Palabras, palabras...

Palabras, palabras...
Dibujo; César González Páez.

jueves, 24 de abril de 2008

LA CANCIÓN ABANDONADA

Por César González Páez

La noche estaba espesa aunque sin malas intenciones, el bar de aspecto somnoliento cobijaba a una docena de desvelados que apuraban sus copas como lagartos indiferentes. La noche estaba atascada en miradas lánguidas que un piano le daba su cortina de bolero.
Hombres y mujeres distanciados por el anonimato y sin ganas de hablar unos con otros, escuchaban indiferentes. El piano era aporreado por un aficionado que trataba de encajar las notas de un viejo tema sentimental.
Un poco más allá, en las mesas oscuras que generalmente elegían las parejas, había un hombre solo que se distinguía de los demás por su smoking que desentonaba con la escasa elegancia del lugar.
Mirando hacia el piano, cuando el otro desistió de torturarlo, el elegante personaje se se acercó lentamente. al micrófono. Sonrió a la platea y cantó bastante bien una canción, era profesional luego. Al terminar le habló a la improvisada platea, pero más como si quisiera contarse cosas a sí mismo y poner en orden sus pensamientos. Lo que sigue a continuación es su confesión, si es que puede llamarse de tal modo a lo que este hombre dijo.
- Suelo cantar en el Hotel Shaphir, los clientes de all¡ tienen mucho dinero y las mujeres cada vez que levantan su copa de champán se escucha un leve tintineo de joyas o se ven guiños de diamante. Es el lujo lo que les impulsa a ir, pero no siempre lo hacen por placer, cada copa en la barra sale un dineral pero ellos parecen no advertir el derroche. Gente como nosotros no podríamos poner nuestros sucios pies en esas alfombras.
Hace diez años, con sus puntuales noches, que canto en ese escenario rodeado por alérgicos a la pobreza y que no son generosos a la hora de aplaudir. No es que me importe mucho, bueno, sí, sabrán lo decepcionante que es cuando uno finaliza una canción y sólo se escuchan voces distraídas.
Me detendré en una de esas veladas y que cambiaría para siempre mi manera de cantar. Una canción no es nada si otro no la escucha, pero si quien la oye es aquella persona que hemos estado buscando toda la vida, es algo que hace tambalear las estanterías del alma. Su nombre era Denise, lo supe por el papel que me acercó un barman y en el cual me pedía su canción favorita. "Solamente una vez" y así sería, créanme, la oportunidad es eso que te pasa cuando estás distraído.
Cuando comencé‚ a cantar sus ojos se encendieron y, sin ser un galán, intuí que esa noche podía terminar bien. O lo estarla. si ella se quedaba hasta la madrugada en que terminaba mi actuación. He tenido suerte varias veces, no me jacto de ello porque generalmente se me acercan mujeres achispadas por la bebida, de esas que luego se arrepienten de sus arrebatos. Ella me esperó espléndidamente sobria y al final nos sentamos, aunque no lo crean, en la mesa que ocupo en este bar. Si no nos vieron entonces no importa, aquí nadie ve a nadie y ninguno es testigo de nada. Me gusta este lugar justamente por eso, porque no son entrometidos. Los besos que nos dimos y el desenlace ocurrió en las pocas horas que estuvimos juntos. Prometía ser un gran amor y lo fue mientras duró, sólo que una noche es tan breve como los suspiros de aquella dama.
Ahora solamente puedo volver a sentir aquella velada y alargarla recordando, armando en mi mente el rompecabezas de aquel fugaz idilio. Puedo decirles que desde entonces no canté más "Solamente una vez", aunque me han pedido esa canción varias veces. Creo que esas palabras y esa música están escritas para esa noche y para esa mujer. Hay canciones que nos marcan para siempre,
Abandoné ese tema‚ la dejé huérfana de mi voz, hasta hoy que me acerco a este piano y en esta hora que quiero cantarla otra vez. No es que ella haya regresado, ni que haya abandonado su vida de lujo, sino que ahora comprendo que éramos dos planetas distantes que sólo se encontraron en un eclipse. Su canción favorita era "Solamente una vez" pero cada noche con uno distinto. Fue cruel confirmar esa verdad porque cuando te enamoras la felicidad te cobra al contado.
Se llamaba Denise y es muy probable que ese no sea su nombre, hoy la vi de nuevo y no se acordó de aquella noche en que yo habité un lucero y ella amainó en mis brazos su aburrimiento. Puedo decir que solamente una vez amé en la vida, solamente una vez y nada más…

El destino juega sus cartas y el azar hace el resto.

Extraído del libro inédito: Sombra de boleros

No hay comentarios: