Palabras, palabras...

Palabras, palabras...
Dibujo; César González Páez.

lunes, 21 de marzo de 2011

Hola, adiós...

Adios es màs que una palabra,
es la creación de un bache
en el camino de la vida
que, si por ahí regresas,
daràs con tu humanidad por el pozo
que dejaste inconcluso en el pasado.


Hola es la timidez de un comienzo.
con palabras guionadas, quedar bien,
causar buena impresión a los demás,
especialmente al 'demás' que nos interesa.

Dos tiempos que marcan destinos,
la mayoría pintados con el orgullo:
"Me fui porque quise y se me dio la gana",
"Hola, podrìamos intentarlo de nuevo",
nunca es tarde si la dicha es prestada.
con palabras bien barajadas.

Y tu allì y yo en diferente lugar,
trazamos, con torpe làpiz, el destino
de sabernos comprendidos
y en el mejor de los casos, perdonados
pues no somos otra cosa que improvisados.

Entre el hola y el adiós que decimos
se nos va la vida a cuentagotas.
Y en ese tintero se guardan excusas,
de lo que pudo ser y no fue
y que tan prolijo pinta el olvido.

martes, 15 de marzo de 2011

Elogio a la pereza

Es muy probable que el título de este comentario, nos lleve a imaginar unas vacaciones perpetuas en una isla paradisíaca, sin problemas económicos, dedicados al libre albedrío en tiempo completo. También puede presentarse otra realidad, que estemos practicando la pereza forzada por carecer de trabajo y que muchos no pueden disfrutar de ese descanso obligado. Pues de nada de eso es lo que propone este artículo.
Quiero hablar de algo que ya se planteó hace casi un siglo atrás. Hubo un pequeño libro pionero, editado a comienzos del siglo XX cuyo título sugestivo era (es) “Derecho a la pereza”. Por cierto, la buena noticia es que se encuentra colgado en internet y es posible entrar en su contenido. Se trata, desde luego, el derecho natural de la humanidad a disfrutar de hacer…nada. La consagración de la molicie, se pensaría, pero no. El autor, Paul Lafargue, un cubano de nacimineto y de ascendencia francesa, comenzó a darse cuenta que el consumismo de la incipiente era industrial terminaría por alterar los recursos naturales. Se vivía el esplendor de una naturaleza todavía no tan maltratada, pero la ambicion no medía las consecuencias que luego se detectaron con el correr de los años. Una devastación con ríos contaminados, tala de bosques que han obligado a los indígenas a abandonar su hábitat y deambular por las calles de la ciudades donde la única cacería es la mendicidad. Los animales en la actualidad se han terminado por calificar simplemente en: o son plagas o están en peligro de extinción. Nuevas y viejas enfermedades nos visitan por la alteración del ecosistema. Y en este punto, ustedes se preguntarán ¿y qué tiene que ver la pereza con todo esto? Vuelvo al librito de Lafargue, si los hombres hubiesen dedicado más tiempo a descansar, a la pereza equilibrada, que hace que los hombres dejen de cavar, alterar, derrumbar, destruir, construir y verbos similares, la desvastación hubiera tardado un poco más y ¿qué quieren que les diga? Que las fatalidades se hubiesese demorado dos siglos más, ya hubiera sido todo un logro. Así que más respeto a la pereza, que no es otra cosa que una filosofía de vida, un paliativo del consumismo. Pero claro, muy pocos lo veían entonces de la manera novedosa en que se planteaba, como un derecho a parar un poco, disfrutar del hecho de descansar y no estar destruyendo todo a tiempo completo. La pereza podría haber generado, tal vez una filosofía a favor del hombre y un mejor maridaje con la naturaleza, con la vida misma que no debe estar sustentada en que todo se reduce a consumir, en que hay que reemplazar todo, en que lo moderno es tener la última tecnología. Ernesto Sábato en una visita a Asunción se lamentaba que la ciudad, antes con su inconfundible y hermoso paisaje colonial, se hubiese convertido en la urbe que es hoy, con sus edificios altos, que reemplazaron para siempre las históricas construcciones. Y no es que el autor de El túnel estuviese en desacuerdo con el progreso, creo –pero ésta es sólo un suposición de quien escribe- que pensaba que todo debe respetar su tiempo y que mejor que la pereza como remedio. Claro que el concepto está devaluado en la actualidad por ser considerada una actividad inútil por lo improductiva, pero si piensan un poco, dejar de estropear todo y todo el tiempo podría ser beneficioso. Lo que poeta latino Horacio, llamaba, simplemente atenerse a la dorada medianía. La contemplación en lugar de la perpetua destrucción.

