la humanidad. Se refería a ese fenómeno de creer en una divinidad ciegamente, sin darse cuenta que la grandeza de Dios está en la creación y en las cosas simples, que no vemos y forman parte de nuestra vida. La lectura de estas “rubaiyat” reflexiones en versos, en el que el único cáliz era el vino que atempera la codicia y, para él, curiosamente vuelve al hombre más humano y transparente. Cuando digo “hombre” me refiero a humanidad que la componen hombres y mujeres.

Leo este claro pensamiento cuando expresa que hay en la mezquita, en las sinagogas, en los monasterios religiones y sectas que temen al infierno y tienen fe en que habrá un premio. Y termina diciendo que los que conocen a Dios jamás siembran en corazón alguno tan raras semillas.

Entonces puede ser una de lección de este poeta de lo cotidiano y admirador de la obra de la creación, que propone dejar todo concepto religioso para acercarse humanamente a Dios. Acercarnos con nuestras propias debilidades, pero atentos a los fenómenos de la naturaleza, con la convicción que una divinidad sólo puede tener allí su paraíso.

Admiraba la sinceridad en la manera de sentir, la transparencia de las almas que sólo la tienen las personas simples y los sabios. Después que se ocupa de eso que desvela a muchos, le llama la atención el transcurso del tiempo en cosas inútiles y la ingrata suerte que “otorga bienes y fortunas al necio, al bribón y con ello priva al recatado y el insobornable”. El hombre, así como inventó las leyes de la justicia también encontró los medios para transgredirlas.

Y estos conceptos que parecen tan actuales fueron escritos en el año 1100 de nuestra era, lejanos tiempos definen la naturaleza y la debilidad del hombre, que no ha cambiado hasta hoy.

Por eso el poeta se refugió en la vida sencilla, y la alegría que sólo dan las cosas simples, beber un vino con una buena compañía, disfrutar de la belleza y compañía de las mujeres, pues si Dios las hizo así, sería un desaire a lo creado, no amarlas. No son sino estos escritos, clásicos de la literatura universal, pequeñas grandes lecciones de vida.







ENSAYO

Saber leer en los


libros y en la vida





César González Páez

cesarpaez@uhora.com.py



Los libros son linternas que nos guían en la oscuridad de la ignorancia. La luz que irradian se proyecta hacia lo que queremos apuntar, es decir, lo que queremos aprender. Son enseñanzas que no se olvidan por eso muchos textos se recuerdan con el mismo cariño que uno les tiene a la maestra que le enseñó las primeras letras o aquel profesor de secundaria que, alejado de esa falsa postura de imponer verdades, se dedicaba a contarlas de manera sencillas y sin olvidar esa pequeña dosis de humor que hace que uno retenga las cosas con mejor ánimo.

Los libros, como los árboles tienen hojas que no se caen en el otoño del alma. Hay páginas donde uno siempre vuelve porque tienen la doble magia de atraer por lo que dicen y cómo lo dicen. Y casi siempre es la poesía, pues cumple con creces eso de despertarnos la sensibilidad y la inteligencia para decir aquello que sentimos de una manera coherente e inolvidable.

También puede ser el fragmento de una novela donde se recuerdan cosas inolvidables que les ocurrieron a los personajes cuando estaban explorando todavía el mundo que les tocó vivir.

También está lo que cuentan las personas sencillas, sin otra formación que les dicta que si por un camino ocurren cosas imprevistas o malas, es necesario contarlas para que sirvan de advertencia a los que pasan o pasarán por lo mismo. Hablo de cómo los mayores, que vivieron varios tomos de vida, pueden dar consejos que se encuentran en los libros.

Varios autores célebres que muchas veces dejan de escribir, y cuando les preguntan por qué, suelen sincerarse diciendo. “porque los viejitos que me contaban estas historias, han muerto”. Uno de ellos era, por ejemplo, el mexicano Juan Rulfo.

Por eso se recomienda a los que escriben, que ‘lean’ las páginas abiertas de mucha sabiduría que hay en los ancianos que todavía se resisten a morir sin dejar la huella en algún sitio, generalmente en la memoria de los que los escuchan. Muchos de esos ancianos suelen decir “no sé escribir, pero yo les voy a contar lo que viví y cómo lo viví, los que escuchan con atención sabrán ordenar las palabras y ponerlas en su lugar. Ponerles a esas historias el ropaje de poesía, novela o cuento.

Y en Paraguay, con su inabarcable veta de oro, que es la cultura oral, hay mucho para explorar para rescatar, porque esos ‘viejitos’ también están cumpliendo las últimas etapas de sus existencias y, tienen la paciencia para contar y trazar el mapa de vidas que en su sencillez encierra las gotas necesarias de sabiduría.

Escúchenlos atentos, ellos son la portada invisible de los libros no escritos, ellos tienen la palabra que abren las puertas del conocimiento, Y no son menos que nadie, son testimonios vivientes que hay que redimir para la memoria de todos.





miércoles, 5 de marzo de 2014

Dos intervenciones; Al Borde


No hago más
que rezar

Rezo sin saber rezar y sin pedir audiencia para que los dioses me asistan, rezo porque me hace bien, me pone mejor y sueño con ser mejor ser humano. Rezo para no olvidarme de los demás, de los que no tienen carta de recomendación y hacen lo que pueden. No es nada más que una declaración de buenas intenciones: que el enemigo no esté siempre apuntando a mi cabeza, que a muchos les vaya bien porque su bienestar es un incentivo para el alma de la humanidad.
Rezo por lo que soy y quiero ser, por tus ojos. para que vean lo que no quieren ver, para que borres cualquier resto de furia en tu corazón. Pues la paz espiritual puede anidar en tus ramas. Para que sepas que el odio no sirve de nada y que es material desechable en cualquier personalidad. Rezo para que los políticos tengan ataques de honradez, para que las bellas mujeres olviden su culto a la vanidad.

A mis plegarias se las dejo al viento, pues no hay semilla que no encuentre en tierra fértil su oportunidad de germinar, se las dejo a los consumidores de esperanzas para su provecho. Rezo para que compartan mi oración, que los que creen que tomaron el último tren sepan que la vida es un abanico de posibilidades. Rezo para tus ojos dulces descubran el amor que alimenta, tu paciencia que ilumina la impaciencia.

Rezo para que me encuentres, entre la hierba, la mirada inocente de la infancia, que todo sirve para volver a construir tu castillo de ilusión. Rezo para liberarme del consumismo y tener el amor necesario en tus abrazos. Por esas cosas rezo, sin saber rezar, sin dirigirme a nadie en particular y al corazón de todos en general.

Rezar es desmigar codicias y es como quien afina un lápiz para hacer el dibujo más bonito que pueda retratar el mundo que quiero. Rezo por vos, para que te vaya bien y por mí, para que no te dejes querer y aprender a ser mejor persona amando.

Este rezo que te escribo es mi carta de presentación, pues quiero que sepas la calidad de mi corazón que se emociona con la música, que sabe que en la mirada de inocencia de los niños está toda la sabiduría del mundo, que la poesía no es un señal de debilidad. Rezando me voy al cielo y vuelvo a bajar, me libero de las cadenas materiales y que hace que cada día te quiera mejor Que mi alma entienda la diferencia de mis semejantes, que tiene derecho a ser distintos y que si todas las aves cantaran en un mismo tono el mundo perdería su paleta de tonalidades diferentes.

Rezo para que me escuche quien tenga ganas de escuchar y hacer que las palabras tengan peso y sentido. Rezando no para los dioses, en el Dios de cada uno. que supuestamente tienen todo lo que se puedan imaginar, pero también rezo por ellos para que no los agobie la eternidad. En resumen esto es una carta de buenas intenciones y no tiene doble fondo ¿Qué más se podría pedir? En suma, esto va para quien corresponda y se anime a rezar conmigo.

César González Páez

La ventana de lo posible




Siempre quedan retazos de ilusión, saldos de esperanzas que realimentamos nuevamente en nuevos sueños. Y aunque los sueños son eso nomás según los agnósticos o incrédulos, el no creer en nada puede ser tan perjudicial como no tener imaginación. Y es irrebatible pensar que el libreto del mundo no está escrito, que se está escribiendo con la harina de lo soñado previamente.


Cómo no asombrarnos por cosas que pueden suceder, que graves momentos puedan cambiar, después del llanto de la pérdida, por ejemplo de un ser querido, pensamos que el futuro estará todo desteñido de tristeza. Pero es beneficiosamente amoroso el hecho que volvemos a la senda de pensar y de imaginar mundos posibles.

Mundos que no tienen los cimientos y parecen imposibles, pero el caprichoso devenir nos tiene siempre reservada una entrada para sentarnos en el balcón privilegiado de la vida, al comprobar lo que está hecho y lo que falta por hacer.

