Palabras, palabras...

Palabras, palabras...
Dibujo; César González Páez.

lunes, 26 de enero de 2015

Literatura

La brevedad como 
ejercicio literario



Uno de los ejercicios más atractivos, por lo difícil, literariamente hablando. o escribiendo, es llegar a redactar bien un cuento breve. En este caso no se presta fácilmente la frase si breve dos veces bueno. Porque tejer una trama con una economía de telegrama, con una síntesis irrefutable y una comunicación que conlleve una lectura en “entrelíneas”, es un ejercicio de laboratorio cerebral que muchas ganas hay que poner, pero no siempre el producto es de buena calidad. Muchos escritores que practican este deporte de la brevedad, han llegado a formar una especie de competición  en la cual el ganador será aquel intelectual de las letras que con menos palabras –contadas ellas- pueda darnos la idea de una trama bien lograda. 
Citar a Augusto Monterroso sería por cierto casi obligatorio, pero esta vez lo dejaremos de lado para que el  lector recuerde su célebre cuento breve, sí, ese que traspola la  fuente de un sueño para decirnos que el “dinosaurio sigue allí”. Bonita fábula, porque incluye un animal aunque sea prehistórico, pero no ha sido el sumun de los ahorros verbales a lo que aspiramos  y todavía puede ser quebrantable con otro récord, que se generará de alguna pluma genial y, por cierto, desconocida. Hasta aquí escribir un cuento breve  es callarse un poco y escribir menos pero con la maestría se subirse una línea que nos conduzca a una historia, que deje satisfecho a todos y agregar que fue escrita asumiendo todos los riesgos para mejor espectacularidad, como suele decirse: columpiarse en un fugaz espacio sin red.  Muchos escritores, esto hay que admitirlo, abusamos de las palabras y muchas veces no se nos aclara en la mente  sus verdaderos significados, de allí que tropecemos con algunas piedras en el camino. 
En ese sentido mis respetos van para los escritores de  novelas policiales, que lo primero que hacen, por lo menos los grandes autores del genero, es no menospreciar la inteligencia del lector. Más bien tienen la mejor disposición de creer que quien los lee es sagaz, intuitivo y lo que es más difícil, alguien a quien no se puede engañar con facilidad. Por dichas razones el escritor de cuentos breves deberá tener un alto respeto por los lectores crucigramáticos que los esperan del otro lado del cuento.  Tender una trampita para luego afirmar lo contrario, es un juego fácil y los mecanismos de razonamientos  suelen sufrir decepciones cuando el lector no está cumpliendo con la regla mínima de una trama policial.  En ese género sabemos que hay un muerte, que hay una razón para el crimen, un culpable y una complicada trama de ocultamientos. El más impensado personaje o la más rebuscada razón para el delito es lo que opera como anzuelo infalible para atrapar, pero ciertamente el cuento breve no puede atraer solamente por su brevedad, sino que es un resultado matemático de utilizar las palabras correctas en su momento justo. Otra fuente de mucha ayuda para este ejercicio de decir las cosas con las menos palabras posibles, es el haikú de los japoneses, en que tres líneas ordenan un sentimiento, un paisaje o una delicada trama que merece la atención del lector. 
Este ejercicio fue valorado por Jorge Luis Borges que lo practicó y no siempre con certera flecha. Esta  afirmación es personal debido a que la poesía se concentra más en los estados sentimentales que hechos meramente descriptivos. Sin embargo hay uno que se le atribuye de sutil trama, ahí va y lo hace en tono de pregunta: ¿Es un imperio esa luz que se apaga o una luciérnaga?
En síntesis, si está por escribir un cuento breve, lo siento, está en problemas. En cambio  lo afortunado sería escribir un cuento que contenga todo lo que quiso decir y encima bendecido por la brevedad.

  
César

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