sábado, 12 de marzo de 2011

En defensa de la poesía


Todo parece indicar que la poesía ha retrocedido y que se ha atrincherado en grupos pequeños, en solitarios escribas que hablan de las emociones que generan los fenómenos y los sentimientos de la vida, pero que nadie escucha ni se interesa por ellos. No se habla ni se recita poesía en estadios, en teatros con lleno total, lo que hay que suponer que hay que defenderla. Si, ampararla para que no sucumba y esté presente para los que la han olvidado, los que no tienen en cuenta que la poesía tiene su fuente natural en el lenguaje oral, que su ritmo en el decir de los versos y sus rimas son para que a la memoria le sea fácil recordar. Se han atrincherado los poetas, en talleres literarios, en sesiones de lectura que parecen más bien una reunión de conjurados.
El hombre y la mujer común ya no la tienen en cuenta a la poesía en sus cantos al trabajo, para contar sus historias grandes o mínimas, para hacer dormir a sus niños. Como antaño se hacía, como en otros tiempos se rezaba en tiempo de poesía. Los poetas grandes, los comprometidos, los que movían montañas de ideales de amor o combate se han replegado. La poesía es el entretenimiento sutil de unos que se hacen llamar intelectuales, que presentan cenicientos libros que con rapidez pasan a engrosar la lista del olvido. No digo que no hay poetas, ni que no podrían hacerle sombra al comprometido y amoroso Pablo Neruda o al delicado Rubén Darío, el profundo Federico García Lorca, el pensativo Jorge Luis Borges.. Hay que animar, resucitar el hábito de que la poesía y que esté presente en la canasta familiar de primeras necesidades. Porque la poesía nos educa en el pensar y tener un concepto ético del mundo, donde sentir y amar no está mal visto.

lunes, 7 de marzo de 2011

Secretos compartidos

Hemos compartido una tonelada de secretos, siempre prudente, oficioso me has ilustrado y mucho. En las mil y una noches compartidas me enseñaste que Alí Babá no era el jefe de los cuarenta ladrones, disipando los preconceptos. Que hay muchas cosas que se pierden pero se encuentran otras de mejor calidad, como dictaba Jorge Luis Borges. También descubrí que esa deducción era el zumo de un cuento oriental y que al final es parte del juego de la imaginación y no está mal que cada uno tenga su versión. La inspiración se recicla porque se presenta cómo lo ve y cómo es cada uno, por tal motivo se convierte en irrepetible y única. La versión de cada vida lo es también, la historia es experta en contar ejemplos.
Aprendí que, para hablar de paz, no hay que convencer de eso a los amigos, sino a los enemigos. Algunos bien ganados, otros espontáneos por la semilla de la envidia.
Aprendí, sin que me dictaras sino sugiriendo como el gran maestro que eres, que el enojo siempre se disipa y las cosas que se dan de corazón curiosamente se conservan.
Aprendí historias de árboles que no querían ser talados, bebí historias que se tejieron alrededor del agua y de los que desde el comienzo de la civilización querían quedarse con ella. El agua que tal parece, será el verdadero tesoro cuando lleguen los días en que la  ecología suelte su último pétalo.    
Supe que los argumentos caprichosos, son semillas del destino y que aceptar lo que sucede, como la presencia de la muerte, es tomar conciencia que la vida es un préstamo que debe ser devuelto con dignidad. Me he sentido iluminado con las palabras que se fueron sumando a las mías y fueron  el combustible que necesitaba para explicarme y contar a los demás las maravillas que inventariaba mi asombro. Fui creciendo con ellas, con palabras de todo calibre y que se pueden usar de mil modos. Incluso para mentir en público, pero también para una oración sencilla, agradeciendo un día más.
En cada recodo de los días de mi vida,  ha estado la vertiente de tus conocimientos, sumando brillos de geografías que nunca he pisado, en astronomías de mundos que nunca pisaré ni en sueños, pude descubrir los retazos del alma de Pablo Neruda ordenada en versos inquietos por verdades del corazón. Pude conocer las leyendas, que son de todos y que no son de nadie, como la erudición de una espada en una roca filosofal, que premia a los que se esfuerzan en lo imposible. El premio a los que muchas veces rompen esos moldes establecidos que dictan que algo no se puede hacer. Si no fuera por esos adelantados, la ciencia se hubiera quedado esperando y demorando por siglos los logros que ahora nos parecen cotidianos.
Gracias a tu auxilio pude recorrer caminos en los que me estaba permitido extraviarme, seguir la luz de fantasías que alimentan el alma de los niños, dan consuelo a los adultos e iluminan a los viejos. Y pude volver por esos caminos que eran míos porque los conocía como todos conocen la manera de regresar a sus casas luego de las ocupaciones diarias.  
Me place nombrarte, eres el libro que abrí un día y cuyas páginas se hicieron interminables en la costumbre de dedicarte cada día un momento.  En silencio te has tributado generosamente  y en esta parte de la vida en que me encuentro ahora, te reconozco y te celebro.   