Sueños a los que hay darle cobertura, porque están hechos con la fugaz arcilla de la imaginación y tienen encendida la mecha de lo posible. Me gusta, prefiero creer, que los sueños no tienen cimientos…todavía, solamente por ahora. Porque se están construyendo con nuestra capacidad de llevarlos a la realidad, aunque demanden su tiempo porque también con cada uno de nuestros fallos y errores por alcanzarlos…avanzamos.

Desde un teléfono celular hasta un avión de última generación, nacieron como una ilusión de poder construirlos. Antes no había nada, pioneros tensando hilos para poder comunicarse y locos de atar que se pusieron alas postizas para poder volar. Hablo también de los músicos que describían los sonidos de la naturaleza y hoy son grandes composiciones sinfónicas, grabadas para siempre en la memoria de la gente, hablo de las palabras que ordenaron orfebres poetas y hoy son oasis de emociones, caldo de cultivo para los siempre nuevos escritores. En síntesis, una celebración por todo lo que se está haciendo y hace que la humanidad no se extravía de la belleza.

Muchos, que se quedaron en el camino, advirtieron hasta donde habían llegado y que por lo tanto se podía seguir fraguando esa frágil ilusión de lo posible. Y hoy, celular en mano y con aviones que dejaron atrás la incomodidad de largos viajes y potenciaron el poder de la comunicación, parece que nos están diciendo que ahora es nuestro turno. Porque sí podemos cambiar las cosas para una vida mejor, como es un compromiso que tenemos con los sueños de otros y con los propios.

Y… ¿se puede saber a qué vienen todo esto? Tómenlo como un combustible para mover los motores de la mente y seguir creyendo en los sueños Escribiendo o más bien descubriendo la poesía de lo que puede ser posible, y ser conscientes que, como todo ser que nace los primeros pasos son dificultosos. Pero qué bella tarea es descubrir un día que caminamos y vamos hacia el porvenir con nuestra hacienda de ideas, terminadas o a medio terminar… felices porque vamos tras lo posible.

César González Páez

martes, 14 de enero de 2014

Un poco de humor

Con presentadores así...



A pedido de su amigo, el célebre escritor Córneta Martínez, se avino a presentarle la novedad editorial ante un selecto público. Esto fue lo que dijo:

                                                             
Señoras, señores: Leonard Tell que poco antes de morir dijo "sospecho que voy a tener más paz de la que necesito", estaba firmemente convencido que  el oficio de escritor es un sacerdocio sin sotana, que por otra parte ni los mismos curas usan. La procesión de la creación va por dentro y los resultados pueden ser inesperados, como por ejemplo que un colectivo lo deje cerca de su casa. Esta obra que me toca prologar carece de todo estímulo para el lector, no se advierte alguna señal de esperanza que pueda mejorar a futuro
Es sencillamente una basura impresentable, hay que tener coraje para adentrarse en un alud de nada, carece de puntuaciones. Y si ahora hablo de este libro es porque mi amigo, al que le debo muchos favores y le advertí que tratándose de presentación de libros  soy imparcial. Y le advertí a mi amigo de años que él estaba bendecido por mi amistad pero no por la lectura.
Le aconsejé que lea más, que se fije dónde pone los puntos y las comas, pero la ambición de ver su primer libro salir de la imprenta y en circulación, no resistió la idea de hacer este lanzamiento. El título ya me da arcadas “Pandemoniun de cerezas”, un poemario de triste factura que se deja leer de un tirón y que no marcará ‘un antes y un después’ en las letras ¿Se entiende?
Amigo querido, vos te lo buscaste, pero si hay algo bueno que decir de tu libro o de este lanzamiento, es que el novel escritor ha hecho preparar unos deliciosos bocadillos y el vino que eligió no tiene reproche alguno. ¡Suerte para otra vez, amigo!  Ah, y no dejen de comprar el libro que comento hoy, pues se va a tardar mucho en encontrar otro esperpento y necesitarán un ejemplo para saber qué es meter la pata en el hormiguero lírico.
No te pongas mal por mi disertación, amigo, después de todo recuerda la frase esa que dice que hay mucho que aprender de los errores. Y ahora vayamos por una copa ¿Si?


