Palabras, palabras...

Palabras, palabras...
Dibujo; César González Páez.

sábado, 14 de diciembre de 2013

Comentario I

Opinión sobre el poemario Anclajes, recientmente lanzado.

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Anclajes, de César González




Por Mario Casartelli

Siempre me aferro a la idea de que las obras artísticas no necesitan presentación, porque ellas hablan por sí mismas. Y que nosotros, los presentadores, no hacemos más que encaminar un poco al posible lector, con la esperanza de que pueda percibir o sentir algo de lo que nosotros hemos experimentado en la lectura de un libro, como en el caso de este poemario, Anclajes, de César González, que nos ha deslumbrado con algunos poemas.

Su lenguaje coloquial prescinde de ropajes literarios. Y así, casi desnudo, va hilvanando sus versos que nos llevan a recorrer un ancho estanque de aguas mansas. “Poderoso anclaje es la esperanza”, dice el poeta. Qué rotunda expresión. Y a la vez que paradójica. Porque solemos percibir la esperanza como algo que se busca, como algo que se ansía. Y este anhelo supone muchas cosas, menos quietud, porque nos remite al movimiento.

En la propuesta de César González la esperanza es un anclaje. Pero su anclaje no es quietud de sumisión, sino la predisposición a mover el pensamiento y el sentimiento y fusionarlos, conjugarlos.

Aquí vemos que la vida se parece a un estanque “después de haber atravesado las alegrías de los desbordes”, como dice el poeta. Y quienes conocemos a César González -porque lo hemos frecuentado desde hace décadas- sabemos, casi con precisión, lo que siente al decirlo.

Ha vivido tanto este hombre, ha conocido agitaciones, tremendas sacudidas. Pero también el sosiego. La calma chicha siempre sucedió a la tempestad. Y entre aguas turbias y transparentes, sobrevivió el poeta y prosigue, ahora, con la capacidad de observación que conceden sólo los años.

Lo hermoso de todo esto es que, desde el estanque en calma, decide hacer un recuento poético. No digo que pretenda recogerlo todo, porque, como ya lo advertía esa magnífica escritora que fue Margarite Yourcenar: “Un libro cabe entero en la vida, pero la vida toda no cabe en un libro”.

Y César González siempre fue consciente de todo esto. Eso lo hemos percibido no sólo en su poesía, sino también en sus otras incursiones literarias: en su narrativa, en sus reflexiones periodísticas, hasta en sus composiciones musicales, porque césar es también un delicado compositor musical.

Refiriéndose a la mirada tranquila de Jesús, el poeta Eliseo Diego escribió alguna vez: “Sus ojos que no eran azules ni oscuros, sino pardos, el color de la feliz aceptación de todo”. Y algo de esto es lo que expone César González cuando señala que “el estanque y el agua hacen lo que pueden con el tiempo que les fue concedido, pero más de lo que son no pueden dar”.

Con su metáfora feliz -aunque a veces disfrazada de tristeza-, camina el poeta, recogiendo ricos sedimentos, porque él ya sabe -y pagó creces de experiencias por saberlo-, que todo cuanto acontece en la vida, fuese herida o fuese bálsamo, al final, si el hombre es atencioso, todo se convierte en tesoro. Tesoros de conocimientos que, al fin de cuentas, le solventan el oficio de vivir. Un vivir buceando en el fondo estanque, del que extrae todo cuanto encuentra en el camino, para subir después a la superficie, y allí –aquí- brindarnos, poemas de preciosos contenidos.

Hay leyes inmutables, que oscilan entre el llanto y la alegría del lobo y el cordero; y acaso comprenderlas torna el mundo más comprensible, pese a tantas desazones, porque, como él bien lo dice: “lo que tenga que pasar sucederá”.

Difícil es sintetizar tanto cúmulo de sabiduría en una breve exposición. Y en aras de lo breve, dejo de lado muchos poemas a los cuales quisiera referirme, como el caso del ejemplar díptico resonancias –que después leeremos con el autor-, pero quiero terminar esta presentación leyéndoles, ya, el texto que sintetiza, creo, todo cuanto les estuve diciendo del poeta. El título es “Vigila tu nada”, y dice así. (47)

26 de noviembre de 2013



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