Ética de la palabra

Cuando las letras apuntalan las ideas y los hombres que la escriben son fieles a su pluma, es posible que el mundo mejore. Alguien ha dicho que la labor de escritor es uno de los oficios más decentes que quedan. A través de la escritura y sus diferentes vertientes, de testimonio o ficción, se pueden esgrimir razones contra la injusticia y la corrupción, contra la apatía de los sentimientos y la degradación del arte de amar. Por la poesía y la narrativa se van desencadenando, en forma de atrevida prosa, las palabras. Así van nombrando las maravillas o las pesadillas que conforman el inventario del mundo. Son aventureras que exploran nuevos territorios mentales del ser humano. En cada hombre o mujer hay un o una idealista que cede paso al oportunismo, al facilismo de permanecer en lo preestablecido sin cuestionarlo, la literatura suele despertar a ese ser dormido que existe en el interior de cada uno. El que, cuando se da cuenta, ocupa su lugar en la barricada de las ideas.
Sino basta recordar a aquel lejano Quijote que vio lanzas en las paletas de los molinos, que trató como una dama a una humilde mujer de la calle. Enseñó la cortesía de la imaginación, que puede hacer que las cosas cotidianas, que sentimos que están mal, cambien.
Porque no siempre tienen razón los que dominan, no siempre los desposeídos han de ser ignorantes por decreto. Puesto que la sabiduría también corre por la vertiente humilde de la imaginería indígena y también por los elegantes pasillos de las cátedras universitarias; pasa por la versión de la vida que cumple al pie de la letra un hombre campesino al que puede considerársele justo por no haber violado ninguno de los diez mandamientos. En igual medida y en la misma balanza, será justo el artista que no sometió la ética de una pluma a la comodidad del halago.
Como se ve, la escritura sirve y puede asentar verdades, por eso el oficio de escritor reclama la madera de los ideales — que no tienen precio— redactados con honestidad. No importa en qué estilo, si en la intimista poesía o en la fronda de la narrativa, embarcados en el género del absurdo, el displicente relato de costumbre o en el serio ensayo. Hay muchas técnicas para hacer pan, pero en ningún caso puede faltar la harina, así como el escritor no debe olvidarse que hay reglas de sinceridad inclaudicables en la literatura.

Sólo se trata de imaginar

Imagine mundos mejores, aptos para la verdadera vida humana que supongo no es éste de hoy santificado por el consumo. Ensaye el incomparable arte de conformarse con poco, pues si hacemos un  pequeño inventario de nuestras necesidades, nos encontraremos que llevamos encima un buen número de cosas superfluas. Pueden ser objetos, pero también pueden ser conceptos ya desvencijados o que simplemente, estorban el oxígeno mental. Ocuparse en cosas estúpidas, lo puede conducir a comportamientos inesperados, como preocuparse por  los  debates de la televisión, con su carga mediáticamente inteligente. Deje de lado ese mundillo propenso al olvido y al ejercicio de la fama al servicio del olvido. La televisión ha hecho mucho por la humanidad,  no existir por ejemplo en la antigüedad, lo que ha permitido que personas inventen, conquisten, piensen, construyan y sueñen sin el estorbo de la eterna polémica.  Otro beneficio invalorable de la televisión  es cuando no está encendida. No llevamos la cuenta que semejante distracción al final nos influye en la vida.
No se asuste estimado lector, no es que me he quedado sin tema…Mejor. imagine mundos posibles y comience a habitar en ellos, ya lo dice el dicho, si hemos diseñado castillos de una vida encantada, no hemos perdido el tiempo. Pues podemos comenzar a poner los ladrillos de los hechos. En el hacer y llevar al plano real lo que uno ha imaginado podría ser uno de los cimientos de la felicidad. Sea un precursor hasta de lo absurdo, como el caso que registra la historia y al que nadie le pone un gramo de interés. Cuenta que el filósofo, matemático y físico francés Blaise Pascal, imaginó en 1651 que era posible crear un transporte que recoja a personas y las lleve por un recorrido a cambio de una tarifa individual. A este invento, que podría haber sido un carruaje colectivo, le llamó ‘ómnibus’.  Sí, señoras y señores, esa idea futurista, hoy convertida en uno de nuestros sufrimientos diarios, fue pensada en aquellos años que pergeñó lo que sería el transporte común-chatarra. La idea prosperó y dicen que ese tipo de transporte comenzó a circular a finales del siglo XVII en París. Todo porque un hombre lo pensó por primera vez. Hubo alguien que imaginó que se podía visitar la luna y la humanidad lo ha logrado dejando su huella en el suelo selenita.  Otros tuvieron ideas que no prosperaron pero ayudaron para encontrar aciertos.  Dicen que escritor germano Johann Wolfgang Goethe, además de ser un escritor, se interesó en temas científicos. Llegó a pensar en una teoría geológica llamada neptunismo, según la cual las rocas que vemos en nuestro planeta, llegaron desde el cielo, desde el espacio exterior. Tal vez imaginó una lluvia de meteoritos que impactaron en este mundo. Fue un rotundo fracaso porque la teoría correcta  fue la denominada ‘vulcanismo’, según la cual las rocas de la superficie terrestre salieron del interior del planeta a través de los volcanes y otras fallas de la corteza terrestre. De modo que, en esto de la imaginación uno puede ir por donde quiere y los aciertos aparecen. Pero, si  no se hubiera aventurado una teoría, a nada de esto se hubiera llegado… Por tal motivo imagine, una televisión inteligente, un transporte colectivo mejor, una vida digna para cada ser humano , un día lunes lleno de esperanza y los que siguen de la misma espuma. Y quien le dice, a  lo mejor, qué se yo, se me ocurre… sea posible un mundo feliz. No importa en qué estación del año estemos, ésto es la vida,