Comentario

Crónica de UN Reconocimiento de agradecidos lectores


Poe Enrique Ostuni


El, martes 26 de noviembre del 2013, los asistentes al acto de la presentación formal de cuatro libros de César González Paez, compartíamos unánimes sentimientos de agradecimiento porque teníamos algo en común: ¡Haber leído a César!
  De los presentes, algunos conocían sus escritos como periodista, otros fueron además lectores de algunos de sus cuentos, un grupo más pequeño -que tengo la suerte de integrar- conocíamos también sus virtudes de poeta disparador de emociones y pensamientos reflexivos.
Creo no equivocarme al asegurar que quienes escuchamos a Toni Carmona y a Mario Casartelli referirse a las variadas formas en la que sabe expresarse César, asentíamos complacidos por ser parte del grupo de lectores entusiastas de este excepcional creador literario.
Contentos estábamos porque César se hubiera decidido a participar de una reunión multitudinaria superando su proverbial discreción.
También estuvieron los privilegiados compañeros de ‘la redacción’ que disfrutan desde hace mucho de la convivencia con tal ‘buen tipo’.
Me sorprendió saber que César también es músico y que compuso la medolía para varios de sus poemas.
 Para los amigos que no estuvieron presentes, les adjunto estas “perlitas” extraídas de “Jarabe de cuentos”, “Luna de Menta”, “Sombra de Boleros” y “Anclajes”, títulos de las creaciones de César gonzález Paez presentadas ayer:   
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“HABITANTE DE LA PLAZA”  de César González Paez
(pág 155 “JARABE DE CUENTOS” ‘SERVILIBRO’ enero 2005)
Siempre en domingo, iba a la plaza para encontrarla, para decirle lo que sentía y no se animaba. Élla, a las cuatro, ya encontraba la fresca sombra. Inquieto el viento, en sus cabellos se le enredaba. Qué envidia daba que aquella brisa la acariciara y él envidiaba que la sonrisa le arrebatara.
Siempre en sus juegos de solitario él la veía, leyendo un libro que, infaltable, era de versos. Así, la tarde se ador-mecía en muy quietas horas y él la miraba, como un cuadro añejo que vio en la sala de algún museo. No supo entonces si sonreía o si era de ensueño, pues ella atraía el mirar risueño hacia cualquier parte.
"Tal vez un día -pensaba él-, justo un domingo que el aire falte, le silbaré al oído la canción del viento. Yo peinaré su pelo, alisaré su falda y ella me contará su gran secreto: que es de mármol y que su corazón hace tiempo dejó de amar, cuando el cincel del escultor la dio por concluida y la abandonó a su suerte de fría piedra".
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“SEÑAL”  de César González Paez
(pág 11 “LUNA DE MENTA”  ‘SERVILIBRO’ feb 2005)



Ese lápiz que lleva el verdulero
como una lanza arriba de su oreja
no le dicta solamente cifras
de mezquinas cuentas a favor.
No.
Creo que, en verdad, le susurra
plegarias aún no atendidas,
le inspira cuentos venturosos
y poemas que se desprenden
como témpanos.
Le enseña un poco de gramática
y la cadencia del asombro.
Él no alcanza a comprender
de dónde proviene el estallido
que le impone la palabra
y le obliga a ver todo distinto.
Sospecha que la gracia concedida
es un estado de locura aceptable,
vislumbra que ese artefacto de grafito
le saca puntas a su vida
y le da brillo.
Con mesura lo afila cada noche
en un aula para adultos.

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Un poema

La espera 

Y entonces vino el invierno
cargado de estrellas frías,
con su bostezo animal de aliento helado,
imantando tu mirada de escarcha.

Vino, como viene lo inevitable
sin argumentos, sin pedir permiso,
susurrando al oido el viento oportuno,
sin que me diera cuenta, el adios.

Junté las cenizas del delicioso fuego
que ardían en las noches largas,
las palabras que te nombraban
y tracé una línea entre el ayer y ahora.

Te dibujé en los pasos que te llevaban,
ocaso de besos se iban con la menuda huella
y supe en silencio, no que te perdía,
sino que me extraviaba en la soledad.

La fugacidad de un momento me alumbró.
La esperanza como una flor silvestre
me nació en los páramos del alma:
allí donde se empecina lo imposible.

Creció y quebró hielos la esperanza,
cómo decirle que no a esta hada terca
que me invadió con su aroma posible.
y se hizo de luz tu sonrisa futura.



                                                    César González Páez

Un cuento...

