Palabras, palabras...

Palabras, palabras...
Dibujo; César González Páez.

martes, 6 de julio de 2010

Señales en el aire

Libro: Luna de menta, de César González Páez
Asunción, Paraguay, 2005



Por Marta Bruno
Crítica literaria
(desde Córdoba, Argentina)

Es sin duda el tiempo un motivo central en el nuevo libro de César González Páez, esta vez consagrado a la poesía. Ya el título del primer poema (“Sólo permanecer”) sumerge al lector en una dimensión temporal, que se mantendrá a lo largo de casi todo el volumen. El tiempo o las alusiones al tiempo, emergen intermitentemente; aparecen y desaparecen, como el propio tiempo. Y esta dinámica crea precisamente un ritmo que consolida la estructura de la obra.
Ritmo que se da en las ideas, más que en la sonoridad de las palabras. Como aquellas huellas que deja sobre la arena, y que el mar no borra, inexplicablemente.
“Me desconcierta verlas/ intactas en la bruma/ del día que se inicia” (….), se lee en “Rastros” adonde también anota: “Siento como si las horas/ hubiesen perdonado el rastro/ y pudiera desandar esos pasos./ Acaso sentir un pasado intacto,/casto de toda insensatez/ en el que nunca naufragué.”
El tiempo aparece en el “añejo vino” del “Menú” de los ángeles; en “las horas” que son “tiernas amigas” o cuando traza “una línea entre el ayer y el ahora” en “La espera”. De ahí son las “noches largas” y el invierno que llega “cargado de estrellas frías”.
Es interesante el juego entre el dormir y la vigilia en el poema “Sueño”, adonde dice: “tarda una vida el despertar”. “Habré sabido, en serio, soñar? ¿En qué extremo ilusorio dejé la vigilia?/Porque voy por un claro de sueño/ y tarda una vida el despertar” (final última estrofa). Asimismo, en el de la página 25 (Invisible), donde aparece la INFANCIA , que es otro de los temas recurrentes en el libro, se representa al tiempo en la figura de un niño con máscara de adulto. Como diría Saint-Exupery, en la dedicatoria de su inefable Principito, “todos hemos sido niños antes, pero pocos lo recuerdan”.
Cadenciosamente, sube y baja el tiempo hacia la superficie de las páginas, en forma literal (“los años de hacen los tontos”, “el tiempo se vuelve inconsistente”) o metafórica (“y la juventud se atrincheró/en su nido de canas.”).
Sin embargo, no por ser central el motivo del tiempo, tiene que ser el más importante. Tal vez bajo su ala se encuentre la expresión de la filosofía del poeta. En este sentido, es posible detectar a veces cierta incertidumbre, un vago desconcierto, que el autor hace sentir a veces con una sensación de entrega inevitable, de desesperanza, y otras veces, en cambio, con la sensación opuesta: la esperanza, el asombro, las certezas. Asimismo, practica la ironía y una suerte de rebelión contra el orden convencional, que no sirve (cuando las flores brotaron en el pavimento, “algunos ciudadanos se alarmaron y decretaron ilegal la alegría de las plantas”).
El título del libro trae un aire bondadoso porque evoca el bello perfume de la menta. Si además ese aroma tiene forma de luna, hay allí una convocatoria a la poesía plena, de hoy y de siempre. Hay también mucha claridad y por eso el libro se lee con gusto.
Y así se van encontrando verdaderos hallazgos (como cuando de golpe alude a una “distracción” del tiempo: “La eternidad es ese instante/ en que el tiempo se distrae/ deshojando el pétalo del día/ sabiendo que el mañana es suyo”), a la par que la alabanza a las cosas más humildes. ¿Cómo es esto último? Veamos.
“Una pluma cae leve y cenicienta en una charca de agua turbia”. El poeta la recoge y la devuelve al cielo desde su reflejo en el agua. Con metáforas perfectas, nombra a la margarita (“artesana de la sonrisa”)o personaliza al lápiz en la oreja del verdulero. Además, es “dueño de vastas/extensiones de deseos”.
En el entretejido de las pequeñas cosas, el tiempo o la infancia, el autor va desgranando entonces sus reflexiones filosóficas, a las que aludíamos más arriba y que adquieren forma específica cuando, a la manera de haikus, inserta sus aforismos a los que él llama “Anclajes” y numera.
La atmósfera existencial de este poemario alterna con los dibujos del propio González Páez, autor también del diseño de tapa. Si el lector se ha sumergido en él y en la dimensión de la que hablábamos al principio, sentirá llegar con nitidez estas “señales en el aire” .

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