Cuaderno en blanco


Motivado por los días de compras de útiles escolares, de todos los materiales que se ofrecen, tiene para mí un significado especial el sencillo cuaderno. Esas hojas, cuadriculadas o rayadas, donde aprendí a dibujar las primeras letras y con el correr del tiempo mis primeros pensamientos y sentimientos ocupan un lugar especial en las estanterías del alma. En el “almario”, como escribió una vez el cantautor argentino Alberto Cortéz. Pienso en los cuadernos de antaño, los de ocho hojas ¿se acuerdan? Los ambiciosos ejemplares de cien páginas, esos también,  que uno esperaba llenar con la mayor prolijidad posible. Esas hojas por llenar me hacen pensar en cada día de la vida que vivimos, en este cuaderno que es la existencia que tratamos de justificar. Algunos borrones y manchas involuntarias son inevitables y a medida que uno avanza las páginas de cada día, se deterioran, como se suelen estropear muchos sueños que no podemos concretar.  
Cuando se adquiere un cuaderno se compran, deberían pensarlo, ideas en blanco para llenar. Ya no voy a la escuela, pero sigo en el aula de la vida, cada año compro un cuaderno para  anotar las ideas, proyectos y, en ese orden, inventariar los sueños y los sentimientos. Por tal motivo se comprenderá por qué siento un afecto especial por este cuaderno escolar, que me permite un cielo en blanco para dibujar, desde una nube hasta anotar algún acierto o desvarío. Páginas que no me exigen nada más que el entusiasmo del manuscrito que hoy se practica poco, porque la gente prefiere los teclados a los laboriosos lápices. La vida para mí es ese cuaderno, un testimonio de lo que soy y esperara que, quien lo lea, con permiso o no, comparta un rato nuestras ideas en formato de escritura. No puedo dejar de pensar en los niños propietarios de nuevos cuadernos, que llenarán con los asombros que vayan sumando en la escuela. Son inocentes principiantes del  mundo, como los fuimos todos y los tropiezos propios de las primeras letras. Pero no nos pongamos nostálgicos con el pasado escolar que vivimos. Incluso en el presente estamos aprendiendo, en este Bicentenario. que la historia tiene mucho que enseñarnos y que se deberán o deberían llenar muchos cuadernos con descubrimientos del pasado, derrotas y valentías olvidadas, aciertos y protagonismos no reconocidos.
No hace mucho se editó en España un cuaderno en que el poeta español Antonio Machado, llenaba con pulcra letra. Eran poemas que le dictaba su alma y sólo fueron descubiertos y publicados después de su muerte. En las fotografías de cada página, porque la edición es facsímil, se puede ver el curso de su pensamiento, el título subrayado  y sin tachas. Como si ese poemario estuviese destinado a quedar en el formato del cuaderno. Por su parte, el escritor argentino Jorge Luis Borges, con su diminuta letra, estampaba sus versos en un cuaderno, un poemario al que tituló “Cuaderno San Martín” (1929), no era otra cosa que la marca de ese producto. Un homenaje a los cuadernos infantiles  que eran muy populares  por entonces y que él llenó con poemas inolvidables.  Sé que tiene otros nombres y estos devienen del uso que uno le da, por ejemplo agenda, bloc, cartapacio, cartilla, fascículo, folleto, libreta, mamotreto o protocolo. La Real Academia de la Lengua Española lo define como: libro pequeño o conjunto de papel en que se lleva la cuenta y razón, o en que se escriben algunas noticias, ordenanzas o instrucciones.
Pero volviendo al presente, puedo decir que tengo un cuaderno y una responsabilidad, llenarlo aunque no sepa bien el argumento, como muchos no sabemos qué sucederá mañana. Como todas las cosas de la vida, sabemos como empiezan, pero no sabemos cómo terminan. El dichoso libreto de existir.