Postales añejas


Hay anécdotas que nos suceden en la vida y nunca las contamos, a veces nos animamos en rueda de amigos, pero a ellos todo les entra por un oído y les sale por el otro. Cuando nos reunimos los viernes en el bar todo parece ser un campeonato para ver quién cuenta la mentira más grande, quién es el que conquistó a la más linda y cosas por el estilo. Es que competimos y el resultado es evidente: nadie escucha al prójimo.
Como el campo de las letras permite este remanso, este agradable rincón donde las palabras se deslizan en curso legal, es que me tomo la libertad de entretenerlos un poco con mi historia.
Dejo constancia de estos hechos porque ya estoy viejo y, ya saben, las palabras no garabateadas o dichas se van con nosotros y el olvido es un eficiente paño que destiñe todo.
Esto que voy a contar me ocurrió realmente y tiene que ver con mis días como redactor de La Tribuna, por aquellos entonces ni soñábamos con el ordenador, trabajábamos con la invalorable Olivetti y las Remington, si supieran de qué manera esta última marca me hace recordar a armas de grueso calibre. Por entonces apuntábamos una opinión y caía certeramente nuestra presa. Teníamos “ética”, un término que siempre está pidiendo permiso para instalarse en la sociedad. Por aquellos días también.
Mi trabajo era completamente rutinario pero muy entretenido, manejaba una sección que se ocupaba de asuntos sociales de antaño. Aquellas viejas veladas eran recordadas. especialmente por los sobrevivientes. 
Buscaba eventos de fechas antiguas pero que coincidían con las actuales y comentaba lo que ocurría hace exactamente cincuenta años atrás. Cronicaba tal o cual espectáculo de aquellos días en Asunción, que se me imaginaba muy románticos.
Leyendo viejas crónicas me encontré con una nota muy tierna que hablaba de dos niñas que se presentaban en el Teatro Municipal, centenario templo cultural que hoy está tristemente clausurado.
Como les decía, la nota hablaba de dos pequeñas que darían un recital de danza, Vera y Emilce, bailarían danzas españolas y cantarían un par de boleros, según el programa "Rayito de luna" y "Por el camino verde". Una foto aparecía mostrando a las dos precoces artistas.
Pensé cómo se verían en estos días, seguramente ya serían mujeres adultas  o probablemente habrían muerto o ... Se me ocurrieron miles de posibilidades. La nota señalaba que la función era a beneficio de la Asociación del Perpetuo Socorro. Hoy en extinción ya que nada es perenne y menos una dádiva.
Escribí la nota y alguien me llamó para entregarme un recado urgente. No recuerdo si era para anunciar un baile o una avant premiere. Cuando volví a mi escritorio, el artículo que había redactado no estaba en mi máquina,  había desaparecido pero no me precupé porque me quedaba un día más para la publicación de la nota. Ya la encontraría seguramente en las carpetas.
Al día siguiente casi me da un infarto, el  jefe de redacción había levantado mi escrito para publicar. ¡Como si el evento fuera a ocurrir  en la fecha !. No se dio cuenta que era para mi columna “Postales añejas”. Esto me va a costar el empleo. me dije. La noticia apareció para colmo en un lugar destacado. El duende del despido, comenzó a palmearme la espalda.
Ya no se podía cambiar la noticia, de modo que me armé de valor y me concentré, debía estar a la hora señalada en el Municipal para explicarles a los probables asistentes que había sido un lamentable error. Inventé miles de excusas y al final decidí que lo mejor era decirles la verdad.
Cuando llegué al teatro me encontré con una fila enorme de gente que esperaban para adquirir su entrada. Me puse más pálido que un fantasma sin nadie a quien asustar, pero luego me sobresaltó el hecho que ¡se estaban vendiendo las entradas!
Me puse en la fila, compré un boleto y entré muy avergonzado al recinto. ¿Que pasaría cuando la gente se diera cuenta que todo era
producto de una equivocación. Señores, anoten esto, se hizo un silencio respetuoso y ¡comenzó la función! Las hermanitas “Vera y Emilce” dieron su espectáculo matizado con esas equivocaciones que quedan tan encantadoras cuando los niños se suben a un escenario.
Estaba a punto de recordar el número telefónico de un siquiatra amigo, porque estos hechos no encajaban en mi sentido de la realidad, cuando de pronto aparecieron en el escenario dos simpáticas abuelas. “Hoy estamos aquí gracias a una hermosa equivocación, cuando leímos que actuábamos esta noche, no lo pensamos dos veces, llamamos a nuestras nietas, les pusimos nuestros trajes de entonces y, gracias a
ellas, recuperamos un sueño infantil”, dijo una de ellas.
- Cómo me gustaría felicitar al periodista de “Postales añejas” por esta ocurrencia tan estupenda- dijo la otra anciana-. Nos ha regalado un día de nuestra infancia. ¿Se encuentra en la sala?
Vasto silencio.
Ni loco me iba a presentar luego del estres que junté durante todo el día. El espectáculo continuó con las verdaderas protagonistas de hace cincuenta años, que no eran tan buenas bailarinas como animadoras. Nos hicieron reír con sus ocurrencias. Nos regalaron fragantes retazos de entusiasmo y vitalidad, cantaron ese hermoso bolero que dice "Que importa saber quién soy..".
La velada fue todo un éxito, las abuelas juntaron varias canastas de aplausos, de un público ávido por ver cosas diferentes y al final todos quedaron satisfechos. Bueno, pensé, no me fue del todo mal, un error no significa equivocar el camino., pero cuando salí del teatro sentí que tenía que comenzar a preocuparme. Me esperaba un carruaje tirado por cuatro caballos, su conductor me sonreía mientras sostenía un farol. Las calles eran de tierra y la noche oscura, como una emboscada.




Es una verdad incuestionable la que dice que hasta en el absurdo hay un orden.



 (Del libro Sombra de boleros, ED. Servilibro)

sábado, 14 de diciembre de 2013

Comentario I

Opinión sobre el poemario Anclajes, recientmente lanzado.

Todos los libros de César González Páen pueden ser solicitarlos
en la edirorial Servilibro www.servilibro.com.py.


Anclajes, de César González




Por Mario Casartelli

Siempre me aferro a la idea de que las obras artísticas no necesitan presentación, porque ellas hablan por sí mismas. Y que nosotros, los presentadores, no hacemos más que encaminar un poco al posible lector, con la esperanza de que pueda percibir o sentir algo de lo que nosotros hemos experimentado en la lectura de un libro, como en el caso de este poemario, Anclajes, de César González, que nos ha deslumbrado con algunos poemas.

Su lenguaje coloquial prescinde de ropajes literarios. Y así, casi desnudo, va hilvanando sus versos que nos llevan a recorrer un ancho estanque de aguas mansas. “Poderoso anclaje es la esperanza”, dice el poeta. Qué rotunda expresión. Y a la vez que paradójica. Porque solemos percibir la esperanza como algo que se busca, como algo que se ansía. Y este anhelo supone muchas cosas, menos quietud, porque nos remite al movimiento.

En la propuesta de César González la esperanza es un anclaje. Pero su anclaje no es quietud de sumisión, sino la predisposición a mover el pensamiento y el sentimiento y fusionarlos, conjugarlos.

Aquí vemos que la vida se parece a un estanque “después de haber atravesado las alegrías de los desbordes”, como dice el poeta. Y quienes conocemos a César González -porque lo hemos frecuentado desde hace décadas- sabemos, casi con precisión, lo que siente al decirlo.

Ha vivido tanto este hombre, ha conocido agitaciones, tremendas sacudidas. Pero también el sosiego. La calma chicha siempre sucedió a la tempestad. Y entre aguas turbias y transparentes, sobrevivió el poeta y prosigue, ahora, con la capacidad de observación que conceden sólo los años.

Lo hermoso de todo esto es que, desde el estanque en calma, decide hacer un recuento poético. No digo que pretenda recogerlo todo, porque, como ya lo advertía esa magnífica escritora que fue Margarite Yourcenar: “Un libro cabe entero en la vida, pero la vida toda no cabe en un libro”.

Y César González siempre fue consciente de todo esto. Eso lo hemos percibido no sólo en su poesía, sino también en sus otras incursiones literarias: en su narrativa, en sus reflexiones periodísticas, hasta en sus composiciones musicales, porque césar es también un delicado compositor musical.

Refiriéndose a la mirada tranquila de Jesús, el poeta Eliseo Diego escribió alguna vez: “Sus ojos que no eran azules ni oscuros, sino pardos, el color de la feliz aceptación de todo”. Y algo de esto es lo que expone César González cuando señala que “el estanque y el agua hacen lo que pueden con el tiempo que les fue concedido, pero más de lo que son no pueden dar”.

Con su metáfora feliz -aunque a veces disfrazada de tristeza-, camina el poeta, recogiendo ricos sedimentos, porque él ya sabe -y pagó creces de experiencias por saberlo-, que todo cuanto acontece en la vida, fuese herida o fuese bálsamo, al final, si el hombre es atencioso, todo se convierte en tesoro. Tesoros de conocimientos que, al fin de cuentas, le solventan el oficio de vivir. Un vivir buceando en el fondo estanque, del que extrae todo cuanto encuentra en el camino, para subir después a la superficie, y allí –aquí- brindarnos, poemas de preciosos contenidos.

Hay leyes inmutables, que oscilan entre el llanto y la alegría del lobo y el cordero; y acaso comprenderlas torna el mundo más comprensible, pese a tantas desazones, porque, como él bien lo dice: “lo que tenga que pasar sucederá”.

Difícil es sintetizar tanto cúmulo de sabiduría en una breve exposición. Y en aras de lo breve, dejo de lado muchos poemas a los cuales quisiera referirme, como el caso del ejemplar díptico resonancias –que después leeremos con el autor-, pero quiero terminar esta presentación leyéndoles, ya, el texto que sintetiza, creo, todo cuanto les estuve diciendo del poeta. El título es “Vigila tu nada”, y dice así. (47)

26 de noviembre de 2013



Comentario II

Un comentario del periodista Antonio Carmona sobre los libros de César González Páez Sombra de boleros, cuentos y el nuevo poemario: Anclajes.


                                                                 De boleros, cuentos

                                                                 y anclas que vuelan



Por Antonio Carmona



Recuerdo todavía la llamada de Jesús Ruiz Nestosa para preguntarme si conocía a César Gonzalez Páez, a quien el jurado del Concurso del Centenario le había dado el premio, por el cuento El libro de las artes imposibles; estaba sorprendido, maravillado y compartimos ese descubrimiento.



César, cordobés de Cosquín, capital musical, y no lo reseño gratuitamente, se había incorporado hacía ya un tiempo a Ultima Hora, pero no era tan conocido en el ámbito intelectual local. Hoy se lo conoce más, pese a que trata siempre de pasar desapercibido.



El relato se incorporó a su libro Concierto de cuentos, que como escribí en aquel entonces, era un desconcierto de relatos que, justamente, resultaban mágicamente absurdos, ¿acaso el arte de Bach no era el desconcierto, la fuga permanente, un tratado vital de cada día sobre las “artes imposibles”?

Y esa fue la imagen que tuve de ese cuento y de ese concierto, la fantasía del artificio de los contrapuntos, haciendo derivar las variaciones por mares impensables.



Después me sorprendió con Jarabe de cuentos, jarabe, brebaje, poción que tiene magia y embriaga, que desconcierta y sorprende, como el ancestral Centinela de Piedra, que emerge de las profundidades, convidado a una cita con los vivos como testigo de causa, o el Discurso cervantino, en el que el ganador del Premio Cervantes en el año 2025, en vez de ofrecer un discurso, más o menos largo y sesudo, dijo una sola frase “Ay, Don Quijote, más veces citado que leído!”



Y el majestuoso claustro de Alcalá de Henares, sin ceñirse a la lógica ceremonial, aceptó que tan breve discurso invitaba a disfrutar del brindis, considerando que el propio Cervantes lo hubiera aplaudido.



“El bolero tiene una brújula imantada a la tristeza”, escribe en Sombra de boleros, y es cierto; lo que me lleva a otra fuga, aquél otro canto narrativo, que dice que “la tristeza no tiene fin, la felicidad, sí”.



Y a la historia de la canción. Toda canción cuenta una historia, y más generalmente triste que alegre, lo que se patentiza claramente en el tango argentino o en la copla española o en la polka paraguaya, por poner ejemplos de cantares bien cuenteros, como tantos otros.



Pero es una historia que cabalga entre la realidad y la ficción, entre la prosa cotidiana y la poética musical; una máxima expresión de este aserto es Garota do Ipanema, canción simple y poética tan fuerte, inspirada en un personaje real que caminando por la playa, al ser conjurada como musa inspiradora por la magia de Vinicius, pasa a ser la Garota de la canción, con mayúsculas, y no la real, la minúscula que camina por la playa; y a representarla en la realidad, si es que a este mundo de la fantasía y el espectáculo podemos llamarle realidad. ¡Hasta las caderas se vuelven imaginarias!



Es decir, toda buena canción tiene un drama, en el sentido originario, cuenta una historia: a veces una historia individual, otra que es la historia de muchos o apenas una anécdota insignificante pero que al relatarse, al cantarse, cobra vuelo.



Viene a cuento, en sentido estricto, con este libro de relatos cantados como boleros, o boleros contados como cuentos, es decir que hay que entrar a leerlo como el que escucha un disco, atendiendo la escritura sonora de la música, mientras se escuchan las palabras leídas, sabiendo que hay más variedad que unidad, a veces más tango o más corrido, otras más balada triste, otra que parece Eleonor Rigby, que cuenta varias historias pequeñas y cotidianas, pero con aire de tristeza y soledad, la de la mujer que recoge el arroz lanzado en la boda, o la del sacerdote que escribe un sermón que nadie va a escuchar: “¡Ha, look at all that lonely people”, cuentan los Beatles, “mira a toda esa gente solitaria”.



Y esa anécdota o historia se pregona, se recita, se canta y, en fin, se cuenta.



Los cantares de ciego, que aún recuerdo haber escuchado en vivo bajo un soportal, recova diríamos aquí, en un suburbio de Madrid, eran crónicas policiales, se pregonaban o cantaban, con acompañamiento de guitarra, de acuerdo a las artes del cronista, pregonero o cantor, y se imprimían en hojas que se vendían y pasaban de mano en mano. Las recuerdo de mi infancia, de mi mente invariable, la memoria, que diría Emiliano; porque venían de mucho más antiguo.



Y el compuesto paraguayo Mateo Gamarra puede ser un modelo veraz y terrible, que canta-narra una historia del crimen de una mujer celosa, que dicen que sucedió, que luego se hace canción, va al escenario y termina cerrando el círculo, en el crimen impensado y perfecto en la realidad, llegando al teatro, con el desenlace de la muerte del actor, de mano de la actriz, que representan sobre las tablas.



Algunos de los cantos-cuentos de César son épicos, como el del músico que pidió su última voluntad antes de ser fusilado, aunque el detonante no es sólo de boleros, sino de canciones populares que suenan a rebelión, a protestas a revoluciones heroicas y frustradas.



“Qué siga la función”, dice en una de las sentencias que redondean los cuentos, como en una estrofa final de la canción, “la vida es ilusión y los huesos percusión.”



Otros son cotidianamente insólitos, como el del embarazador “Sereno Canal”, que resuena a la Venecia sin ti. O absurdo como el que quiere reclamar a un tal Silvio los derechos del Unicornio Azúl, que “sueña que soñó que alguien, alguna vez, tasó su vida.”



En fin, como él mismo parafrasea a Gracián, “Es tan difícil decir la verdad como ocultarla.”



Y de eso se tratan los cuentos y las canciones y, desde luego, los boleros. Si no lo creen, pregúntenle a Armando Manzanero.



Anclando y desanclando



Y paso a la poesía: César es un poeta y un músico, y hasta tengo que decir que los dos oficios, en muchos casos, son el mismo; se trata de hacer ritmo que desde la sonoridad cambia la significación de las teclas que tocas, ya sea una palabra o una cuerda de guitarra o la caricia de una cuerda de violín; se trata de dar un significado profundo a una señal, a un signo, a un simple sonido que, siendo igual, se vuelve diferente a todos y crea una nueva significación, que se fuga para convertirse en un encanto; como el telegrafista de Manorá, que de acuerdo a como apretara las teclas del morse podía lanzar un mensaje de vida o de muerte en Moriencia.



Nadie sabe que César vive de la música, y no hablo del oficio cotidiano de ganarse el pan de cada día, el traje que le viste y la mansión que habita, para decirlo con la fuga de Antonio Machado.



La música es en secreto: para él, para sus amigos y para matar el curso del tiempo, diría Borges.



César es un trovador, un juglar, que no es posible saber si canta, si narra, si hace sonar las cuerdas, pero esta todo ahí. En Luna de Menta, que ya tenía cuatro poemas con el título anclaje, porque evidentemente el ancla es un signo que se clava en el fondo del mar profundo e inmenso y tiene arriba el cielo y al frente el horizonte infinito y, atrás, todos los puertos: La poesía en el estado más impuro y bello.



Lo escribe él mismo en el poemario Anclajes: “Las palabras fueron y serán siempre, para mí, preciosas anclas que detienen el asombro que huye…si ellas no lo retienen”

Y añado yo, siguiendo su fuga delirante, las palabras son anclas, pero no sólo porque detienen y sostienen el barco en el lugar del asombro y la maravillación, sino porque también se levan y liberan el vuelo, atajan y dejan volar las velas del asombro, las palabras mágicas, con anclas y con alas.